Juan J. Paz y Miño Cepeda*
Especial para Firmas Selectas/Prensa Latina
El Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP) 2015, realizado en Quito el 28 y el 30 de septiembre, fue la oportunidad para la reflexión política sobre los avances y desafíos de los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda.
Una oportunidad internacionalista significativa, pues América Latina es la región donde se mantienen gobiernos identificados con la izquierda e incluso con el socialismo del siglo XXI; porque la región es un referente mundial por el avance de las fuerzas democráticas y antimperialistas; y porque la tendencia de izquierda ha crecido en el ámbito internacional, anunciando la posibilidad de nuevos triunfos, lo cual es un hecho inédito en la historia contemporánea, desde el derrumbe del socialismo mundial.
Precisamente la caída del muro de Berlín, que simbolizó el desmoronamiento del socialismo y la expansión victoriosa de la globalización transnacional, tuvo un doble efecto: descolocó a la izquierda mundial y particularmente latinoamericana, que entró en franca debacle, y, además, derrumbó la hegemonía del marxismo como referente teórico para las izquierdas y como doctrina portadora de la esperanza inevitable por el socialismo.
En la década de los 90 del pasado siglo no parecía existir en el horizonte de la humanidad alguna alternativa al capitalismo y en América Latina el neoliberalismo campaba. Antiguos teóricos marxistas cambiaron de rumbos, militantes de la izquierda abandonaron sus partidos y entre éstos hubo desde los que quedaron en el ostracismo hasta los que cayeron en el oportunismo, a fin de no perder espacios de presencia en la “democracia burguesa”.
También es cierto que supervivieron pocas fuerzas políticas y además académicos que continuaron en su activismo social o ejerciendo la crítica en condiciones totalmente adversas. Pero los movimientos sociales igualmente perdieron por partida triple: terminó el sueño por la derrota definitiva del capital, quedó cuestionada toda vanguardia de los trabajadores para una nueva sociedad y los partidos que siempre les acompañaron se hallaban en colapso. En el cono sur la izquierda había sufrido demasiado en manos de los gobiernos militares terroristas, aupados por el imperialismo.
En unos países más o en otros menos, el panorama latinoamericano fue igual. Nadie esperó que la historia cambiara radicalmente desde el ascenso al poder del presidente Hugo Chávez (1999-2013). Y después de él llegaron otros gobernantes que fueron identificados en la “nueva izquierda” latinoamericana.
El fenómeno despertó enorme inquietud y se generalizaron los estudios sobre el tema. Entre tantos que puede citarse, está, por ejemplo, el libro de José Natanson, quien fuera redactor de “Página 12” en Argentina y jefe de redacción de la conocida revista “Nueva Sociedad”, quien en 2008 publicó “La nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela, Chile, Uruguay y Ecuador”, en cuya portada consta una memorable foto en la que están juntos: Rafael Correa, Michelle Bachelet, Tabaré Vásquez, Cristina Fernández, Inacio Lula Da Silva, Hugo Chávez y Evo Morales. A ellos hay que sumar los nombres de José Mujica, Fernando Lugo y Salvador Sánchez Cerén.
Este ciclo inédito de gobiernos abrió una nueva perspectiva en la historia latinoamericana, favorable a la tendencia de izquierda, con frontales ataques al neoliberalismo, una clara posición anticapitalista y antimperialista, la definición por los intereses más amplios de las clases medias, trabajadores y sectores populares, la recuperación y transformación del Estado; y tres de ellos, específicamente en Ecuador con Rafael Correa, Bolivia con Evo Morales y Venezuela con Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro, identificados con el “socialismo del siglo XXI”. Por fin se abrió en el mundo un horizonte alternativo al capitalismo.
El ciclo brindó la oportunidad y el espacio para la recuperación y presencia de todas las izquierdas, antiguas o nuevas en la vida de cada país. Incluso en Ecuador, todas las izquierdas apoyaron el triunfo electoral de Rafael Correa, el proceso constituyente y el referéndum por la Constitución de 2008.
Después, en el camino de la “Revolución Ciudadana”, una serie de sectores de la izquierda tradicional, dirigentes laborales e indígenas y académicos marxistas, rompieron con el gobierno y hasta pasaron a la oposición cada vez más radical.En ELAP-2015 tanto el discurso de Álvaro García Linera, Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, como el del Presidente ecuatoriano Rafael Correa, cuestionaron a esas izquierdas autollamadas críticas.
García Linera las calificó de “izquierda de cafetín”, “deslactosada”, “perfumada”, que critica a los gobiernos progresistas “que no han construido en una semana el comunismo”, que no han “acabado de una buena vez con el mercado mundial” y, además, “por no haber instaurado inmediatamente y por decreto el buen vivir”.
