Por Juan J. Paz y Miño Cepeda*
Especial para Firmas Selectas/ Prensa Latina
En las elecciones de segunda vuelta (balotaje) realizadas en Argentina el 22 de noviembre hay que admitir, ante todo, que la victoria electoral de Mauricio Macri es una decisión de la mayoría de votantes (51.4%), por más que la diferencia sea tan escasa (apenas 3 puntos) frente a la votación que obtuvo Daniel Scioli (48.6%).
Como en América Latina los procesos electorales han sido reconocidos en la vida contemporánea como fuente de expresión soberana y democrática de los pueblos, es necesario respetar el resultado electoral argentino.
Esta es la posición que debe asumir toda izquierda que se considera igualmente demócrata, ya que con ello también se marca la diferencia frente a aquellos sectores de la derecha política latinoamericana que no admiten los resultados electorales favorables a los gobiernos progresistas y de nueva izquierda de la región, contra quienes se han mantenido permanentemente confabuladores y hasta golpistas.
Pero eso tampoco impide que lo sucedido sea motivo de análisis y reflexión, pues, como todo hecho histórico, tendrá una serie de repercusiones sobre la marcha de la propia Argentina y, sin duda, de América Latina, pues estamos hablando de uno de los países más grandes e influyentes.
Ha quedado en evidencia que los gobiernos progresistas y de nueva izquierda tienen tres “enemigos” fundamentales: los altos empresarios y capas ricas (burguesías), los medios de comunicación privados más influyentes, y el imperialismo como expresión de los intereses tanto de potencias hegemónicas como del capital transnacional. Son fuerzas poderosas.
Al imperialismo lo conocemos bien en América Latina y su historia de injerencias, intervenciones, actividades encubiertas, saqueo de recursos, penetración de empresas, infiltraciones políticas, condicionamientos, dependencia, etc., han merecido los más diversos análisis académicos.
El imperialismo nunca se ha sentido plenamente conforme con los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en la región. En Venezuela sus fuerzas actúan con claras intenciones desestabilizadoras. Evo Morales, presidente de Bolivia, ha denunciado su presencia. El presidente Rafael Correa lo confrontó dando fin a la base norteamericana en Manta, denunciando el Plan Colombia y el ataque en Angostura, cortando la influencia de la CIA entre elementos policiales y militares. Son algunos ejemplos.
Por su parte, las elites empresariales y de adinerados latinoamericanos (históricamente identificados con el imperialismo), han sido fuerzas de permanente resistencia u oposición a los cambios sociales que implican cuestionar su poder e intereses.
Los mal llamados “populismos” de los años treinta (Getulio Vargas, 1930-1945 y 1951/54, en Brasil; Lázaro Cárdenas, 1934-1940, en México; Juan Domingo Perón, 1946-1955 y 1973/74, en Argentina), tanto como el nacionalismo revolucionario de Víctor Paz Estenssoro en Bolivia (1952/56, 1960/64 y 1985/89), al inclinar el poder político a favor de las clases medias, los trabajadores y los sectores populares- impulsando, además, políticas nacionalistas y economías basadas en el activo rol del Estado para la redistribución de la riqueza- despertaron a esas poderosas y tradicionales fuerzas, celosas de perder el control del Estado.
Lo mismo ocurrió en Ecuador con la Revolución Juliana (1925), pionera en iniciar el largo camino de superación del régimen oligárquico y en desmontar el control estatal por parte de la banca privada de la época.
También esas fuerzas definieron posiciones contra la Revolución Cubana (1959) y en la década de 1960, junto con la prensa privada y los militares (por entonces convertidos en instrumento del anticomunismo), en el ambiente de “guerra fría” trasladado a Latinoamérica estuvieron siempre dispuestos a impedir cualquier camino revolucionario y “castrista”.
