Juan J. Paz y Miño Cepeda*
Exclusivo para Prensa Latina
En su primer discurso presidencial (20/enero/1961) John F. Kennedy hizo un llamado especial:
A nuestras hermanas repúblicas allende nuestra frontera meridional les brindamos una promesa especial: convertir nuestras buenas palabras en buenos hechos mediante una nueva alianza en aras del progreso; ayudar a los hombres libres y los gobiernos libres a despojarse de las cadenas de la pobreza. Pero esta pacífica revolución de esperanza no puede convertirse en presa de las potencias hostiles. Sepan todos nuestros vecinos que nos sumaremos a ellos para oponernos a la agresión o la subversión en cualquier parte de las Américas. Y sepa cualquier otra potencia que este Hemisferio se propone seguir siendo el amo de su propia casa.[1]
El Presidente Kennedy marcó así los ejes de la “guerra fría” sobre América Latina: 1) nueva “alianza para el progreso”; 2) oposición a toda agresión, subversión y potencia hostil; 3) los EEUU serán la potencia hegemónica del continente.
Era evidente para la política exterior norteamericana que la Revolución Cubana (1959) se había convertido en un peligro para los intereses del imperialismo y en un mal ejemplo para América Latina. Pero además, el presidente norteamericano demostraba una sagacidad indiscutible: si la región permanecía pobre y atrasada, el riesgo de otra revolución era cierto, de modo que había que “ayudar” a los gobiernos “libres” (Cuba había caído en la “esclavitud” comunista) a salir de la pobreza.
Casi a los dos meses, en un nuevo discurso (13/marzo/1961), Kennedy anunció el programa “Alianza para el Progreso”, no sin antes ubicarlo en su contexto histórico: citó a Simón Bolívar, quien había soñado en ver a las Américas como la más grande región del mundo “no tanto por su extensión y riquezas cuanto por su libertad y su gloria”.
Agregó que esa libertad estaba hoy en el “mayor peligro”, pero que, al mismo tiempo, por primera vez existía la capacidad para “romper las últimas cadenas de la pobreza y la ignorancia”; de modo que llegó el tiempo de demostrar al mundo “que la insatisfecha aspiración humana de progreso económico y justicia social pueden mejor realizarla hombres libres trabajando dentro de un marco de instituciones democráticas”; que reconocía, como ciudadano de los EE.UU. “que nosotros los norteamericanos no hemos comprendido siempre el sentido de esta misión común”; y remataba sus ideas así:
“He hecho un llamado a todos los pueblos del hemisferio para que nos aunemos en una nueva ´Alianza para el Progreso´, en un vasto esfuerzo de cooperación, sin paralelo en su magnitud y en la nobleza de sus propósitos, a fin de satisfacer las necesidades fundamentales de los pueblos de las Américas, las necesidades fundamentales de techo, trabajo y tierra, salud y escuelas”.
En el mismo discurso Kennedy estableció los diez ejes de la ALPRO: 1) Convertir la de 1960 en una década de “progreso democrático”; 2) planes de desarrollo bajo el apoyo de técnicos y de un Consejo Interamericano Económico y Social, en colaboración con la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo); 3) asignación de 500 millones de dólares iniciales; 4) apoyo a toda integración económica; 5) revisión del mercado de ciertos productos; 6) acelerar el programa “Alimentos para la paz”; 7) colaboración en el campo científico; 8) entrenamiento de expertos y ayuda a las universidades e investigadores; 9) seguridad colectiva en la paz y ayuda militar al desarrollo; 10) enriquecimiento en la vida y cultura mutuos.
Con estas medidas, dijo Kennedy, realizaríamos una “revolución”, pero en paz y libertad, por lo que, sostuvo: “expresemos nuestra especial amistad al pueblo de Cuba y al de República Dominicana y nuestra esperanza de que vuelvan a unirse pronto a la sociedad de hombres libres”. Cuba se hallaba en pleno avance de su proceso revolucionario y Joaquín Balaguer gobernaba en República Dominicana. Y Kennedy concluyó apelando al “espíritu” de Washington, Jefferson, Bolívar, San Martín y Martí, para “hombres libres” y no para “tiranías”.
Probablemente Kennedy no estuvo informado que Bolívar quería la integración y una gran república sin los EE.UU., y que, además, el Libertador, en carta privada dirigida desde Guayaquil al coronel Patrick Campbell (5/agosto/1829) le había dicho: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
Probablemente fue mayor el desconocimiento sobre José Martí (1853-1895), Apóstol de la Independencia de Cuba y radical antimperialista.
De manera que, como puede advertirse, la Revolución Cubana había marcado un cambio de época en la historia de América Latina. Y aunque la ALPRO fue un programa imperialista, una respuesta contra Cuba y una estrategia contra el comunismo internacional, al mismo tiempo que trajo la “guerra fría” a nuestra América Latina, paradójicamente contribuyó al desarrollo de varios países de la región.
Lo sucedido en el Ecuador de aquellos tiempos puede servir de ilustración: en su cuarta presidencia, José María Velasco Ibarra (1960-1961) demostró simpatías por Cuba. Luego de haber sido derrocado, su sucesor, el presidente Carlos Julio Arosemena (1961-1963) incluso pretendió extender lazos comerciales con países socialistas y se negó a romper con Cuba, hasta que un movimiento militar lo obligó a hacerlo. La Junta Militar que le sucedió (1963-1966), nacida directamente de la intervención de la CIA en el país, de acuerdo con el libro “Insidethe Company. CIA Diary” de Philip Agee, ex agente en Ecuador, no solo persiguió a toda izquierda, partido o institución “comunista”, sino que acogió de inmediato el programa ALPRO.
