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domingo 24 de noviembre de 2024

Ciencia, cultura y cultura de la ciencia en Panamá

Guillermo Castro H.*

…»cabe preguntar qué condiciones permiten a la ciencia convertirse en el elemento articulador de una cultura, esto es, de una visión del mundo y un sistema de conducta correspondiente a su estructura»

El elogio de la ciencia constituye uno de los tópicos más característicos de la cultura contemporánea. Se trata, además, de un caso bien argumentado. Para el astrónomo y educador norteamericano Carl Sagan,  por ejemplo, la ciencia puede ofrecer “el camino dorado” para que las naciones en desarrollo salgan de la pobreza y el atraso; puede alertarnos sobre los riesgos que plantean las tecnologías que alteran el medio ambiente del que dependen nuestras vidas; nos enseña “los aspectos más profundos de (los) orígenes, naturalezas y destinos: de nuestra especie, de la vida, de nuestro planeta, del universo”, y se caracteriza por valores que son “en muchos casos indistinguibles” de los de la democracia1.

En esa perspectiva, cabe preguntar qué condiciones permiten a la ciencia -entendida como una manera de conocer, antes que como un cuerpo de conocimientos2-, convertirse en el elemento articulador de una cultura, esto es, de una visión del mundo y un sistema de conducta correspondiente a su estructura. La respuesta que podamos dar a esta pregunta debe conducirnos, además, a plantear el problema más específico de las condiciones que han dado lugar a que la ciencia no haya llegado a desempeñar (aún) ese papel en el caso de Panamá.

Algunas precisiones pueden ser útiles. Primero, cabe recordar que la presencia del razonar científico como elemento central en la cultura humana es en verdad muy reciente: dos, quizás tres siglos a lo sumo, dentro de una historia de nuestro desarrollo como especie que abarca al menos cien mil años3. Segundo, que esa presencia del razonar científico en la cultura no es el resultado de una continuidad, sino de una ruptura –o mejor aún, de un conflicto constantemente renovadi– con respecto a una prolongada etapa precedente de predominio del razonar mágico4

Ese conflicto se hace evidente en el hecho de que incluso en aquellas sociedades en cuyo desarrollo la ciencia ha llegado a ocupar un lugar especialmente relevante, como los Estados Unidos, persiste y se reproduce constantemente una pertinaz presencia del pensamiento mágico y la superstición en la vida y la cultura cotidiana de amplios segmentos de la población.

Así lo prueba, por ejemplo, el empeño demostrado por los medios masivos de comunicación en explotar, cuando no ampliar, ese segmento de su mercado, contribuyendo a crear una situación que llevó a Carl Sagan a plantear que

Hemos preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales –el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias; la agricultura, la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente e, incluso la institución democrática clave de las elecciones– dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía de desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara5.

El papel de la ciencia en la cultura está íntimamente asociado a la creación de condiciones de desarrollo y organización económica y social, y de relación con el mundo natural, que carecen de precedente en la historia de nuestra especie.  La ciencia es una conquista intelectual alcanzada y preservada a través de una transformación revolucionaria en las formas de organización del trabajo humano, tanto en el plano del aprovechamiento intensivo de las condiciones de producción –fuerza de trabajo, recursos naturales, infraestructura-, como en el de la producción de esas condiciones6

Las condiciones que constituyen el sustrato de la cultura de la ciencia surgieron con el capitalismo y, en particular, con el desarrollo de su forma más acabada y compleja de organización: la economía de escala planetaria en que vivimos, cuyo proceso de organización, iniciado a mediados del siglo XVI, estaba culminado en lo esencial hacia 18507. En ese mercado mundial, si por un lado la aplicación masiva del conocimiento a la producción y el comercio es un requisito imprescindible para satisfacer la demanda de mercados en constante expansión, por otro lado la expansión de esos mercados crea los medios necesarios para dar respuesta a esa necesidad de conocimiento.

Ahora bien: el mercado mundial se caracteriza por la interdependencia asimétrica entre sus componentes, tanto al nivel de las sociedades nacionales, como al de los diversos sectores que integran cada una de esas sociedades. En este sentido, el acceso a una cultura científica por parte esas sociedades, como de los distintos sectores al interior de cada una de ellas, está asociado de múltiples maneras con sus posibilidades de relación con las formas de organización del trabajo y la vida cotidiana correspondientes a la era de la ciencia8

Esta situación explica la presencia de amplios segmentos de población que, en Panamá como en todo el planeta, viven en el siglo XXI mientras habitan en el XIV, o el XVIII, en la medida en que sus condiciones de vida, trabajo y esperanza no demandan ni un pensamiento ni una cultura científicos, ni proporcionan el estímulo y los medios imprescindibles para alcanzarla. En esos segmentos de población, por el contrario, persisten y se renuevan de manera constante el pensamiento mágico, sus conductas y sus valores, de un modo que puede incluso distorsionar por entero las posibilidades de transformación que ofrece el acceso a nuevas técnicas y métodos de organización y trabajo.

