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domingo 22 de diciembre de 2024

Circo rico, circo pobre

Por Oscar Domínguez G.*

 

Viendo la exposición del Circo del pintor Fernando Botero en el museo de Antioquia, en Medellín, recordé que alguna vez coincidieron en Colombia el circo más rico y el más pobre del mundo. Ambos están unidos por el cordón umbilical de la carcajada. Los separan los rendimientos económicos. Y la burocracia que maneja cada uno.

Uno es el famoso “Circo del sol”, canadiense, el mismo que agotó localidades y encantó. Su antípoda colombiano, pobre pero honrado a la hora de arrancar sonrisas, es el circo “Picardías”, de Medellín.

Al circo primermundista, le va tan bien que su dueño, Guy Laliberté, no se inmutó y pagó 24 millones de euros por un fugaz viaje alrededor de la tierra, desde donde contempló este circo que integramos todos como primerísimos actores.

Alguna vez coincidieron en Colombia el circo más rico y el más pobre del mundo.

Pedro Antonio López es el fundador, gerente, creativo y afines de esa multinacional del humor proletario que opera en los barrios populares de Medellín, el nada taquillero Picardías.

Un completo informe de Teleantioquia nos datió sobre la vida y milagros del que puede ser el circo más pequeño del mundo y seguramente el más pobre en infraestructura. Eso sí, a la hora de arrancar sonrisas y asombros a la aristocracia de gallinero, nada tiene que envidiarle a la competencia.

Este pequeño gigante paisa del entretenimiento requiere mínimo personal: papá, mamá e hijo, la santísima trinidad de la diversión. Picardías opera sobre la base de que la carcajada no tiene estrato social. Ríen el de arriba y el de abajo. La risa nos nivela por lo alto.

Pedro Antonio ha hecho disfrutar a tanta gente que ya perdió casi toda la dentadura superior. No importa: él aporta sus profesiones de payaso, mago, prestidigitador, tragador de cuchillos, trapecista, contorsionista, escapista, domador. Su público se encarga de pelar los dientes de felicidad.

Es un circo sin animales… salvo los zancudos y pulgas que hacen su agosto entre el proletariado que lo frecuenta.

Elkin Antonio, el hijo y clon, heredó la magia del circo. Lo que no hacen padre e hijo, lo hace la mamá que también posó con su timidez para Teleantioquia, que trató al Picardías como si fuera el Circo del Sol. ¡Buena esa, colegas!

Puede que Picardías no tenga carpa monumental, ni payasos sofisticados, ni magos que conviertan palomas en arco iris, ni despectivos tigres, ni paquidérmicos elefantes, ni trapecistas anoréxicos que ejecutan el salto mortal. Y enciman el venial. No importa.

Pedro Antonio y su séquito hacen olvidar esos lujos. La supervivencia de su pequeña empresa es el mejor truco. Tiene ganas y necesidad de hacer reír. Y punto. De la publicidad, megáfono en mano, se encarga también la familia López. ¿Quién más?

La humilde tropilla trabaja por un salario en risas. Como no solo de risas vive el hombre, de pagar los escuetos honorarios del Picardías se encarga alguna junta de acción comunal.

La divisa del Picardías es: completa satisfacción o la devolución de su tiempo, de las sonrisas o de los aplausos. Como el terceto se entrega con pasión, nunca han tenido que devolver nada.

En algunas funciones les toca hacer las veces de espectadores porque los niños no tuvieron con qué pagar la entrada gratuita. Eso así, de tirar la toalla nadie habla. Ni un paso atrás ni pa empujar una sonrisa.

El empresario Pedro Antonio, Bill Gates de la carcajada popular, sólo es rico en teléfonos. Tiene tres. No alcancé a apuntar ninguno. Contrátelo. El arte de los López lo espera.

 

ag/odg

 

*Escritor y cronista colombiano.
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