Por Gustavo Espinoza M.*
Especial para Firmas Selectas/Prensa Latina
Habitualmente, cuando hablamos de Simón Bolívar, nos referimos a él como un guerrero. Lo imaginamos, entonces, espada en mano, conduciendo un caballo encabritado, vadeando ríos o cruzando escarpadas montañas. Y lo asociamos, de ese modo, a la acción militar y al uso de las armas. Pero Bolívar no fue sólo un hombre de armas. Fue también un hombre de ideas.
No solo por su inteligencia privilegiada, sino también por su actividad práctica, su trabajo constante, su interés por la difusión del pensamiento y su obsesión por martillar en la cabeza de la gente nociones fundamentales referidas a su tiempo y a su época.
Bolívar luchó con el fusil y con la imprenta. Hay constancia escrita de que la consideraba “la artillería del pensamiento”; y la juzgaba tan necesaria, que la incorporaba en todas sus operaciones militares. No hubo una en la que no contara con ese valioso instrumento, y tampoco en la que prescindiera del personal calificado para trabajarlo.
Ya en 1810, cuando visitó Londres para hablar en torno a la independencia de América, juzgó de primera importancia conseguir una imprenta, para editar sus materiales. Hurgó en diversas instalaciones de la capital británica, con la idea de calzar su accionar futuro, difundiendo ideas y conceptos.
En 1817, en el mismo fragor de la guerra por la independencia de América, le envió una carta a Fernando Peñalver, a quien urgió: “Sobre todo, mándeme de un modo u otro, una imprenta; que es tan útil como los pertrechos”.
Aquí se registran dos conceptos: la urgencia de recibir la imprenta como elemento esencial para el cumplimiento de sus elevados propósitos y la importancia de ésta, comparable a la de los fusiles, las balas, las bayonetas; es decir, a los pertrechos militares indispensables en el combate.
Fue para él -diría uno de sus principales adversarios, José Domingo Díaz- “la primera arma”. “De ella –añadía el crítico- ha salido ese incendio que ha devorado América”.
Y es que Bolívar luchó con el fuego, pero también con la pluma. Supo volcar sus ideas en el papel y así redactó la célebre Carta de Jamaica, escrita en Kingston el 6 de septiembre de 1815, conocida como “la contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla”, y muchísimos otros documentos de inestimable valor.
El segundo elemento tiene que ver con el carácter de la guerra. La independencia fue una acción militar, pero también fue una acción ideológica, de un claro contenido político.
Había que combatir en el campo de batalla, pero también preparar la conciencia de los hombres para abordar, resistir y vencer en esa confrontación y, además, ganar a millones de personas, a fin de que asumieran la independencia como un fenómeno nuevo, un peldaño superior e ineludible en el proceso de la historia. Una etapa distinta en la evolución humana.
No se trataba sólo de ganar una batalla, por importante que fuera. San Martín, Bolívar, y los hombres que los acompañaban, tenían ante sí la tarea de construir una nueva sociedad, más humana y más justa; forjar un mundo nuevo; poner fin al régimen virreinal, a la colonia; y abrir paso a un sistema de gobierno y de vida inédito entre nosotros, un proceso que ellos sabían cuándo y cómo comenzaba, pero nadie sabría cómo ni cuándo podría darse por concluido.
Un tercer elemento nos lleva también a considerar a Bolívar un periodista notable. En su formación, siguió el itinerario de Francisco de Miranda, uno de los más grandes precursores de la independencia americana.
Miranda tradujo al español, por primera vez, la célebre Carta a los Españoles Americanos, valioso documento redactado en francés por nuestro compatriota Juan Pablo Viscardo y Guzmán -el jesuita nacido en Pampacolca- en los mismos días que la Revolución en Francia convulsionaba al mundo, y publicado en Livorno en 1790, apenas un año después de la histórica Toma de la Bastilla, bajo las insignes banderas de Igualdad, Libertad y Fraternidad.
De ese modo, Miranda y Juan Pablo abrieron la mente de millones de hombres y mujeres de América y crearon la base para que fructificara la semilla que recogiera el Libertador.
No hay que olvidar que, apenas diez años antes, ya el corazón de América se había estremecido con la insurgencia de José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru, el ilustre cusqueño que lanzara, en noviembre de 1780, el primer grito libertario de alcance continental.
Tupac Amaru, el valeroso cacique de Surimana, Tungasuca y Pampamarca -como se le recuerda- fue un calificado precursor de la independencia americana. Y se cubrió de gloria con su esposa, la Cacica de Acos, Micaela Bastidas, hasta ser finalmente vencido y bárbaramente ejecutado el 18 de mayo de 1871.
