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sábado 23 de noviembre de 2024

Nuestra América: sociedad, ambientalismos, cultura

Por Guillermo Castro H.

Exclusivo para Firmas Selectas, de Prensa Latina

                                                                                                                 Para Rafael Colmenares, en su Bogotá

 

Junto al resto del planeta, nuestra América atraviesa una crisis prolongada, en la que se combinan el crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente, una degradación ambiental constante y el deterioro sostenido de la institucionalidad en la mayoría de sus Estados nacionales.

Esta situación general se expresa, en lo particular de nosotros, en las consecuencias  devastadoras de economías dependientes de la extracción y exportación masiva de recursos naturales, desde hidrocarburos y metales hasta la fertilidad de sus suelos agrícolas -y aun de sus atractivos naturales y culturales- agravadas por la huella ambiental de procesos de urbanización desordenados en los que hoy se encuentra inmerso el 70% de nuestra población.

Nuestra América cuenta hoy día con el valioso aporte de un ambientalismo socialmente vigoroso y de creciente riqueza teórica, en desarrollo desde la década de 1980, cuando comienza la crisis, hasta nuestros días.

 

En estas circunstancias, nuestra América cuenta hoy en día con el valioso aporte de un ambientalismo socialmente vigoroso y de creciente riqueza teórica, en desarrollo desde la década de 1980 –esto es, desde el momento de origen de nuestra crisis- hasta nuestros días. De esa riqueza da fe lo que va de la publicación de la antología Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina, editada por los chilenos Osvaldo Sunkel y Nicolo Gligo, a la Encíclica Laudato Si’, del Papa Francisco, primer Pontífice latinoamericano, para citar dos ejemplos de especial relevancia.[1]

Hoy, el desarrollo de ese ambientalismo transcurre en una circunstancia que no deja de recordar aquella descrita por José Martí hacia 1881, cuando en el liberalismo hispanoamericano, devenido Estado tras las Guerras de Reforma de mediados del XIX, se enfrentaban ya tendencias democráticas y oligárquicas. “Estamos en tiempos de ebullición”, decía, “no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos”.

Y culminaba así la idea:

Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género.[…] Las instituciones que nacen de los propios elementos del país, únicas durables, van asentándose, trabajosa pero seguramente, sobre las instituciones importadas, caíbles al menor soplo del viento. Siglos tarda en crearse lo que ha de durar siglos. Las obras magnas de las letras han sido siempre expresión de épocas magnas. Al pueblo indeterminado, ¡literatura indeterminada! Mas apenas se acercan los elementos del pueblo a la unión, acércanse y condénsanse en una gran obra profética los elementos de su Literatura.[2]

Tres parecen ser las tendencias que hoy animan el desarrollo de nuestra cultura  ambiental. Una, a la que cabe llamar liberal, se orienta sobre todo hacia tareas de conservación del patrimonio natural en el marco del orden social y económico vigente. En su actividad, presta especial atención al desarrollo y el cumplimiento de las normativas legales y los acuerdos internacionales correspondientes esas tareas; a la educación ambiental y, en una medida creciente, al fomento de los llamados negocios “verdes”.

Su base social fundamental se encuentra en profesionales de capas medias, residentes en áreas urbanas, que a menudo cuentan con una valiosa formación académica y experiencia de trabajo en sus campos de interés. Su forma básica de organización consiste en asociaciones vinculadas con la atención de problemas correspondientes a los intereses de sus integrantes, las cuales mantienen relaciones más o menos laxas entre sí, y con organismos internacionales afines a sus campos de interés.

No mantienen, en cambio, relaciones orgánicas con sectores o movimientos populares, y cuando lo hacen éstas suelen tener un carácter vertical, de dirección y acompañamiento, antes que de colaboración entre iguales. Sus disciplinas principales de apoyo son la ecología de la conservación y el derecho ambiental, y sus ámbitos mayores de relacionamiento lo están en las Organizaciones No Gubernamentales de ambiente y desarrollo, y organismos internacionales afines.[3]

Una segunda tendencia procura dar expresión y sistematizar las experiencias surgidas de las luchas de resistencia popular a la transformación del patrimonio natural en capital natural  -la llamada “acumulación por desposesión”-, resultante de la expansión de las prácticas extractivistas que sustentan el modelo de desarrollo vigente en la región.

Esta tendencia neo populista (en el sentido ruso de neonarodniki, término felizmente creado por Joan Martínez Alier), se orienta sobre todo a tareas de acompañamiento solidario de ese ambientalismo popular. Su base social fundamental se encuentra en sectores intelectuales y estudiantiles que han roto con el liberalismo y  el marxismo leninista.

Su horizonte de referencia se sostiene en la noción de una crisis de civilización que debe ser enfrentada mediante el fomento de comunidades de gran autonomía política, integradas por pequeños propietarios y organizaciones cooperativas dedicados a la producción de valores de uso, de bajo impacto ambiental.

