Firmas selectas

Artículos de Opinión, comentarios y análisis

jueves 21 de noviembre de 2024

América Latina: Entre la tortura y la ternura

Por José Luis Díaz Granados*

Especial para Firmas

Días y noches de amor y de guerra, es un libro de raigambre y estructura cinematográficas: su lenguaje, su sistema de imágenes, sus escenas inesperadas dentro de una cruda armonía, sus «flash backs», sus colores sombríos y sobre todo su intensidad visual, hacen de esta obra un terrible documental que enseña la descarnada realidad de los últimos cincuenta años de historia social, política y cultural de Nuestra América.

Del cielo al infierno no hay más que uno o dos peldaños en la angosta escalera

El escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) es el director. Pero también el actor y el espectador asombrado de tan espeluznante obra. Bueno, no tan totalmente espeluznante, porque sabe rociarla con muchas gotas de ternura.

En estas 200 páginas, Galeano conduce al lector por inesperadas dimensiones de nuestra geografía, de la historia reciente, de los sueños que otros soñaron por nosotros sin saberlo, pero que lucharon sabiéndolo.

Del cielo al infierno no hay más que uno o dos peldaños en la angosta escalera. Hay muchas noches de asfixia y de torturas mentales y físicas, pero también muchas auroras abrasadas de amor. Los sistemas policivos de Guatemala, Ecuador, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, El Salvador, son apenas algunos de los escenarios de la vergüenza… Jorge Enrique Adoum, Roque Dalton, Salvador Allende, Jacobo Árbenz, los personajes que nos anegan de júbilo y los que lucharon precisamente porque se inaugurara la alegría y la felicidad en estos pueblos.

Y otros nombres, también, los de la nostalgia sin nombre: «Estoy solo. Y me pregunto: ¿Existe una mitad de mí que me espera todavía? ¿Dónde está? ¿Qué hace mientras tanto?

«¿Vendrá lastimada la alegría? ¿Tendrá los ojos húmedos? Respuesta y misterio de todas las cosas: ¿Y si nos hemos cruzado ya y nos hemos perdido sin enterarnos siquiera?”

«Cosa curiosa: no la conozco y sin embargo existe. Tengo nostalgia de un país que no existe todavía en el mapa».

* * *

Yo me atrevería a afirmar que Días de amor y de guerra es un equivalente, breve y contemporáneo, de La Divina Comedia. La genial epopeya del Dante contiene con sus luces y sus sombras el controvertido milenio medieval. La de Galeano, con infiernos quizá más tenebrosos, pero con paraísos más reconfortantes, recoge la historia actual de nuestro carcomido continente.

Leemos esta «divina tragedia» con los ojos despavoridos, porque estamos asistiendo a cada línea, a cada párrafo, a cada capítulo, a la más horrenda noche del Cono Sur, del Altiplano y de Centroamérica, en donde el hombre torturado eres tú, soy yo, es nuestro hermano, o como dijera otro épico denunciante, el poeta colombiano Jorge Zalamea, «nuestra más inmediata semejanza».

El libro de Galeano es tal vez la creación del mundo, el nacimiento de Adán, pero en su tiniebla más oscura, desembocadura de la larga noche de 500 años que, como en el poema de Baudelaire, fue «una tenebrosa tormenta, atravesada a veces por soles deslumbrantes».

¿Cuáles han sido esos soles deslumbrantes? Los respiros fugaces de la aparición de algunos hombres providenciales, como se decía entonces, y los levantamientos populares. Cuauhtémoc, Caupolicán, los Comuneros de El Socorro, los Montoneros, Lautaro, Manuela Beltrán, José Antonio Galán, Túpac Amaru, San Martín, O’Higgins, Nariño, Simón Bolívar, Carrera, Artigas, Santander, Martí, Morazán, Juárez, las guerras de independencia, el radicalismo, la abolición de la esclavitud, Zapata, Sandino, Fidel, Raúl, Che, Cienfuegos, Camilo Torres, Allende, los sandinistas nicaragüenses, etc.

“Los dibujo con tierra y sangre en el techo de la caverna”, dice Galeano. “Me asomo a mí mismo con los ojos del primer hombre. Mientras dura la ceremonia, siento que en mi memoria cabe toda la historia del mundo, desde que aquel tipo frotó dos piedras para calentarse con el primer fuego».

