Por José Luis Díaz-Granados *
Rafael Alberti escribió Sobre los ángeles. Su amigo y confidente Luis García Montero escribió sobre el ángel. Sobre Ángel González, el inmenso poeta que vio vivir su infancia en medio de la hemorragia de la Guerra Civil, que sufrió el horror de ver su propia sangre escupida en el pañuelo y que glosó a Heráclito en una patética metáfora de la sangre: Nada es lo mismo, nada / permanece. /Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra:/ se hacen las dos con sangre, se repiten…
Ángel González (Oviedo, 1925) pierde a su padre al año de nacido y a su hermano Manolo cuando apenas rebasa los 10 y padece de tuberculosis cuando no ha cumplido los 18. Por fortuna, el destino le ha deparado una madre noble, inteligente y heroica, que en el fragor de la contienda y en medio de la ira y el terror causados por el asesinato de su hijo Manolo, el comunista discreto, no vacila en imponerle las consignas de seguir estudiando, desarrollarse intelectualmente y aprender a callar y a resistir.
La madre del poeta, María Muñiz, tuvo el valor de casarse con un cojo, descendiente de labradores, con quien tuvo cuatro hijos, el menor de ellos el futuro poeta . La vida de María recorre el libro de García Montero como una presencia decisiva, al igual que están siempre presentes los “ausentes” Pedro González Cano y Manuel Muñiz y García, el padre y el abuelo del poeta, “los dos muertos más importantes de su vida”, La Guerra Civil (1936-1939), atraviesa la vida de los españoles como un rayo de sangre donde nunca amanece.
Los franquistas asesinan a su hermano Manolo; el otro hermano, Pedro, se exilia.
En 1943, el joven Ángel, enfermo de tuberculosis, debe ir al Páramo del Sil en busca de salud. Allí comienza a escribir poesía después de leer a Rubén Darío, objeto de la devoción de su familia materna. Después haría “cursos intensivos de poesía con la ayuda inestimable de Juan Ramón Jiménez (sobre todo de su Segunda antolojía poética) y Antonio Machado”.
Más tarde se recibe de abogado en la Universidad de Oviedo. En 1950 se traslada a Madrid donde estudia periodismo. Años después va a Barcelona y allí entabla amistad con otros jóvenes como José Manuel Caballero Bonald, Carlos Barral, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo.
En 1956 es merecedor de un accésit de poesía en el Premio Adonais con su libro Áspero mundo, al que le seguirán como peldaños ascendentes hacia la gloria literaria: Grado elemental (1962), Palabra sobre palabra (1965), Tratado de urbanismo (1967), Procedimientos narrativos (1972), Muestra de procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1976), Prosemas o menos (1985), Deixis en fantasmas (1985) y 101+19=120 poemas (antología publicada por Visor en 1999, al igual que su libro póstumo Nada grave, (2008), entre otros.
Ángel González fue profesor invitado en varias universidades norteamericanas y ganó algunos de los premios más importantes de la poesía española. Se casó en 1993 y su lugar predilecto en los últimos años fue la Cafetería Kon-Tiki, de “usos múltiples, desayunos, comidas, cenas, citas profesionales, convocatorias de amistad, primeras copas en busca de la noche y escapadas repentinas “para huir de la nostalgia”, situada en San Juan de la Cruz con la calle Zurbano, en Madrid, y donde nunca admitió que sus amigos pagaran una copa, porque era “su casa”.
La biografía, novelada con ese estilo ameno, directo, lleno de profundos matices, discretamente analítico y didáctico, y no exento de fina ironía, que caracteriza la prosa de Luis García Montero (Granada, 1958) –uno de los poetas cardinales de la España contemporánea-, nos envuelve en una atmósfera que aúna la ternura humana con la convulsión colectiva, los silencios familiares con las crudezas de la catástrofe, las anécdotas lúdicas con el ruido llameante de los obuses.
La trayectoria lírica de un poeta como Ángel González se ve recreada allí con pasión, sabiduría y buen gusto. Cada párrafo escrito por García Montero enseña algo al lector, dentro de un testimonio cabal y preciso, sin una sola muestra de sectarismo, muy semejante a los juegos escolares de Ángel cuando éste prefería ser Churchill, para no parecer tan rojo si escogía ser Stalin, ni tan enemigo de su familia si prefiriera a Hitler.
La biografía de este poeta de “tono bajo con el que habla de las cosas altas”, es colosal. Y bastan los poemas allí escogidos (poquísimos, pero representativos) para mostrar a los lectores que no conocen a Ángel González, la grandeza de este hombre, fruto, desde luego, de un padre fuera de lo común y una madre noble y heroica, y de un abuelo excepcional y una serie de tías, hermanos y seres afines que hicieron del vate un ser extraordinario.
Al terminar el libro, queda la sensación de que Ángel González personificó un instante puntual en la lírica hispánica como antes lo fueron Rubén Darío, Juan Ramón, Machado, García Lorca y Alberti, un cataclismo “disciplinado y rebelde” de la palabra, y también ¿por qué no? un invento todopoderoso de García Montero, poeta con ángel. Y con duende.
Un gran poeta que recrea a otro gran poeta. Como Neruda a Quevedo y Alberti a Góngora. Como. Como el mismo Ángel González a Juan Ramón, Machado y Gabriel Celaya. Mañana no será lo que Dios quiera -novela que a Joaquín Sabina le gustaría cantar-, ha sabido recrear con sumo acierto la parábola vital y literaria de ese párrafo extenso e intenso de la historia de España que se llamó Ángel González. Y lo ha glorificado.
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas.
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