Firmas selectas

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viernes 20 de septiembre de 2024

El silencio no es salud

Por Marcelo Colussi*

Para Firmas Selectas

“Que no se quede callado quien quiera vivir feliz”

 Atahualpa Yupanqui

 

Durante la última sangrienta dictadura militar en Argentina, cuando arreciaban las protestas por las desapariciones, el gobierno de turno promovió una infame campaña publicitaria en los medios audiovisuales, consistente en mostrar imágenes asociadas a ruidos enloquecedores: un martillo hidráulico, un bebé llorando, una sirena de ambulancia. El efecto que  lograban era de desesperación.  El ruido prolongado se torna insoportable, eso no es ninguna novedad.

Luego de esas imágenes aparecía el rostro de una enfermera pidiendo silencio (ícono ya universalizado, en cualquier hospital) y, sobre su rostro, la leyenda “el silencio es salud”. El mensaje quedaba explícito: mejor callarse, no hablar, no levantar la voz por los desaparecidos que día a día enlutaban el país. Era una invitación al silencio.

Desde la ciencia psicológica, desde la promoción de los derechos humanos y una perspectiva política crítica, debemos decir exactamente lo contrario: el silencio no es salud Si algo puede ser sano, ante las injusticias no es, precisamente, quedarse callado, sino su antítesis:  hablar!

La palabra es un instrumento de salud. La salud mental, en definitiva, es tomar la palabra, no dejar nada oculto. La basura  debajo de la alfombra queda ahí. Lo escondido, aunque intentemos desaparecerlo, sigue subsistiendo. Lo reprimido siempre retorna. La violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, deja secuelas tanto físicas como psicológicas.

Si bien el concepto de “violencia” es muy amplio, en términos generales debe entendérsele como un agente externo que agrede a quien la padece. En esa perspectiva se inscribe  cualquier ataque a la integridad del sujeto: desde un desastre natural o un accidente grave, a la guerra, el maltrato intrafamiliar, el abuso sexual o la violencia política. Las consecuencias derivadas de esa agresión varían de acuerdo con la constitución personal del sujeto que la experimenta y el contexto en que se da. Pero siempre, en mayor o menor medida, un hecho violento deja marcas.

En la experiencia clínica esa afrenta se denomina “trauma”:

La “violencia” es un agente externo que agrede la integridad del sujeto: desde un desastre natural o un accidente grave, la guerra, el maltrato intrafamiliar, el abuso sexual o la violencia política.

“Acontecimiento de la vida de un sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto para responder adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. Ese trauma se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo en relación con la tolerancia del sujeto y su incapacidad de controlarlo”. Laplanche y Pontalis “Diccionario de Psicoanálisis”

Muchas veces la secuela que deja un hecho violento genera un cuadro clínico específico llamado “neurosis traumática”: “Tipo de neurosis en la que los síntomas aparecen consecutivamente a un choque emotivo, generalmente ligado a una situación en la que el sujeto ha sentido amenazada su vida”. (Ídem)

Sus efectos psicológicos son variados: miedo, angustia, desorganización o desestructuración de la personalidad, sintomatología psicosomática. En algún caso puede desencadenar una reacción psicótica, suicidio incluido.

La salud mental de un sujeto o de una comunidad es un índice particularmente significativo de su calidad de vida. Quien vive aterrado, atemorizado, quien no puede hablar de sí, de sus problemas, vive mal. Todo aquel que ha padecido ataques a su integridad arrastra una carga difícil de sobrellevar, y en muchos casos trastornos clínicos, pasajeros o, la mayoría de las veces, permanentes.

Diferentes investigaciones con poblaciones sometidas a hechos violentos (mujeres violadas,  el sujeto que vivió en guerra -como civil o como combatiente-, desplazados de sus regiones de origen, perseguidos políticos, comunidades víctimas de la discriminación étnico-racial) demuestran que entre el 25 y el 50 % de sus integrantes presentan síntomas de disfuncionalidad (lo que algunos llaman estrés post-traumático).

En suma, gente que sufre, que vive mal; poblaciones completas que padecen aflicciones ligadas a un hecho traumático -y traumatizante-, lo cual deteriora su posibilidad de desarrollo y plena realización. Un método adecuado para devolver la salud deteriorada es propiciar la palabra donde hay silencio y olvido. La palabra, en ese sentido, es liberadora.

