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sábado 23 de noviembre de 2024

América Latina desde otra perspectiva

Por Juan J. Paz y Miño Cepeda*

* Exclusivo para Firmas Selectas/ Prensa Latina

 

En 1977 apareció el primer número de la revista “América Latina”, publicada por el Instituto de América Latina (IAL), de la Academia de Ciencias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Se anunciaba allí que aparecerían en ruso 6 números anuales y en español 4 números anuales. El director de esa publicación fue Sergó Mikoyán y el redactor de la edición española Yuri Kaluguin.

En Ecuador, esa  revista se distribuía desde dos ciudades: Guayaquil y Quito; y en esta última se la hallaba en la Librería Quito, que por entonces vendía los más variados libros, revistas y publicaciones soviéticas, incluyendo las obras de Marx, Engels y Lenin.

Los precios de estos libros eran increíblemente bajos. Los tres tomos de las obras escogidas de V. I. Lenin (que conservo aún con el señalamiento del precio en su primera página), publicados por la afamada Editorial Progreso de Moscú, con unas 800 páginas cada uno, con lomo cosido en hilo y, además, empastados al cartón y tela, costaron -todos- 57 sucres, que era todavía la moneda nacional ecuatoriana, en una época en la cual la paridad de un dólar era de 25 sucres.

Pues bien, ese primer número de América Latina contiene, como artículo que encabeza  la publicación, uno escrito por Alexandr Sujostat bajo el título “Etapa actual de la lucha revolucionaria de liberación”. Se refiere a que a finales de 1976 se había realizado en Moscú, en la Casa de la Amistad y Relaciones Culturales con Países Extranjeros, una conferencia científica del IAL “consagrada al estudio de los rasgos que particularizan la etapa actual de la lucha revolucionaria de liberación en el continente latinoamericano”.

Se señala que participaron representantes de los partidos comunistas de varios países: Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Nicaragua, Panamá y Venezuela, junto a “latinoamericanistas de diversos institutos de investigación científica y centros docentes de la URSS”.

De inmediato, el autor realiza un resumen de las ponencias presentadas. El director del IAL, Víctor Volski presentó una ponencia sobre el tema “Crisis del capitalismo dependiente”; el profesor Anatoli Shulgovski otra sobre “La clase obrera y los procesos revolucionarios en América Latina”; Lev Klochkovski habló sobre “La lucha de los países de América Latina por su independencia económica”; Anatoli Glinkin, sobre “La distensión y las relaciones internacionales en América Latina”; y también intervino Alexandr Sizonenko.

Los otros invitados al parecer no presentaron ponencias específicas, sino que intervinieron en la reunión dando sus apreciaciones sobre cada país, así: Pedro Saad, Secretario General del Comité Central del Partido Comunista del Ecuador; Álvaro Delgado, miembro del Comité Ejecutivo del CC del PC de Colombia; Rubén Darío Souza, Secretario General del CC del Partido del Pueblo de Panamá (comunista); Luis Carlos Prestes, Secretario General del CC del PC Brasileño.

A ellos se unieron Eduardo Gallegos Mancera, miembro del Buró Político del CC del PC de Venezuela; Hugo Guillén, miembro del CC del PC de Venezuela; Salvador Suárez, miembro de la Comisión Política del P. Socialista Nicaragüense; Eduardo Montes, miembro del CC del PC Mexicano; Héctor Agosti, miembro del Comité Ejecutivo del CC del PC de Argentina; y, Alejandro Yáñez, miembro del CC del PC de Chile.

Evidentemente no se trató de un encuentro académico, en estricto rigor, sino de un encuentro político, en el cual miembros de distintos partidos comunistas reflexionaron sobre ponencias de especialistas soviéticos en América Latina, que también tenían su clara línea de identidad en el marxismo-leninismo interpretado y consagrado de manera oficial por el PC de la URSS.

A partir de la Revolución Cubana (1959) se afirmaba la “crisis del sistema capitalista”; que en América Latina se vivía como una “crisis del capitalismo dependiente”

Ese era, por otra parte, el rasgo distintivo de los partidos comunistas de entonces; es decir, predominaron siempre los enfoques políticos por sobre la “frialdad” académica, lo cual sigue caracterizando, de manera general, a los partidos de izquierda del presente latinoamericano, donde lo político se antepone a lo académico, a la hora de la reflexión y el análisis de las realidades latinoamericanas contemporáneas. Es que a los militantes activos les resulta muy difícil desembarazarse de las concepciones del partido.

En todo caso, de acuerdo con la reseña que realiza A. Sujostat, algunas cuestiones históricas quedaron en claro: América Latina no podía ser tratada como una región común, sino diversa; había ciertas esperanzas en los gobiernos de Panamá, encabezado por Omar Torrijos (1969-1981), debido a su política nacionalista sobre el Canal; del Perú, donde se recordaba la obra de la dictadura militar “socialista” de Juan Velasco Alvarado (1968-1975), sucedido por otro militar, Francisco Morales Bermúdez (1975-1980); y relativamente en Ecuador, donde se había producido un recambio, ya que el gobierno “Nacionalista y Revolucionario de las Fuerzas Armadas” (así se autoidentificó) presidido por el general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976), había sido sustituido por un Consejo Supremo (1976-1979) que, de acuerdo con el mismo delegado Pedro Saad, había girado a la derecha.

