Por Rafael Cuevas Molina*
Estamos en un período histórico en que, en el ámbito de la cultura, se desarrollan procesos fundamentales para la dinámica política. Como nunca antes, quien tiene el control de los medios que permiten dirigir estos procesos, tiene la posibilidad de hacer prevalecer sus intereses. Es por ello que la cultura se ha transformado en un espacio en disputa con múltiples frentes y expresiones.
Uno de los más socorridos ha sido el de los medios de comunicación, en el cual se ha librado, durante más de una década, una guerra de posiciones en algunos países que impulsaron proyectos nacional-populares. Su poder parte, por un lado, de la revolución científico-tecnológica acaecida en los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, que ha permitido prácticamente la omnipresencia de esos medios en la vida de las personas.
Este poderío, sin embargo, ha sido acaparado por un escaso número de empresarios que no solamente lucran con su monopolización sino, también, lo utilizan para abonar ideológicamente sus intereses económicos y políticos.
Otro frente cultural muy importante es el del “modelo de vida”. Los Estados Unidos comprendieron perfectamente, desde hace mucho, la potencia que tiene la promoción del modelo del american way of life en el mundo, especialmente entre la juventud. Cuentan para ello con un instrumento monumental y sin parangón: su industria cultural, que promueve sistemáticamente los valores que sustentan el modo de vida estadounidense y lo exportan bajo el embalaje de entretenimiento, diversión, arte o herramientas tecnológicas como el software para computadoras y teléfonos móviles.
El modelo del american way of life es terriblemente atractivo porque se asocia a un estado de bonanza y bienestar social al que, en el caso latinoamericano, muchos sectores sociales no han podido acceder.
Estados Unidos promueve su modelo de vida como instrumento de subversión ahí donde les interesa cambiar el estatus quo. En la coyuntura actual, seguramente el lugar donde ese frente de lucha adquiere mayor algidez sea en Cuba. En su afán por derrumbar el proyecto socialista, buscan establecer las condiciones para que las aspiraciones de un mejor nivel de vida se enrumben hacia la aspiración de ser como ellos.
En esta lucha cultural, no hay grupo ni sector social al margen, pero son las clases medias las que más traducen en ideario y acción política los valores y aspiraciones que se identifican con el proyecto político asociado al american way of life. En países asediados por la desigualdad social, esos grupos sociales aspiran hacer evidente “la diferencia” con los que están abajo, los perdedores, los marginados del sistema y, más aún, los prescindibles.
Son esas clases medias los grupos más beligerantes, los que más se identifican con los agresivos discursos de la nueva derecha latinoamericana. Sienten que «la chusma» (como la llaman) invadió sus predios, accedió a formas de consumo que antes le estaban vedados y constituían espacios de diferenciación; piensan que se envalentonó, se insolentó e “igualó” (aunque sea sólo simbólicamente) al acceder a sitios antes vedados como, por ejemplo el Teatro Teresa Carreño, de Caracas -al que sólo accedía antes la burguesía encopetada para presenciar espectáculos “refinados y de buen gusto”- ahora usado, en cambio, para reuniones y mítines de los sectores populares. O sea: la profanación de los templos de la cultura. De su cultura.
La guerra cultural se libra en toda América Latina pero incluso en el seno mismo de los Estados Unidos. El principal frente, en este caso, es el de la sostenibilidad, o no, de su propio modo de vida, el american way of life. La crisis ambiental que empieza a padecer el mundo, cada vez con más fuerza, muestra sus límites. Leonardo Boff ha dicho con razón que los límites del capitalismo están en el tope que le está poniendo la naturaleza misma, que ya no da a basto para sostenerlo.
Amplios sectores sociales, en los Estados Unidos, niegan la crisis ambiental y pretenden seguir adelante devastando la naturaleza para transformarla en bienes de consumo que luego retornan a ella transformados en desechos. Otros sectores han prendido las luces de alarma, aunque no con la necesaria intensidad porque aún creen que sólo con medidas paliativas, relativamente inocuas para el sistema, podrán salir adelante. Pero con independencia de sus posiciones, acertadas o no, se encuentran entrelazados a una batalla cultural, de visión de mundo, de concepción del modo de vida.
Como nunca antes en la historia de la humanidad, esa batalla cultural -librada en múltiples frentes- adquiere una importancia crucial. De ella depende, en muy buena medida, la sobrevivencia de la especie humana.
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