Además, Días y noches de amor y de guerra es una película cinematográfica de nuestra vida cotidiana. El infeliz mensajero de un banco en Montevideo, el periodista de un semanario socialista, el revolucionario que huye o que es capturado y sepultado en las peores mazmorras del mundo. Ana Basualdo sin geografía en un instante de su vida, sin saber si estaba soñando su propia pesadilla de vivir:

«Me encuentro con Ana Basualdo, dice Galeano. Ella también tuvo suerte. Le vendaron los ojos y le arrancaron de su casa en Buenos Aires. No sabe dónde estuvo. Le ataron con cuerdas las manos y los pies. Le anudaron al cuello un hilo de nylon. La golpearon y la patearon mientras le hacían preguntas sobre un artículo que ella había publicado.

«-Esta es una guerra santa. Te hemos juzgado y condenado. Te vamos a fusilar. Al amanecer, la hicieron bajar de un coche. La apretaron contra un árbol. Ella estaba de espaldas y con la venda en los ojos, pero sentía que varios hombres se ponían en fila y se arrodillaban. Escuchó el clic de las armas. Una gota de transpiración le corrió por la nuca. Entonces vino la ráfaga.

«Después Ana descubrió que seguía viva. Se palpó; estaba intacta. Escuchó ruidos de motores que se alejaban.

«Consiguió desatarse y se arrancó la venda. Llovía y vió muy oscuro el cielo. En alguna parte ladraban perros. Ella estaba rodeada de árboles altos y viejos.

«-Una mañana hecha para morirse- pensó”.

La tortura es eficaz: arranca información, rompe conciencias, difunde el miedo.

* * *

Y en el lugar más profundo y espeso de ese mar sangriento, narra Galeano: «No se agota la lista de torturados, asesinados y desaparecidos la denuncia de los crímenes de una dictadura. La máquina te amaestra para el egoísmo y la mentira. La solidaridad es un delito. Para salvarte, enseña la máquina, tenés que hacerte hipócrita y jodedor. Quien esta noche te besa, mañana te venderá. Cada gauchada genera una venganza. Si decís lo que pensás, te revientan; y nadie merece el riesgo. ¿No desea el obrero, desocupado, secretamente, que la fábrica eche a otro para ocupar su puesto? ¿No es el prójimo un competidor y un enemigo? Hace poco, en Montevideo, un gurí (en Uruguay, niño) pidió a su madre que lo llevase de vuelta al sanatorio, porque quería desnacer…».

Y allá arriba, el dictador ordenando la represión. Y en la mitad, el funcionario torturador. El burócrata armado. Y abajo, siempre, el monstruo cotidiano. Pero «¿Quiénes torturan? ¿5 sádicos, 10 tarados, 15 casos clínicos? Torturan los buenos padres de familia. Los oficiales cumplen su horario y después ven T.V. junto a sus hijos. Lo que es eficaz es bueno, enseña la máquina. La tortura es eficaz: arranca información, rompe conciencias, difunde el miedo. Nace y se desarrolla una complicidad de misa negra. Quien no torture será torturado. La máquina no acepta inocentes ni testigos. ¿Quién se niega? ¿Quién puede conservar las manos limpias? El pequeño engranaje vomita la primera vez. La segunda vez aprieta los dientes. A la tercera se acostumbra y cumple con su deber. Pasa el tiempo -continúa Galeano- y la ruedita del engranaje habla el lenguaje de la máquina: capucha, plantón, picana, submarino, cepo, caballete. La máquina exige disciplina. Los más dotados terminan por encontrarle el gustito. Si son enfermos los torturadores, ¿qué decir del sistema que los hace necesarios?»…

En este escalofriante testimonio de América prima por sobre todo el narrador, el excelente narrador, de prosa exacta y amena, que hay en Eduardo Galeano. Al narrador se le viene a unir el cronista y a éste el historiador y, desde luego, el autobiógrafo. Y también el poeta. Hay un no sé qué de magia ensoñadora en estos breves textos que dicen y calan más hondamente en nuestro espíritu que tantos libros repletos de farragosos textos jurisprudenciales.