Cuando las excitaciones se tornan inmanejables, cuando se supera la tolerancia, se produce una ruptura en el equilibrio psicológico. El “aparato psíquico” (tomando una vieja idea freudiana), cuya función es mantener la constancia del sujeto, genera el intento de defenderse de esa carga excesiva.

Solamente rastreando la historia que provocó la situación afrontada, poniendo en palabras y recuperando el tejido donde aparece el “cuerpo extraño” y desestabilizador,  se puede reparar el daño ocasionado a la organización psicológica. Hablar sobre el hecho traumático, desenmascararlo, recuperar la historia que quedó eludida tras él; en otros términos, buscar la verdad en el más puro sentido de los griegos clásicos: alétheia -des–ocultamiento-, es el método psicoterapéutico que puede ayudar a rebasar el trastorno ocasionado por la conmoción.

Al hablar y, aun más bajo cierta atmósfera que favorezca una situación de intimidad, el sujeto afectado puede des-ocultar, puede develar algo que, inconscientemente, prefiere ignorar. El hecho traumático es displacentero; la dinámica intrapsíquica tiende a desconocerlo para evitar la angustia.

La neurosis traumática es una construcción que intenta mantener a raya la aparición de la ansiedad ligada a ese hecho perturbador; pero en su intento consume una enorme cantidad de energía y desvía al sujeto de la posibilidad de gozar más plenamente su vida. La palabra que reconstruye la trama significativa en que aparece el trauma puede reencauzar esa energía destinada a olvidarlo (olvido que es siempre parcial: lo reprimido retorna como síntoma). Así, hablando, se accede a una verdad que, aunque dolorosa, posiciona más sanamente al sujeto.

La experiencia de trabajo con diversas poblaciones víctimas de algún tipo de violencia pone de manifiesto que un grupo de pares, de aquellos que sufrieron el mismo padecimiento, es una instancia muy adecuada para desarrollar un abordaje terapéutico. Se trata de gente unida por un problema en común, que busca respuesta a un hecho violento compartido, los llamados grupos de autoayuda. Gente que, hablando sobre su historia, sobre un hecho que los marcó particularmente, puede encontrar alternativas sanas para seguir viviendo.

Cualquier expresión de violencia, pero en especial la violencia política, deja profundas y muy especiales marcas en quien la padece. Los países de Latinoamérica, lamentablemente, saben mucho de esto; la herencia monstruosa de estos últimos años sigue viva: víctimas que no encuentran explicación lógica al por qué un día su vida se vio conmocionada de una forma atroz.

La salud mental está estrechamente vinculada con los procesos sociales y organizativos de la comunidad. Terminados esos procesos donde tuvieron lugar los hechos traumáticos, la mejor manera (la única) en que la población afectada por ese horror silenciado puede recomponer su salud afectada es iniciando una etapa de revisión y recuperación de su historia dormida.

La comunidad desempeña en ello un papel decisivo. La salud mental, así entendida, no es un campo de acción específico de especialistas -sin dejar de reconocer que los técnicos tienen mucho que aportar al respecto-. Es, ante todo, un derecho humano de la población. No puede haber salud mental, óptima calidad de vida, mientras la gente no pueda decir qué pasó.

El silencio no es salud.

 

ag/mc

 

*Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.

 

Bibliografía

Carrino, L. “Salud Mental Comunitaria: nuevos enfoques”. Roma, 1991.

De Roux, G. “La participación social en los programas de salud mental en la comunidad – OPS/OMS”. Washington, 1992.

ECAP. «Psicología Social y Violencia Política». Guatemala: ECAP. 1996

Freud, S. “Sobre las neurosis de guerra”, en Obras Completas, Tomo III. Madrid, 1973.

————- “Más allá del principio de placer”, en Obras Completas, Tomo III. Madrid, 1973.

Hiegel, J-P y Hiegel-Landrac, C. “Vivre et revivre au camp de Khao Y Dang. Une psychiatrie humanitaire”. Paris, 1996.

Laplanche, J. y Pontalis, J-B. “Diccionario de psicoanálisis”. Barcelona, 1971.

Lima B. “La atención comunitaria en salud mental en situaciones de desastres – OPS/OMS”. Washington, 1992.

Radda Barnen de Suecia. «Restaurando la alegría. Diferentes enfoques de asistencia a la niñez psicológicamente afectada por la guerra». Estocolmo: Ed. Radda Barnen de Suecia. 1996

 

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