Apareció Pier Paolo Pasolini, un extraño director de cine, poeta, católico, marxista y homosexual. Vi el Decamerón, inspirada en Boccacio, donde recreaba sórdidas historias medievales de pasión y sangre.
Luego Teorema, que primero escribió como libro y luego llevó a la pantalla. Recuerdo entre brumas a un joven hermoso que seduce a toda una familia burguesa, y la belleza es una aliada inconmensurable del sufrimiento. La experimentación con las pasiones humanas, subvertían el orden espiritual. Un mundo pacato y vacío, merecía visiones libres y dinamiteras.
En El evangelio según San Mateo, Susana, su madre, realiza el papel de María, donde la visión de Cristo es más de carne y hueso que sobrenatural. La intensidad de sus obsesiones llenaba de vigor y catarsis su arte. Entre la libertad sexual, el sentimiento religioso, la estética y la política, se cocían sus implosiones creativas. Su legado incendiario.
La última película que vi fue Saló o los 120 días de Sodoma, basada en los 120 días de Sodoma del marqués de Sade. El presidente, el duque, el magistrado y el obispo, es decir, el poder, la nobleza, la justicia y la religión, son los protagonistas. Durante la ocupación nazi en Italia se reúnen en un palacio cerca de Marzabotto; entre el deseo y el sadomasoquismo someten a 20 adolescentes. Una bofetada a la hipocresía y doble moral de todos los poderes juntos.
Su muerte fue escandalosa como su vida; Pino Pelosi, un joven de 17 años, lo mató en una playa (1975, el día de todos los santos) y le pasó el carro varias veces por encima. Hace unos días Pelosi falleció y brotó nuevamente la imagen de este genio del siglo XX. Su vida, su martirio.
Fue un iconoclasta puro, un híbrido de las fuerzas antagónicas de la modernidad, un artista integral, atormentado, apocalíptico. Unos versos suyos definen su ternura entre tanta barbarie: “Trabajo todo el día como un monje /y por la noche doy vueltas, como un viejo gato /en busca de amor…”.
ag/ac