Por Frei Betto*
Como nave sin rumbo, el gobierno de Dilma, rehén de sucesivos escándalos de corrupción, se enfrenta a la corrosión de su “joya de la corona”: lo social. Según datos del gobierno federal (Pnad 2014, el principal estudio socioeconómico del Brasil), el país cuenta hoy con menos miserables y menos desigualdades que hace diez años, aunque con más desempleo y más mercado informal de trabajo.
El analfabetismo se rebajó algo, pero aun tenemos 13.7 millones de brasileños mayores de 15 años que no saben leer. El desempleo afecta sobre todo a los jóvenes de entre 15 y 24 años; éstos eran el 75.5 % de los 617 mil desempleados en el 2014. Y volvió a crecer el trabajo infanto-juvenil, que venía bajando continuadamente en los últimos ocho años. Hoy son 3.3 millones de trabajadores con edades entre 5 y 17 años. ¡Un crimen de lesa patria y lesa humanidad!
Con el aumento del desempleo y de la inflación las familias de renta baja se ven obligadas a un recurso trágico: mandar a sus hijos al mercado de trabajo. En la franja etaria de entre 5 y 13 años, en la cual todo trabajo es ilegal, el aumento fue del 9.5 % (¡554 mil niños!). Resultado: la tasa de escolarización cayó al 80.3 %, mientras que entre los niños y jóvenes que no trabajan la escolarización llega al 95.6 %.
Isa Oliveira, secretaria ejecutiva del Foro Nacional de Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil, no es optimista respecto al futuro. Según ella, hasta el 2020 el Brasil tendrá al menos dos millones de niños trabajando, la mayoría de ellos en la zona rural. Y muchos en condiciones de semiesclavitud, como en la cosecha de la caña de azúcar, a pesar de que el gobierno haya reducido el trabajo infantil en empresas carboneras e industriales.
Hace tres años que no aumenta la tasa de escolaridad entre los jóvenes de 15 a 17 años. Permanece estancada en el 84.3 % de los jóvenes de ese nicho. Y con el ajuste fiscal recortando las partidas del financiamiento estudiantil, como el Fies, todo indica que desembocaremos en el efecto Tostines: con el mercado en crisis los jóvenes verán reducida la oferta de empleos; y tendrán menos oportunidades porque carecen de experiencia y de formación cualificada.
Entre los que tienen de entre 18 a 24 años, apenas el 30 % siguen en la escuela. Los demás debieron abandonarla por falta de recursos o por la dificultad para conciliar estudio y trabajo. Efecto vergonzoso para un país en el que la asistencia escolar debiera ser obligatoria y todo el sistema de enseñanza gratuito.
Sí ha habido mejoras en los últimos diez años. Del 2004 al 2014 la renta de los 10 % más pobres se triplicó, comparada con el aumento de la renta del 10 % más rico. En ese mismo período la pobreza extrema en niños y jóvenes hasta los 14 años bajó del 7.6 % al 2.8 %.
Si en el 2016 recortaran US$ 4 mil millones de la Bolsa Familia, como desea el relator del presupuesto, el diputado Ricardo Barros (PP-PR), 23 millones de personas quedarían fuera del programa (¡la mitad de los niños!).
El número de pobres (personas con una renta mensual de hasta US$ 75), en el Brasil, en un año, bajó de 20.4 millones (o sea el 10.13 % de la población en el 2013) a 17 millones (o el 8.38 % del 2014). La extrema pobreza (una renta mensual de US$ 30 o menos) pasó de 7 millones de personas en el 2013 a 4.7 millones en el 2014.
¿Será que tales avances resistirán la recesión que enfrenta el país? La inflación, a punto de superar la barrera del 10 % al año, va a golpear sobre todo a los más pobres, cuyos ingresos se gastan, en su mayor parte, en alimentación.
ag/fb