Correa se refirió al “ecologismo infantil”, al “indigenismo infantil” y al “izquierdismo infantil”. De acuerdo con ambos mandatarios, esas izquierdas le han hecho el juego a las derechas. En el caso del Ecuador eso en buena parte es así, pues una serie de ideas, argumentos, posiciones y hasta movilizaciones que las otras izquierdas han impulsado y apoyado, han sido acogidos, alentados y aplaudidos por las derechas de oposición. Es un síntoma de que algo no funciona desde esas otras izquierdas, pero que ellas se niegan a admitirlo.
Desde luego, los discursos de estas dos personalidades no se reducen a las frases anotadas. Pero lo que me interesa resaltar es que hay un problema, una tensión política y académica con esas otras izquierdas que dejaron de apoyar a los gobiernos de nueva izquierda.
El problema de esas contradicciones merece ser estudiado. Y el tema está despertando cada vez más interés. Precisamente “Nueva Sociedad” dedicó su número 247 (septiembre-octubre 2013) al tema central “Debates y tensiones de la izquierda”. Su trasfondo se inclina a la defensa de la socialdemocracia.
Ese año también vio la luz un libro compilado por Mario Bunge y Carlos Gabetta bajo el título “¿Tiene porvenir el socialismo?”. Hace poco circuló “¿Tiene futuro el capitalismo?” (2015) de Immanuel Wallerstein, Randall Collins, Michael Mann, GeorgiDerluguian y Craig Calhoum.
Y en Ecuador igualmente el tema interesa, y podría citar al menos tres obras colectivas: “Reinventar la izquierda en el siglo XXI”, coordinado por José Luis Coraggio y Jean-Louis Lavalle (2014); “Democracia participativa e izquierdas”, coordinado por AnjaMinnaert y Gustavo Endara, y “Desde sus cenizas. Las izquierdas en América Latina a 25 años de la caída del Muro de Berlín”, editado por Daniel Kersffeld, ambas obras publicadas en 2015.
Desde luego, esos libros no agotan el tema ni las posibilidades del análisis. Sin embargo, lo que ocurre en Ecuador puede ser ilustrativo para otros países latinoamericanos. Porque aquí, las izquierdas “críticas” o anti-correístas asumen ser ellas las auténticas izquierdas y niegan esa calidad no solo a las izquierdas “correístas” sino al propio gobierno.
Pero todas ellas aliadas en la “Unidad Plurinacional de las Izquierdas”, junto con las dirigencias del sector indígena de la CONAIE (no es la única organización indígena en Ecuador) e incluso con dirigentes laborales (también las organizaciones de trabajadores están divididas), apenas obtuvieron el 3% de respaldo en las elecciones de febrero de 2013, que son las únicas que sirven de referente hasta el momento.
Predomina en esas izquierdas la adhesión al marxismo y sobre esa base asumen tener la verdad inobjetable, que la niegan a todo aquel que no sea “marxista”. Sus académicos han publicado la mayor cantidad de obras sobre el gobierno del “correísmo” (así le identifican), en los que predomina la posición simplemente política y el análisis sentimental por sobre la investigación científica. Algunos autores han demostrado tal dogmatismo, que ajustan los datos de la realidad a los conceptos supuestamente teóricos de un marxismo reducido a ciertas etiquetas prefijadas.
Los trabajos que analizan las fracturas entre las izquierdas observan circunstancias variables en los distintos países. Demuestran que las izquierdas opositoras son minoritarias, aunque algunas tengan poder de “convocatoria”. Pero como su proyecto histórico es el “socialismo”, lo que las obras a las que puede acudirse evidencian es que no existe precisión sobre lo que tiende a ser el nuevo sistema.
Queda siempre la pregunta: ¿y qué es el socialismo hoy? El propio Presidente Correa reivindica como “socialismo” un tipo de capitalismo social con poder popular. Está claro que el total estatismo es inviable y que un proceso como el de Cuba es irrepetible. Se admite la posibilidad de obrar con la empresa privada. Nadie se atreve a señalar la “inexorable” muerte del capitalismo y el triunfo “inevitable” de la “revolución proletaria”. Quizás las reformas sociales todavía prolonguen la vida de este sistema, como parecen sugerirlo Mann o Calhoun.
¿Qué hacer entre tanto? Creo que García Linera trazó temas cruciales en la ELAP-2015: resignificar la democracia, porque es un escenario de la propia revolución; tomar el poder y transformarlo; crear la hegemonía del bloque social de izquierda; conquistar el “sentido común”; irradiar la democracia en todo orden y no solo en el parlamento; cuidar la buena gestión económica; proteger la Madre Tierra, lo cual no excluye el extractivismo responsable; y cohesionar lo nacional-estatal que en la actual fase de reacción derechista pretende fraccionarlo.
ag/jpm