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miércoles 29 de enero de 2025

El hombre que no podía dormir

Alfonso Carvajal*

 

José Antonio Ramos Sucre fue un extraño personaje que se pulió a sí mismo en el silencio y la genialidad. Nació en Cumaná (1890), Venezuela, y murió en Ginebra, Suiza (1930). Algunos bardos del país hermano lo rescataron del anonimato en la década de los 50. Fue un adelantado y es una referencia canónica de la poesía hispanoamericana.

Fue un adelantado, una referencia canónica de la poesía hispanoamericana. Cuando la época dictaba escribir en el lenguaje de la grandilocuencia y la retórica, su poesía en prosa es reflexiva, certera, misteriosa.

 

Entre otras cosas maravillosas, dijo que el tiempo era «una invención de los relojeros». Y tenía razón. El tiempo fluye según la imaginación de cada quien; más que una relatividad universal, es una percepción individual.

Su inteligencia lo llevó a aprender por su propio esfuerzo el latín, el griego, el alemán, el italiano,  el holandés… Y su poesía en prosa, alimentada de antiguas lecturas, es reflexiva, certera, misteriosa, cuando la época dictaba escribir en el lenguaje de la grandilocuencia y la retórica. Es decir, versos de efímero resplandor, de lujosas sonoridades.

Ramos Sucre era atípico y cargaba un dolor que lo aisló brutalmente de los otros: sufría de insomnio. Como un personaje del cineasta sueco Ingmar Bergman, vivía a cabalidad «la hora del lobo»: no podía dormir y aguardaba erizado el alba entrando como un rayo del infierno por la ventana. Esto explica el ambiente hermético, turbio, de su poesía: «Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos»; esto es una anécdota significativa en su espíritu creativo, pero él va más allá, ahondando en el Dante y en Blake, en los griegos.

En su ensayo Las piedras mágicas, Carlos Augusto León afirma que su poesía se acercaba a la música, «la cual nos eleva por encima del mundo real»; su patria era la imaginación y la ejerció con libertad poética. Amó la soledad, las cosas sencillas y dijo: «Aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua, donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante»; esculpió a su manera la pureza del idioma, reinventando con originalidad los moldes clásicos.

Fue profesor de un liceo en Caracas, luego se hizo diplomático y se marchó a Hamburgo a curarse de su enfermedad. La muerte lo acechaba, «yo quiero escapar de los hombres hasta después de la muerte», que expresa la lucha interna por prevalecer, por arañar la fugacidad de la inmortalidad.

Un día, «el rey maldito, predicador de infortunios», decidió dormir para siempre. Tomó una sobredosis de pastillas para extinguir su martirio. Hoy, su poesía está viva en los libros, despierta, esperando a que los lectores abran las páginas de su gloria intacta.

 

ag/ac

 

*Escritor, crítico literario y cronista colombiano.
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