Por José Luis Díaz-Granados *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Desde su primer libro, Clamor, publicado en 1948, hasta los más recientes –A cuerpo de rey, Bosque de niebla y Ella… la madre Eva, entre otros-, la producción poética de Dora Castellanos constituye una de las más prolíficas de nuestra historia literaria. Se trata de una verdadera travesía por las profundidades del idioma, del cual se vale para revelarnos un río suave de consuelo humano al fiordo más profundo de la vida.
Nacida en Bogotá, en octubre de 1924, desde la primera década de su vida sintió el llamado de la vocación por la escritura creadora y no dudó desde entonces en dedicar su existencia a tan maravilloso y noble apostolado de la soledad. Quizás -dice la propia Dora- en la computadora celeste fui programada para hacer versos. Y agrega: Desde niña me hechizaron la música y las palabras, que también son música. Como no me fue dado el oído absoluto y no pude estudiar música, me quedé con las palabras.
No había llegado aún a la adolescencia cuando, inspirada en un varón inalcanzable, escribió esta arrolladora parodia del famoso Madrigal de Gutierre de Cetina, en el cual, en dos o tres versos de desbordada pasión, pienso que la niña bogotana supera el lírico español. Dice así el poema de Dora:
Ojos negros, radiantes, / que de mirada ardiente sois loados, / ¿por qué no me miráis, ojos amados? / Si cuanto más amantes / más bellos parecéis a quien os mira / ¿por qué a mí solo me miráis con ira? / Ojos negros de olvido. / ¡Tomad mi corazón, que vuestro ha sido!
En el volumen titulado Amaranto, publicado por la Presidencia de la República en 1982, reunió sus primeros cinco libros: Clamor (1948), Verdad de amor(1952), Escrito está (1962), Eterna huella (1968) y Luz sedienta (1972), los cuales corresponden al primer pilar de su gloria literaria. En ellos, la poeta expresa, a través de una riquísima verbalidad, todo el atribulado tumulto de sus sentimientos, de sus laberintos secretos, sus paisajes predilectos y sus devociones perdidas y encontradas.
Con la fuerza del agua soterrada / nos invadió el amor tan de repente, / que al mirarse los ojos hondamente / se desbordó el amor en la mirada. / Y brotó aquella fuente enamorada / con ansia tan vital y jubilosa, / que fue en verdad y amor la más gozosa / en que jamás me viera arrebatada. / Fue aquélla una pasión tan verdadera. / -¿Era sensual, serena, tierna, ardiente?- / Ya nunca más sabremos cómo era; / que tus labios juraron en los míos: / vivirá nuestro amor eternamente… / Y nuestro amor pasó como los ríos. (Amor como los ríos).
El amor desvelado en Dora Castellanos contiene todas sus dimensiones exactas o imprecisas, desde la ternura del beso inalcanzable hasta la plenitud de la pasión con sus fulgores y festines esplendentes. Cada poema, cada estrofa, cada verso y cada mágico silencio, recrea el goce o la nostalgia, reinventa las divinas llamaradas de la piel entrelazada, el tacto febril, su panal de amarguras y de mieles, y el jardín interior de los aromas.
Por ti, maldito amor, amor bendito, / la claridad de mi desesperanza, / mi esperanza clamando al infinito. / Por ti, siempre por ti. Por lo que espero; / lo que no espero ya, por esperado. / Por ti, solo por ti, mientras que muero. (Elegía del amor gozoso).
En su irrefrenable vocación poética, Dora Castellanos continuó escribiendo sin prisa y sin pausa. Los libros se fueron sucediendo a la par que alternaba el oficio creador con los trabajos y los días de la vida común: Hiroshima, amor mío(1971); Año dos mil contigo(1977; Zodíaco del hombre (1980); La Bolivariana (1984); Efímeros mortales (1990); El mundo es redondo (1991); Soñar soñando (1993), Perversillos (1995), La vida irremediable (2000), Mujer ahora y siempre, Infinita mujer, madre profunda (2001).
A estos les siguen Con luz de tus estrellas (2001), Aroma de ciruelos (2002); A cuerpo de rey (2003); Bosque de niebla (2005); Ventanita de luna (poesía para niños, 2005),
Todo el amor (2006); Marilunio (2007); Ella… la madre Eva (2008), Abolengo (2009),
además de numerosos libros de ensayos, prosas líricas y cuentos para niños; centenares de columnas periodísticas y decenas de obras inéditas y en preparación, que dan buena y activa cuenta de su inmarcesible laboriosidad creadora.
Un crítico tan riguroso como Andrés Holguín escribió:
La gracia poética y la visión trascendente se enlazan en una amalgama raras veces lograda en la lírica femenina de habla española.
Y el poeta y ensayista, expresidente Belisario Betancur, dijo: Dora Castellanos es una de las más altas voces poéticas de nuestro tiempo. En términos similares han escrito sobre ella críticos y periodistas de todos los rincones donde el castellano es el idioma que ilumina las palabras.
* * *
Dora Castellanos trabajó durante varios años con el Gobierno Nacional y en algunas empresas privadas. Fue, durante ocho años, directora de Relaciones Públicas de Telecom y, durante una década, agregada y consejera para Asuntos Culturales y Encargada de Negocios de la Embajada de Colombia en Caracas, Venezuela.
Ha viajado por múltiples países del orbe. Tiene un poema para cada emoción, para cada paisaje, para cada instantánea de las geografías planetarias. Son diversos y abundantes los premios, distinciones y reconocimientos merecidamente recibidos, a lo largo de más medio siglo de fructífera y fervorosa dedicación a la reinvención del espíritu.
Entre ellos destacamos el Premio Internacional “Sor Juana Inés de la Cruz”, otorgado por el Ateneo Hispanoamericano de Washington en 1951 por sus Redondillas dedicadas a la Décima Musa; el primer premio de la Dirección de Extensión Cultural de Bolívar por su poema Hiroshima, amor mío, en 1962; la mención especial otorgada por el Gobierno de Venezuela en 1983 a su epopeya La Bolivaríada; el primer premio “San Juan de la Cruz”, conferido en 2002 por la Universidad de Salamanca, España, a su poema En esta noche oscura y el Accésit en el Premio Internacional de Poesía “Rubén Darío”, en Madrid, España, 2007.
No pasarás en vano por mi vida, / ni encontrarnos fue obra del acaso; / que por tu abrazo quedará en mi brazo / la fuerte huella que el amor no olvida. / La llama que de ti quedó encendida / arde sin consumirse en mi regazo. / Amor que más juntaste con el lazo / terrible de la sangre y de la herida. / En mí no fuiste gozo pasajero
sino la esencia de la tierra pura / floreciendo en el árbol verdadero. / Y para siempre brillará tu estrella, / porque de amor dejaste en hermosura / sobre mi corazón eterna huella. (Eterna huella).
Exhorto a las nuevas generaciones a revisitar el oleaje de finos hechizos armónicos de la obra lírica de esta bogotana universal para disfrutar la eterna primavera de la auténtica poesía, emanada de un alma transparente como la suya. Dora Castellanos, como bien afirma el celebrado poeta Octavio Gamboa, está llena de vida y de belleza, en pleno vigor intelectual.
ag/jdg