Por José Luis Díaz-Granados*
Especial para Firmas Selectas
En el corazón y en las ideas de la poetisa chilena Gabriela Mistral, José Martí (1853-1895) ocupó un lugar preferencial. Siempre se refirió al Apóstol como a «una criatura a quien le debo mucho».
A él dedicó un bellísimo artículo en el cual expresó que era un símbolo de la lucha por la democracia y la independencia real, no sólo política de Hispanoamérica. Por ello, el gran poeta y ensayista cubano Cintio Vitier calificó a Gabriela como escritora dueña de «un tono de americanidad insondable». Y Eliseo Diego, ese otro gran poeta de Cuba, le dio el apelativo de «nuestra madre Gabriela».
Y en verdad, la poetisa tomó del pensamiento martiano lo esencial de su ideario, pues desde muy joven se identificó con el Apóstol, al igual que con Bolívar, en la necesidad de llevar a cabo una integración total de Nuestra América.
Al respecto escribió:
«Nosotros debemos unificar nuestras patrias en lo interior por medio de una educación que se transmute en conciencia nacional y de un deporte del bienestar que se nos vuelva equilibrio absoluto; y debemos unificar esos países nuestros dentro de un ritmo acordado un poco pitagórico, gracias al cual aquellas veinte esferas se muevan sin choque, con libertad, y además, con belleza…».
Y agrega:
«Nos trabaja una ambición oscura y confusa todavía, pero que viene rodando por el torrente de nuestra sangre desde los arquetipos platónicos hasta el rostro calenturiento y padecido de Bolívar, cuya utopía queremos volver realidad de cantos cuadrados». Y seguidamente pedía que Bolívar dejara de ser nombre de aniversario; por eso hablaba de «Nuestro Bolívar», de «Nuestro Martí», de «Nuestro Sandino».
En los años 40 y 50 visitó Cuba Gabriela Mistral. En la isla de Martí siempre se sintió a gusto esta mujer de hondas raíces andinas. Aquí trabó amistad con la poetisa Dulce María Loynaz. Amistad controvertida, yo diría más bien, temperamental. Eran dos caracteres. Sin embargo, Gabriela expresó dos opiniones consagratorias sobre la insigne cubana:
«Para mí, declaro, leer Jardín ha sido el mejor repaso de idioma español que he hecho en mucho tiempo».
Y más adelante:
«Los Poemas sin nombre son puras condensaciones de poesía, el puro hueso del asunto. Poesía interior, rara en las mujeres».
Gabriela Mistral disfrutó en Cuba y especialmente en La Habana de la hospitalidad de sus amigos y admiradores. Se solazó con la belleza de su mar y la pureza de su cielo. Ya Cernuda había declarado: «El cielo de La Habana no es el cielo común de todos los humanos sino proyección del alma de la ciudad».
La chilena alternó con las más altas figuras de la intelectualidad cubana y leyó sus poemas en el Ateneo de La Habana. Y, desde luego, se inclinó reverente ante la estatua de Martí en el Parque Central, al tiempo que reiteraba su convicción martiana de procurar la felicidad colectiva a través de las cosas sencillas, de las sonrisas de los niños, entre los ríos del alma de los pobres de la tierra.
Manitas de los niños,
manitas pedigüeñas,
de los valles del mundo
sois dueñas…
Gabriela Mistral, genio y figura. Chilena, indoamericana, martiana, universal.
ag/jld