Sus disciplinas principales de apoyo son la ecología política, la economía ecológica y la teología de la naturaleza -como tendencia a su vez de la teología de la liberación-, y sus ámbitos mayores de relacionamiento se ubican en movimientos campesinos de resistencia a la acumulación por expropiación, y en comunidades sociales y académicas urbanas de crítica y resistencia al extractivismo.

Quienes practican el abordaje de nuestros problemas ambientales, desde los procesos de formación y las transformaciones del mercado capitalista mundial -como ámbito de relación de nuestra especie con la biosfera- contribuyen a resaltar la historicidad de la crisis que encaramos.

 

Cabe mencionar, por último, una tendencia aún heterogénea que se vincula sobre todo con el análisis de la crisis ambiental en nuestra América como expresión y elemento activo de aquella otra, más amplia, que aqueja a lo que algunos llaman la ecología mundo creada por el capitalismo en su desarrollo desde el siglo XVI y, sobre todo, desde el XIX.

Esta tendencia  -que hasta hoy carece entre nosotros de un término adecuado para designarla- opera en una perspectiva cuyos referentes son autores como Carlos Marx e Immanuel Wallerstein.[4] Su base social la integran académicos e investigadores que, a menudo, carecen de vinculaciones políticas directas con movimientos sociales, aunque mantienen una presencia creciente en el debate ambiental. Sus disciplinas principales de apoyo son la historia ambiental -que en este caso enfatiza la dimensión ambiental del proceso de desarrollo del moderno sistema mundial- y la economía ambiental, con especial referencia al concepto de metabolismo social en su elaboración marxiana.

No podemos saber aún cómo será la cultura ambiental que resulte de las interacciones y contradicciones entre estas tendencias en los años por venir. Cada una de ellas tiene elementos de gran importancia que aportar a ese resultado. Nuestro ambientalismo liberal, por ejemplo, ha sabido resaltar la importancia de los problemas asociados a la legalidad y la institucionalidad, y al papel de las ciencias naturales en la fundamentación de las políticas ambientales.

El ambientalismo de inspiración popular destaca por su compromiso con una democracia sustentada en la participación organizada de los pobres del campo y de la ciudad; resalta la primacía del valor de uso sobre el valor de cambio, de la solidaridad sobre la competencia entre iguales, y del cuidado de la naturaleza y de nuestros semejantes sobre la explotación y el despilfarro.

Quienes practican un abordaje de nuestros problemas ambientales, desde los procesos de formación y las transformaciones del mercado mundial capitalista como ámbito de relación de nuestra especie con la biosfera de la que formamos parte, contribuyen sin duda a resaltar la historicidad de la crisis que encaramos y el dilema político mayor que  nos plantea: la necesidad de construir sociedades distintas si aspiramos a crear un ambiente diferente, capaz de sostener el desarrollo futuro de nuestra especie, hoy amenazada de extinción.

 

                                                                                                                Boquete, Panamá, 27 de abril de 2016

 

ag/gc

 

*Investigador, ambientalista y ensayista panameño.

 

Bibliografía

[1] Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina, selección de O. Sunkel y N. Gligo. Fondo de Cultura Económica, El Trimestre Económico, No. 36, 2 tomos. México, 1980.

Carta Encíclica Laudato Si’ del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[2] Cuadernos de Apuntes, 5 (1881). Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXI, 164.

[3] Para Carmelo Ruiz Marrero, por ejemplo, se trataría aquí de “un ambientalismo keynesiano, la idea de que el estado es el garante del desarrollo sustentable y la protección del ambiente y los recursos naturales”, que habría tomado cuerpo desde los Estados Unidos a partir de las manifestaciones del primer Día de la Tierra, en 1970. Para la década de 1990, agrega, “esta doctrina fue empujada a un lado por el ambientalismo neoliberal, el cual postula que el estado no es más que un estorbo y que sólo la empresa privada y mercados libres pueden proteger el ambiente.” “El Día de la Tierra: Entre el ambientalismo keynesiano y la ecología revolucionaria”, http://www.alainet.org/es/articulo/176954, 22 / 04 / 2016

[4] Así, por ejemplo: Burkett, Paul (1999): Marx and Nature. Haymarket Books, Chicago, Illinois, 2014; Foster, John Bellamy (2000): La Ecología de Marx. Materialismo y naturaleza. El Viejo Topo, España, 2004, y Moore, James W.(2015): Capitalism in the Web of Life. Ecology and the accmulation of capital. Verso, London, y “La Naturaleza y la Transición del Feudalismo al Capitalismo”. Review, XXVI, 2, 2003, 97-172 . [Traducido de “Nature and the Transition from Feudalism to Capitalism.”]

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