En lo que hace a Panamá, Rodrigo Noriega –en su ensayo Ciencia imperial: la investigación científica en los trópicos como un discurso de poder-, considera que en la medida en que la ciencia “representa una entidad racionalizadora de los valores de la sociedad que la emprende”9, la posibilidad de generar en Panamá una cultura de la ciencia depende en una medida muy importante de la capacidad del país para generar desde sus propios valores y necesidades la ciencia que articule esa cultura.

Así, por ejemplo, nuestras carencias en educación y calidad de vida se ubican en un terreno en el que es posible obtener avances con relativa rapidez si se cuenta con una estrategia para el desarrollo integral del país, y con la voluntad política para llevarla a cabo. Y esto es tanto más necesario, cuanto que resulta imposible imaginar una política de desarrollo científico y tecnológico que no sea parte de un proyecto nacional de desarrollo.

La ciencia es una conquista intelectual alcanzada y preservada a través de una transformación revolucionaria en las formas de organización del trabajo humano.

 

Esa política científica, por otra parte, no puede ser una mera extensión de lo que se haya hecho en el pasado o se esté haciendo en el presente. Por el contrario, incluso en lo relativo a las oportunidades abiertas por las nuevas posibilidades de acceso a la red global de producción y difusión del conocimiento y la innovación, bien puede ocurrir lo mismo que en relación al viejo subsistema de educación superior e investigación científica del antiguo enclave canalero.

Allí, como plantea Noriega, aunque ha existido “una apropiación política de la ex zona del Canal, y una apropiación económica de la misma por parte de las élites, no ha habido la correspondiente apropiación científico-tecnológica por parte de las comunidades cognitivas”.10

Una cultura de la ciencia construida desde nuestros valores, requiere de una agenda que sintetice  nuestras aspiraciones y nuestras necesidades. Desde una agenda así, disciplinas como la hidráulica, campos como los de la gestión ambiental y la producción social de la salud, y toda la amplia gama de problemas políticos, culturales, técnicos y económicos del desarrollo humano sostenible deberán estar en el centro de la ciencia que llegue a estar en el centro de nuestra cultura. El momento es bueno para hacerlo.

El sistema panameño de gestión del conocimiento debe reencontrarse con el país que emerge de la incorporación del Canal de Panamá a la economía interna, y de esa economía al mercado global. En el siglo XXI, el conocimiento – y la conciencia nacional que le otorgue sentido – determinarán de manera decisiva la posibilidad de que nuestra gente conquiste la vida mejor a la que aspira.

Lograrlo exigirá, más que una reforma administrativa del sistema nacional de producción y difusión del conocimiento, una reforma social y económica que abra a los panameños la posibilidad de encarar desde sí el reto que ayer apenas presentara Carl Sagan a sus compatriotas en los Estados Unidos:

Para encontrar una brizna de verdad ocasional flotando en un gran océano de confusión y engaño se necesita atención, dedicación y valentía. Pero si no ejercitamos esos duros hábitos de pensamiento, no podemos esperar resolver los problemas realmente graves a los que nos enfrentamos… y corremos el riesgo de convertirnos en una nación de ingenuos, un mundo de niños a disposición del primer charlatán que nos pase por delante.11

 

ag/gch

 

* Investigador, ambientalista y ensayista panameño.

 

1 “Ciencia y esperanza”, en El Mundo y sus Demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad. Planeta, México, 1997 (1995), p. 56, 57.

2 En el sentido en que el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) plantea – en un ensayo de referencia obligada sobre el tema – que, si bien la ciencia proporciona “conocimientos sobre la técnica que, mediante la previsión, sirve para dominar la vida, tanto las cosas externas como la propia conducta de los hombres”, por otro ofrece “métodos para pensar, instrumentos y disciplina para hacerlo” y sobre todo, “claridad”. “La ciencia como vocación”, en El Político y el Científico, Alianza, México, 1991, p. 221.

3 El proceso que llevó a la ciencia a ocupar ese lugar central en la cultura europea occidental, por ejemplo, se expresa en el campo de la literatura en lo que va de la publicación en 1818 de la novela Frankestein o el moderno Prometeo, de la escritora inglesa Mary Shelley, al éxito editorial sin precedentes en la literatura de masas alcanzado por el novelista francés Julio Verne con obras como Viaje al centro de la tierra (1864), De la tierra a la luna (1865), Veinte mil leguas de viaje
submarino (1870), La isla misteriosa (1870) y La vuelta al mundo en ochenta días (1872). La tensión ya evidente en el siglo XIX entre las preocupaciones de orden ético y moral sobre el poder que la ciencia otorgaba a los humanos en su relación con la naturaleza viviente, característica de la obra de Shelley, y el optimismo progresista de Verne se prolonga hasta nuestros días, y se renueva incluso en el debate en torno a las promesas y los riesgos de la manipulación genética, por citar un ejemplo destacado.