En Días y noches de amor y de guerra está la poesía, los libros, la magia americana. También las deliciosas comidas. Los buenos vinos. Las nostalgias, la amistad y el amor con su olor carnal al mediodía. El cuerpo eléctrico del deseo en medio de la más atroz persecución. «Bajo las alas clandestinas de la patria», como diría nuestro padre Neruda en el Canto general.

«Suena el teléfono, dice Galeano. Es la hora de partir. No hemos dormido más que unos minutos pero estamos frescos y despiertos.

«Hemos hecho el amor y hemos comido y bebido, con la sábana como mantel y nuestras piernas a modo de mesa,  y hemos vuelto a hacer el amor.

«Ella me ha contado dolores de Chile. Resulta difícil, me ha dicho, que estén muertos los compañeros, después de haberlos visto tan vivos. Ella se salvó por un pelito y ahora se pregunta qué hacer con tanta libertad y sobrevida.

«Llegamos demorados al aeropuerto. El avión sale con retraso. Desayunamos tres veces.

«Hace mediodía que nos conocemos.

«Camino, sin volverme, hacia el avión. La pista está rodeada de volcanes azules. Siento asombro por la electricidad y el hambre de mi cuerpo…».

Allí, bajo la magia incandescente de su espléndida prosa, de su palabra breve y sentenciosa, cruda y limpia como para beberla de un sorbo y besarla y morderla, vemos quemarse el mulo por la cola, como le ocurrió -a semejanza del general franquista Mola-, el tristemente célebre general que ordenó la muerte del Che, «ese Jesucristo rioplatense», como lo llama Galeano. Vemos a Allende sonriente, bebiendo whisky de una cantimplora en un amanecer montevideano; a Roque Dalton ahogarse de la risa por algún viejo cuento de poetas, y escuchamos esta dulce anécdota de Juan Rulfo:

«(…) dijo lo que tenía que decir en pocas páginas, puro hueso y carne sin grasa, y después guardó silencio.

«En 1974, en Buenos Aires, Rulfo me dijo que no tenía tiempo para escribir como quería, por el mucho trabajo que le daba su empleo en la administración pública. Para tener tiempo necesitaba una licencia y la licencia había que pedírsela a los médicos. Y uno no puede, me explicó Rulfo, ir al médico y decirle: «Me siento muy triste», porque por esas cosas no dan licencia los médicos».

* * *

Cada palabra allí es una chispa. Cada capítulo, una llamarada.

América en 200 páginas. Pero destinadas a perdurar, desde luego. Cada palabra allí es una chispa. Cada capítulo, una llamarada. Es un libro escrito con amor y con odio. Nacido de una rosa y de una brasa:

«Pero no sólo cólera en sus ramas / encontraste: no sólo sus raíces / buscaron el dolor, sino la fuerza, / y fuerza soy de piedra pensativa, / alegría de manos congregadas». (Neruda, Canto general).

Así es la cara diaria de nuestro continente, siempre oscilando, como diría Gabriela Mistral «entre la dicha fiel y la dicha perdida, / la una como rosa, la otra como espina», entre la tortura y la ternura, entre la opresión y la esperanza.
Por esta película pasan las mil y una historias de la represión y también la mano reconfortante de la solidaridad.

Es la procesión. La locura, el terror, el miedo, la traición, la delación, el odio. El último beso de Haroldo Conti a Marta dejándole a ésta en los labios el sabor de la sangre. Alfredo Zitarrosa con una neuralgia crónica que es la de su país. Y el afecto unido a la admiración, al corazón del bienamado líder tupamaroRaúl Sendic, de alma chispeante y nerviosa, con la ternura invicta.

Tenemos que concluir con una reflexión y una gratitud: Eduardo Galeano, este grande del siglo XX, ha escrito para el siglo XXI el testimonio más real y descarnado sobre América Latina de estos tiempos. Eso salva para la posteridad a los pobres de este mundo y condena para siempre a quienes les hicieron daño. Por todo ello, y por la inmensa ternura con que supo envolver nuestros dolores, debemos darle las gracias siempre y a cada instante de nuestras vidas.

ag/jdlg

 

 

Logo de Prensa Latina
Más artículos :

……………………………………………….

Las opiniones expresadas en estos artículos son responsabilidad exclusiva de sus autores.

……………………………………………….