Igualmente estuvieron atrás del golpe militar que impidió la vía pacífica al socialismo que intentó el presidente Salvador Allende (1970/73) en Chile; y son las fuerzas que auparon, aplaudieron y se beneficiaron de los regímenes militares terroristas del Cono Sur, iniciados por Pinochet.
Las burguesías fueron, además, las auspiciadoras y beneficiarias del modelo neoliberal implantado en América Latina desde la década de 1980, que se subordinó a los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional y, adicionalmente desde los noventa, al decálogo del Consenso de Washington que se convirtió en su guía de inspiración económica hasta el presente.
Naturalmente que en cada momento histórico descrito las circunstancias y expresiones políticas tienen sus particularidades.
Pero esas burguesías de ningún modo se sienten representadas por los gobiernos progresistas y de nueva izquierda. En Venezuela se hallan en permanente confabulación y boicot económico; mientras en Ecuador están a la espera de que el “correísmo” termine y concluya el ciclo de la Revolución Ciudadana, para retornar triunfales por intermedio de figuras políticas que finalmente expresen sus intereses, con lo cual volverán al control directo del Estado.
Es inédito el papel que han tomado los medios de comunicación identificados con los intereses de las elites empresariales y adineradas.
En Argentina libraron una batalla diaria contra el “kirchnerismo”, a tal punto que allí se sostiene que en las recientes elecciones triunfaron también “Clarín” y “La Nación”.
En Venezuela el significado de los medios públicos y el papel internacional que cumple TeleSur como un medio alternativo y latinoamericanista, está en la mira de la oposición.
En Ecuador, una serie de medios de comunicación privados incluso aparecen suplantando a los partidos políticos en la lucha diaria por ganar el campo ideológico a través de editoriales, posicionamientos, artículos, informaciones y desinformaciones. Los medios públicos ecuatorianos son tildados de “gobiernistas”. Y durante el intento de golpe de Estado del 30 de septiembre de 2010, estos medios fueron atacados con el propósito de ser silenciados, pues gracias a la cadena nacional que se dispuso, fueron los únicos que transmitieron fielmente lo que acontecía.
Los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina a partir de la presidencia de Hugo Chávez (1999-2013) y del triunfo de la Revolución Bolivariana en Venezuela, que se extendieron por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay y Uruguay, abrieron un nuevo ciclo histórico en la región. En casi todos, se logró desplazar la hegemonía del neoliberalismo económico y la otrora exclusiva orientación estatal a favor de las burguesías descritas, y trazaron una línea clara de reivindicación de la soberanía y la dignidad nacionales frente al imperialismo.
El triunfo de Macri en Argentina rompe con la continuidad del “kirchnerismo” en el país y abre las puertas al retorno triunfal de las tres fuerzas opositoras al “modelo” de los gobiernos progresistas y de nueva izquierda. El presidente electo ha sido claro en señalar que tocará recuperar el buen manejo de la economía, previendo la necesidad de revisar impuestos, solucionar el tipo de cambio, y todo bajo un enfoque empresarial que va a ser el que predomine y que se ha reflejado en los nombres del anunciado gabinete, lo cual ha provocado que la Presidenta Cristina Fernández haga una evidente alusión sobre el tema al decir que no se puede confundir a un país con una empresa.
Macri anunció su propósito de aplicar la cláusula democrática contra Venezuela en el marco del MERCOSUR, provocando de inmediato la reacción de otros gobiernos como el ecuatoriano, que defendió la democracia venezolana; y el flamante mandatario electo también ha previsto que los medios de comunicación públicos pasen a manos del ministerio de Cultura, lo cual provocará un giro radical sobre esos medios.