4 Así, por ejemplo, Weber llega a señalar que el progreso científico “constituye una parte, la másimportante” del proceso de “intelectualización y racionalización” que, más que “un creciente conocimiento general de las condiciones generales de nuestra vida”, significa “se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede llegar a saber que, por tanto, no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos e imprevisibles, sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Esto quiere decir simplemente que se ha excluido lo mágico del mundo”. Op. Cit. pp. 198-200 (negrita del autor). El corolario ético de ese planteamiento, por demás inquietante en la perspectiva de Shelley, lleva a Weber a afirmar que “Todas las ciencias de la naturaleza responden a la pregunta de qué debemos hacer si queremos dominar técnicamente la vida. Las cuestiones previas de si debemos y, en el fondo, queremos conseguir este dominio y si tal dominio tiene verdaderamente sentido son dejadas de lado o, simplemente, son respondidas afirmativamente de antemano”. Ibid., p. 209.

5 Ibid., p. 44.

6 Al respecto, por ejemplo: O’Connor, James: “The Conditions of Production and the Production of Conditions”, en Natural Causes. Essays in Ecological Marxism. The Guilford Press, New York London, 1998, pp. 144- 157. Una version en español aparecerá próximamente en la revista TAREAS, del Centro de Estudios Latinoamericanos “Justo Arosemena”.

7 “La misión particular de la sociedad burguesa”, decía Carlos Marx en una carta a Federico Engels en 1959, “es el establecimiento del mercado mundial, al menos en esbozo, y de la producción basada sobre el mercado mundial. Como el mundo es redondo, esto parece haber sido completado por la colonización de California y Australia y el descubrimiento de China y Japón.” Marx a Engels. Londres, [8 de octubre de] 1858. Apud. Dobb, Maurice (1977): Marx como Economista. Editorial Nuestro Tiempo, México, p. 106. Fuente original: Marx, Engels (1957): Correspondencia. Editorial Cartago, Buenos Aires. Por otra parte, Marx atribuye a la organización y desarrollo de ese mercado un papel decisivo en la formación de la ciencia moderna: “La exploración de la Tierra en todas las direcciones, para descubrir tanto nuevos objetos utilizables como nuevas propiedades de uso de los antiguos, al igual que nuevas propiedades de los mismos en cuanto materias primas, etc.; por consiguiente el desarrollo al máximo de las ciencias naturales; igualmente el descubrimiento, creación y satisfacción de nuevas necesidades provenientes de la sociedad misma; el cultivo de todas las propiedades del hombre social y la producción del mismo como un individuo cuyas necesidades se hayan desarrollado lo más posible, por tener numerosas cualidades y relaciones; su producción como producto social lo más pleno y universal que sea posible (pues para aprovecharlo multilateralmente es necesario que sea capaz de disfrute, y por tanto cultivado al extremo) constituye asimismo una condición de la producción fundada en el capital.” Elemento Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857–1858. I. Siglo XXI Editores, México, 2007 (1971). I, 361.

8 Así, por ejemplo, ocurre que haya sido la Inglaterra victoriana la que, en la década de 1850, estuviera en la necesidad de, y dispusiera de los medios para, domesticar el árbol de la cinchona, originario de la Amazonía Perú-boliviana, con el fin de producir quinina en la cantidad y calidad necesaria para proteger de la malaria a sus tropas, administradores y plantadores en la India. Como testimonio del éxito de la empresa, el Superintendente del Museo del Gobierno Central de Madras, India, Cirujano-Mayor Bidie, escribió en 1879 a Thisleton Dyer, Director Asistente del Jardín Botánico de Kew, en Inglaterra, lo siguiente: “Para Inglaterra, con sus numerosas y extensas posesiones coloniales, (la cinchona) es simplemente invaluable; y no es exagerado decir que si existen porciones de su imperio tropical que están sometidas por la bayoneta, el brazo que sostiene el arma sería ineficaz de no ser por la corteza de Cinchona y sus principios activos”. Philip, Kavita: “Imperial Science Rescues a Tree: Global bothanic networks, local knowledge and the transcontinental
transplantation of Cinchona”. Environment and History, Volume 1, Number 2, June 1995, p. 192.

9 En El Canal de Panamá en el Siglo XXI. Encuentro académico internacional sobre el Canal de Panamá. Panamá, 4 – 5 de septiembre de 1997. Universidad de Panamá, Universidad Tecnológica de Panamá, Universidad Santa María La Antigua, Ciudad del Saber, Centro de Estudios y Acción Social Panameño, Centro de Estudios Latinoamericanos. Panamá, 1998. P. 398.

10 Ídem.

11 “Ciencia y esperanza”, en op. Cit., p. 57.

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