En cambio, en Brasil continuaba el cuarto gobierno de la dictadura militar derivada del golpe de Estado de 1964 y presidido ahora por Ernesto Geisel (1974-1979); en Nicaragua se luchaba contra el brutal gobierno de Anastasio Somoza Debayle(1974-1979), a quien los sandinistas lograron derrocar tras años de lucha guerrillera; en Chile se había entronizado la dictadura terrorista de Augusto Pinochet (1973-1990); y en Argentina había ascendido otra feroz dictadura anticomunista presidida por el general Jorge Rafael Videla (1976-1981). El delegado colombiano criticó las actividades de los grupos izquierdizantes, por el daño que ocasionan al movimiento revolucionario.

Coincidían todos en que a partir de la Revolución Cubana (1959) se afirmaba la “crisis del sistema capitalista”; que los trabajadores avanzaban -en unos países más lento o más rápido que en otros-, en constituirse en la “vanguardia” de la lucha de clases (el delegado mexicano y el panameño insistían en la lentitud del avance de la conciencia de clase proletaria en sus países); y que en América Latina se vivía una “crisis del capitalismo dependiente”, un concepto que fue discutido y finalmente entendido en el sentido de que debía ubicárselo siempre en el contexto mismo de la crisis global del capitalismo.

Sin duda, desde nuestro presente, hay la tentación para decir ¡qué tiempos aquellos!

Nadie esperó la caída del socialismo en el mundo y particularmente el derrumbe de la URSS al iniciarse la década de 1990. Con el fin del “socialismo real”, necesariamente tenía que alterarse la visión de los partidos de izquierda (no solo los comunistas) y, sin duda de los académicos marxistas, sobre lo que es América Latina y sus perspectivas de cambio y transformación.

Es evidente que el impacto de semejante remezón fue de tal magnitud que las izquierdas entraron en una especie de colapso coyuntural que retardó su propia recuperación. Además, en el medio estuvo la consolidación del neoliberalismo latinoamericano en las dos últimas décadas del siglo XX.

El triunfo del capital, de la economía de libre empresa, del mercado libre y de la globalización transnacional parecía imbatible y eterno, a tal punto que el politólogo Francis Fukuyama  (“El fin de la historia y el último hombre”, publicado en 1992) habló del “fin de la historia”, como queriendo reformular la visión de Hegel sobre el camino de la historia universal.

Pero también resulta evidente que fue el comandante Hugo Chávez Frías (1999-2013) el que inauguró, prácticamente solo, en el momento en que llegó al poder, un espacio inédito para el resurgir de los sectores de izquierda latinoamericana. Y después de él, igual oportunidad fue creada, en distintos países, con el ascenso de gobiernos de “nueva izquierda”, como ocurrió en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Nicaragua y Uruguay.

Es necesario aclarar, porque podría malinterpretarse, que lo anotado no significa desconocer que las izquierdas continuaron en sus ámbitos de movilización y resistencia, fueron permanentemente críticas y se identificaron con los movimientos sociales y populares.

Pero lo que ha de entenderse es que los gobiernos de nueva izquierda abrieron un espacio histórico realmente inédito, precisamente favorable a las izquierdas en general, pues es claro que las orientaciones y políticas de tales gobiernos no se fundamentan en los criterios económicos que otrora privilegiaron exclusivamente el mercado libre, la globalización y la empresa privada, sino que han impulsado un poder estatal al servicio de los intereses ciudadanos y populares más amplios (“pluriclasistas”, desde la óptica marxista), desplegando una variedad de políticas sociales que alteraron el rumbo latinoamericano, al provocar indudables beneficios para las condiciones de trabajo y de vida nacionales.

Gobiernos de nueva izquierda son los que han ofrecido la oportunidad histórica inédita en América Latina para la actuación, valorización, movilización y hegemonía de las izquierdas en la región.

 

Esos gobiernos de nueva izquierda son los que han ofrecido la oportunidad histórica inédita en América Latina para la actuación, valorización, movilización y hasta hegemonía de las izquierdas en la región. Porque ya no es posible hablar exclusivamente de las izquierdas marxistas o marxistas-leninistas como en el pasado, sino de una gama amplia de sectores, que tampoco privilegian la “vanguardia” revolucionaria del proletariado, ni la lucha para la inminente derrota del capitalismo, cuya “crisis” sigue tan campante por décadas, sin derrumbar al sistema.

También es necesario diferenciar la comprensión de ese espacio de oportunidad histórica, macro, general, con el ejercicio concreto de las acciones de gobierno y con las coyunturas específicas, donde puede encontrarse las limitaciones que se quiera, aunque el análisis exige responsabilidad y objetividad, que a veces resulta difícil, cuando se privilegia la simple confrontación política y el radicalismo.

Y el hecho de que se haya abierto un espacio histórico, una oportunidad sin pasado en la región latinoamericana, implica comprender el gran riesgo que existe para todas las izquierdas con la articulación de las fuerzas de la derecha para retomar el poder y revertir el camino logrado.

Desde luego, ese riesgo parece no importar para nada a aquellos sectores de cierta izquierda que anhela lucir radical al pretender que, como el capitalismo aún no está vencido, los gobiernos progresistas, democráticos, de nueva izquierda, son iguales o peores que los del pasado.

Obligadamente la vida contemporánea de América Latina ha determinado el cambio de conceptos y paradigmas, porque la construcción del nuevo socialismo no tiene un camino prefijado, ni una “vanguardia” que lo conduzca.

 

ag/jpm

 

*Historiador, profesor, investigador y articulista ecuatoriano.
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