Pero tampoco es un retorno fácil para la trilogía de fuerzas señaladas. En Argentina, el “kirchnerismo” logró avances sociales significativos, difíciles de desmontar sin el riesgo de la irrupción popular, en un país con tradición de lucha y resistencia sociales; además amplió las relaciones internacionales de modo que la dependencia con los EEUU, tan arraigada entre los países latinoamericanos, no es la misma que en otras épocas; también se consolidaron las relaciones latinoamericanistas (MERCOSUR, UNASUR, CELAC), lo cual ha creado un marco internacional nada despreciable; afirmó una nueva institucionalidad estatal que ha garantizado democracia, libertades, nacionalismo y estabilidad gubernamental durante los últimos doce años; y generó una amplia conciencia política y hasta de movilización de masas en favor de reformas y cambios orientados por un posicionamiento crítico al capitalismo, que se ha expresado en el voto por Scioli de prácticamente la mitad de la población.
Los logros sociales de los gobiernos progresistas y de nueva izquierda están reconocidos por entidades como las NNUU y CEPAL, pero también por el Banco Mundial y hasta en algunos informes del FMI.
En Argentina, Brasil o Uruguay, y particularmente en Bolivia, Ecuador y Venezuela, es indudable que se avanzó en la reducción de la pobreza, mejoró la equidad, existen amplios beneficios sociales con la educación pública gratuita, la atención en salud, medicinas y seguridad social, la provisión de vivienda popular y también una visible inversión pública en infraestructuras, carreteras, comunicaciones, redes eléctricas y un sinfín de obras materiales.
Todo ello ha sido posible porque se tuvo en claro que el Estado no solo es un agente económico, sino que únicamente a través de políticas sociales estatales es posible solucionar los problemas heredados del “subdesarrollo”.
Al mismo tiempo se fortalecieron la gobernabilidad, la democracia y los derechos, una situación nunca reconocida por las fuerzas de oposición que tildan a los procesos de cambio que viven los países del nuevo ciclo latinoamericano como autoritarios, populistas y dictatoriales.
Para los gobiernos que han proclamado el “socialismo del siglo XXI” está clara la necesidad de superar el capitalismo y afirmar el poder ciudadano por sobre los intereses privados.
De manera que el cambio que impone el triunfo de Macri evidentemente interrumpe el ciclo progresista en Argentina y se convierte en una campanada de alerta para los gobiernos de nueva izquierda en América Latina.
Las dificultades económicas que hoy se expanden por la región amenazan con pesar más y por sobre los logros sociales de los gobiernos progresistas y de nueva izquierda.
La trilogía de fuerzas contrarias anteriormente descritas encuentra en ello la oportunidad para su retorno.
En Ecuador atribuyen la “crisis” de la economía (magnificada por los medios de comunicación oposicionistas) al “modelo” del gobierno de la Revolución Ciudadana, que es atacado como si fuera una “franquicia internacional” de la Revolución Bolivariana y de Cuba. Esos argumentos, difundidos a diario, alimentan la desconfianza, fomentan la desazón y siembran dudas entre las capas medias, los trabajadores y sectores populares.
Y, sin embargo, el gobierno ecuatoriano no ha descartado la participación de los empresarios en la solución de los problemas de desaceleración económica hoy existentes. Desde las izquierdas dogmáticas y supuestamente radicales y críticas, eso se ha tomado como un giro a la derecha. Pero estas mismas fuerzas han favorecido (admitamos que sin proponérselo) la restauración conservadora de las derechas y ninguna alternativa ofrecen para el futuro.
Las dificultades económicas son malas consejeras. Pueden dar la oportunidad para el retorno conservador que implica el revivir directo de gobiernos de empresarios.
Además, lo sucedido en Argentina permite observar que no bastan las acciones de gobierno con orientación popular, ni el avance en logros sociales. Alguna frase de corrillo suele decir que los pueblos no son agradecidos en las elecciones.
Tampoco parece ser suficiente contar con amplio apoyo, ni con buena base de organización y movilización populares.
Conviene recordar a Karl Marx, que siempre dio importancia crucial a la “conciencia de clase”, algo que se ha vuelto más necesario aún, cuando el imperialismo y las burguesías son defendidos a diario a través de sistemas de comunicación convertidos en instrumento de la batalla por las ideas, y son capaces de triunfar.
ag/jpm