La primera experiencia periodística de Bolívar fue en “La Gaceta de Caracas”. Era esta una publicación casi oficial, de quien gobernara en la ciudad. En 1813, aún era realista. En 1814, cuando Bolívar la liberó, pasó a ser vocero de los independentistas. Después la perderían, y luego volverían a ganarla.
Pero allí en sus páginas, en 1814, Bolívar publicó su primera entrega periodística. Opinó no sólo en torno al contenido de la publicación, sino también a su estilo, su forma, su manera de entregar las noticias. Y abrió una crítica dura, condenando las distorsiones, el poco apego a la verdad, las exageraciones y las deformaciones en las que incurrían quienes hacían uso de ella.
Ya entonces Bolívar tenía interiorizada una idea que expresaría más tarde, en agosto de 1829: “la verdad pura y limpia, es el mejor modo de persuadir”.
En 1818, Bolívar fundó un diario de gran importancia: “El Correo del Orinoco”, que bajo su orientación se publicó con gran éxito entre junio de 1818 y marzo de 1822: “Somos libres, escribimos en un país libre, y no nos proponemos engañar a nadie”, dijo en sus páginas, mostrando el perfil del periodismo que practicaba. Años después, ya en el Perú, fundaría “El Peruano”, que subsiste hasta hoy.
Es bueno subrayar que cuando este diario se fundó, llevaba otro nombre: “El Peruano Independiente”, como una manera de reconocer que, así como había peruanos que hacían suya la causa libertaria, también había quienes se consideraban peruanos realistas, es decir, partidarios de la Corona.
No hay que olvidar que durante su estancia en el Perú, el Libertador fue objeto de una aviesa campaña. Los antiguos realistas -como Riva Agüero y Torre Tagle-, que fueron partidarios del rey hasta el último instante, asumieron la bandera republicana cuando se desmoronó el poder imperial y se apoderaron -en un país aletargado- de la gestión oficial.
Ellos hicieron, desde diversos medios, activos ataques acusando a Bolívar de pretender perpetuar su dominio en el Perú, y lograron influir en una parte de la sociedad con esos puntos de vista.
Aunque la historia registra el desapego de Bolívar al respecto, y su voluntad irreductible de dejar que fueran los propios peruanos los que decidieran el destino de país, las agresiones contra al líder de la independencia fueron constantes y exigieron respuestas cotidianas y puntuales a través de los medios entonces existentes.
Durante toda su vida, Bolívar fue un asiduo lector de la prensa de la época. Estaba suscrito a distintas publicaciones y seguía la orientación de ellas, criticando acerbamente a las que resistían la ola republicana.
Muchas veces polemizó con ellos buscando no solo derrotar posiciones reaccionarias, sino también abrir la mente de la gente para que diferenciara los puntos de vista de unos y otros.
El Libertador siguió atentamente el curso de los acontecimientos en los más diversos escenarios. Le preocupaba la evolución de la crisis que corroía a la corte ibérica; pero también lo que ocurría en Inglaterra; y hasta lo que sucedía en los Estados Unidos, donde ya veía surgir una potencia peligrosa para los intereses continentales de América.
Son conocidos sus escritos alertando a todos acerca del nefasto papel que cumpliría ese país, predestinado -dijo- “a plagar América de hambre y de miseria, en nombre de la Libertad”.
La concepción central de Bolívar en torno al papel de la prensa fue resumida en el Proyecto de Constitución, presentado ante el Congreso de Angostura, en 1819, cuando sentenció: “El derecho de expresar sus pensamientos y opiniones de palabra, por escrito o de cualquier otro modo, es el primero y más inestimable don de la naturaleza. Ni aún la ley misma podrá jamás prohibirlo…”.
El Libertador era consciente de la célebre frase de Montesquieu: “Un pueblo soberano, es como un caballo indómito. Puede pronto derribar a su jinete”.
Hoy, pese al tiempo transcurrido, podemos constatar que muchos elementos, no han cambiado. Que la actitud de la “prensa grande” frente al proceso social de nuestro tiempo iguala la que mantuvo la prensa realista ante Bolívar y los libertadores hace 200 años: hostil al extremo, empeñada en deformar los hechos porque no le interesa la verdad.
Lo que busca es convertir en verdad aquello que responda a sus intereses. Ahí radica la esencia de sus ataques al proceso emancipador latinoamericano.
La tarea de nuestros pueblos, asumiendo el legado de Bolívar, es afirmar el proceso de unidad continental por la ruta que, en su momento, nos trazaran paradigmas de la historia, como José Martí y José Carlos Mariátegui, para quienes América fue una sola.
ag/ezm