La Junta adoptó el primer Plan de Desarrollo en la historia nacional, ejecutó la reforma agraria que permitió superar el viejo régimen de las haciendas oligárquicas, impulsó la industrialización, fomentó el urbanismo, el crecimiento de las empresas privadas y atrajo capitales extranjeros norteamericanos, antes irrelevantes en la economía.
Ese modelo desarrollista no logró ser desmontado en años posteriores, pese a la decadencia de la ALPRO, y recibió nuevo impulso, bajo otras condiciones, en la década de los setenta, por intermedio de dos dictaduras militares (1972-1979) que consolidaron el desarrollismo gracias a la abundante e inédita riqueza petrolera del país. En dos décadas, Ecuador se transformó, aunque, desde luego, en la ruta de un capitalismo moderno, antes prácticamente raquítico.
Si la ALPRO sirvió para la modernización capitalista del Ecuador y de otros países latinoamericanos, no hay duda que nada aportó al progreso de Cuba, sino que la apartó de cualquier “ayuda” norteamericana. La respuesta para el pueblo cubano fue distinta: bloqueo, para tratar de someterlo.
Después de 54 años de ruptura de relaciones, el 20 de julio de 2015 se abrió la embajada de Cuba en Washington y el 14 de agosto la de Estados Unidos en La Habana. Un hecho que vuelve a marcar una nueva época en las relaciones de la potencia con América Latina.
Le ha tocado a la administración del presidente Barack Obama y al gobierno del presidente Raúl Castro arribar a un resultado histórico: el fin de la guerra fría en la región, la necesidad de reorientar la diplomacia norteamericana y la expectativa latinoamericana por el futuro de Cuba.
Esa apertura de embajadas inevitablemente es parte del camino que conduce al fin del bloqueo a Cuba, porque a diferencia de lo que aconteció en la época de Kennedy, los EE.UU. se encuentran con una América Latina que cambió a profundidad y con una serie de gobiernos progresistas ubicados en la nueva izquierda. Mientras estos gobiernos y prácticamente toda Latinoamérica ya han liquidado el bloqueo, los EEUU quedaron en riesgo de verse cada vez más aislados en la política y la diplomacia continentales.
Es que, además, ahora son estos gobiernos los que dan el ejemplo del camino al futuro; y sus acercamientos con China, Rusia y otros países de Europa, Asia y África, les aparta de la hegemonía que Kennedy imaginó para cuando la guerra fría podía justificarle.
Parece una ironía que en 1961 Kennedy estableciera una política diferenciada frente a Cuba y el resto de América Latina, y que ese mismo año naciera Barack Obama, el actual Presidente de los EEUU, quien al anunciar el restablecimiento de relaciones con Cuba, hizo un trazo diametralmente opuesto al de Kennedy. El discurso de Obama comenzó así (http://goo.gl/kyBGzH):
Hoy, EE.UU. va a cambiar su relación con el pueblo de Cuba. En el cambio más significativo de nuestra política en más de 50 años, terminaremos un enfoque obsoleto, que ha durado décadas y ha fracasado en avanzar en nuestros intereses, y en vez de eso comenzaremos a normalizar relaciones entre nuestros dos países. A través de estos cambios, tenemos la intención de crear más oportunidades para el pueblo americano y cubano y comenzar un nuevo capítulo entre las naciones de América.
El Presidente reconoció: “La Historia entre EE.UU. y Cuba es complicada”, aunque solo hizo alusión histórica a la época de la guerra fría desde 1961; “Después de todo, estos 50 años han mostrado que el aislamiento no ha funcionado. Es tiempo de un nuevo enfoque”, afirmó.
Obama encargó al Secretario de Estado, John Kerry, el inicio de las relaciones. En el discurso que pronunció en la ceremonia de apertura de la embajada de los EE.UU. en La Habana, Kerry dijo:
“Por más de medio siglo, las relaciones EEUU-Cuba han estado fosilizadas en el ámbar de la política de la Guerra Fría”; y volvió al uso de la historia como fundamento, afirmando: “Amigos, estamos congregados hoy aquí porque nuestros líderes, el presidente Obama y el presidente Castro, tomaron una valiente decisión: Dejar de ser prisioneros de la historia y enfocarse en las oportunidades de hoy y de mañana”.
Tanto el Presidente Obama como el Secretario Kerry concentraron sus discursos en las relaciones entre EE.UU. y Cuba. No hubo otras alusiones a nuestra América Latina. Es un signo de la independencia que ha tomado la región en sus decisiones de soberanía y diplomacia, lo cual contrasta con el pasado de hace medio siglo, cuando otros gobiernos las subordinaron a las estrategias norteamericanas.
Tampoco contamos hoy con los programas de “ayuda” destinados a fines hegemónicos. Es esa independencia, encabezada por los países latinoamericanos con gobiernos de nueva izquierda, la que permite que sean los mismos países de la región los que tomen las decisiones y las riendas sobre su futuro económico y social.
En el nuevo marco continental, las abiertas relaciones entre Cuba y los EE.UU. tienen también un enorme beneficio para toda la América Latina, pues los países de la región podrán afirmar con la isla no solo amplias relaciones económicas, sino un flujo de mutuas vidas históricas.
Quito, agosto de 2015
ag/jpm