Por Luis Casado*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Yerres es un bello pueblito de nada, unos 25 km al sureste de París Notre-Dame, que le debe su nombre al riachuelo rodeado de bosques que lo cruza de parte a parte. Nicolas Dupont-Aignan es el alcalde de Yerres. Un tipo curioso. Su familia política es la derecha. Gaullista, para más datos. Pero Gaullista a la antigua.
El año 2005 Dupont-Aignan se opuso al Tratado sobre la Constitución Europea, entre otros porque imponía una economía de mercado y maltrataba la soberanía de Francia.
En esa postura estaba buena parte de la izquierda francesa, y el Tratado fue rechazado. Enemigo acérrimo de los mercados financieros que hacen y deshacen, el señor alcalde abandonó la UMP, el partido que a sus ojos traicionó el Gaullismo, y creó el suyo propio, Debout la République, para defender los intereses de la clase media, los trabajadores y los miserables.
En esa tesitura se opuso a la privatización de empresas públicas como Gaz de France, y defiende los servicios públicos. La política pro-americana de Sarkozy le provocaba sarpullidos, y uno puede apostar que el atlantismo aún más obediente de Hollande le revuelve las tripas. En las municipales fue reelegido con el 79,90% de los votos y, como candidato a diputado (en Francia se pueden acumular las dos funciones electivas) enfrentó a nueve candidatos y obtuvo más del 57%.
Nicolas Dupont-Aignan es uno de los representantes franceses mejor elegidos. ¿Y ahí? Nada. Pasa que con derechistas como este a uno le dan ganas de ser derechista. Sobre todo porque el señor alcalde de Yerres ama la cultura.
Resulta que en la segunda mitad del siglo XIX vino a vivir al pueblito -entonces puro campo- la familia Caillebotte. Martial, el padre, compró un lujoso dominio rodeado de un inmenso y bellísimo parque a través del cual corre el riachuelo Yerres. Allí, su hijo menor, Gustave, desarrolló libremente sus habilidades pictóricas y se convirtió en uno de los más destacados exponentes del impresionismo. Menos conocido que sus amigos Renoir, Monet, Pissarro, tal vez porque Caillebotte tenía dinero y no necesitaba vender sus obras para comer.
Cuando se reunían a compartir alguna botella en el Café Guerbois, o luego en la Nouvelle Athènes o el Café Riche, era Caillebotte el que pagaba siempre porque los otros no tenían ni un franco. No contento con invitar a sus amigos, Caillebotte les compraba sus cuadros y les regalaba los suyos.
Durante mucho tiempo Caillebotte y Paul Durand-Ruel -el célebre galerista- fueron los únicos que compraron cuadros impresionistas, rechazados rotundamente por los ‘cultureros oficiales’. De ese modo Renoir -que no logró fama sino al final de su vida cuando tenía los dedos deformados por la poliartritis- y los impresionistas lograron sobrevivir penosamente.
Cuando murió Sisley, hubo que hacer una ‘colecta’ para ayudar a su viuda y a sus hijos. Los impresionistas regalaron sus cuadros para una venta pública en beneficio de la viuda, y tuvieron que comprarlos ellos mismos. Como Caillebotte sabía que en su familia “se moría joven”, se apresuró a redactar su testamento. La mayor parte de sus cuadros seguían en sus manos. Como buen francés, y como suelen hacer los grandes artistas, le legó su obra al Estado.
Sorpresa, el Estado, léase los burócratas de la cultura, lo rechazaron, particularmente el maravilloso cuadro “Les raboteurs de parquet”, aduciendo que el tema era demasiado proletario y vulgar.
En su infinita generosidad los ‘cultureros oficiales’ terminaron por aceptar parte de la obra de Caillebotte, esa que hoy hace las delicias de los visitantes del Museo d’Orsay.
Entre el 5 de abril y el 20 de julio de 2014 Nicolas Dupont-Aignan organizó una exposición de la obra de Gustave Caillebotte en su pueblito. En el maravilloso parque que fue su hogar, y en el que el pintor realizó buena parte de su obra, se expusieron 43 cuadros extraordinarios, provenientes de colecciones privadas, de museos estadounidenses, de la colección Monet, y del Museo d’Orsay.
El parque fue adquirido por el Municipio en 1973, y ahora cualquier familia puede entrar libremente con sus hijos a pasear, a jugar, a leer los poemas inscritos en paneles a lo largo del riachuelo Yerres, o a ver las frecuentes exposiciones.
Como decía, un tipo curioso este Nicolás Dupont-Aignan.
ag/lc