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viernes 31 de enero de 2025

Roth y Zweig

Por Alfonso Carvajal

Las cartas son una forma de autobiografía íntima. El otro, el emisor o el receptor, se vuelve una necesidad, un interlocutor secreto con el mundo. Un amigo invisible.

En el libro Ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927-1938), entre Joseph Roth y Stefan Zweig, observamos cómo la amistad va creciendo y de un lenguaje diplomático se pasa a cuestionamientos individuales que enriquecieron y dramatizaron la relación de dos escritores judíos del imperio austrohúngaro, cruciales en el siglo XX.

Uno, Roth, autor de Job, donde le dio al tema bíblico un matiz fresco y contemporáneo, y de novelas como La leyenda del santo bebedor y La marcha de Radetzky, atormentado y visionario, alcohólico, escribiendo para sobrevivir, que vislumbró la catástrofe nazi, moral y físicamente.

Se anticipó al horror que vendría: “Alemania está muerta. Para nosotros está muerta… ha sido un sueño”. Y el otro, Zweig, más racional, apolíneo, autor de importantes biografías históricas: Fouché, Casanova, Balzac y María Antonieta, entre otras.

El cruce epistolar trata asuntos editoriales, literarios, posibles encuentros, viajes en tránsito, y trae comentarios audaces como cuando Roth le escribe a Zweig que con “el cine empieza el siglo XX, es decir, el preludio del fin del mundo”, o que “aunque los dos pudiéramos aunar nuestras fantasías, seríamos incapaces de inventar lo que la bestialidad es capaz de hacer”, refiriéndose al huevo de la serpiente que estaba incubando el nacionalsocialismo.

O la conmovedora petición de Zweig: “No beba. El alcohol es el Anticristo… Usted solo tiene un deber, escribir buenos libros y beber lo menos posible, para que nos dure a nosotros y a sí mismo”. O la rabia que causa en Roth que Zweig le dijera: “Veo que guarda una inconsciente cólera”, y el otro le responde vehemente que “inconsciente cólera tienen los demonios, no los hombres”, y que luego finaliza en una afectuosa camaradería.

Roth le diría premonitoriamente a Zweig: “Europa era un cadáver que se había suicidado”, y el 27 de mayo de 1939 muere en París de un infarto. Y Zweig le escribe a Romain Rolland: “Era el gran escritor, pero físicamente fue destruido por el hitlerismo”. Zweig huye del espanto nazi y en 1942 se suicida con su esposa, Lotte, en Brasil. La sombra de la barbarie los acabó de ejecutar, pero la obra de los dos tiene vigente la luz de la esperanza.

 

ag/ac

 

*Escritor, crítico literario y cronista colombiano.

 

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