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lunes 30 de junio de 2025

Ud. tranquilo, está en buenas manos…

Por Luis Casado*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

Como usted sabe, los enterados de la comunidad financiera inventaron los instrumentos que miden el riesgo con una confiabilidad semejante a la de Yolanda Sultana (sin faltarle el respeto a Yolanda…). Los inversionistas miran el índice VaR -o valor en riesgo- con la misma atención con que el capitán de un velero escruta la fuerza y dirección de los vientos.

Ahora bien, si no dispone del dichoso índice, le queda el recurso de consultar un “experto”. Un banco, por ejemplo, que vive de eso. Los bancos gozan de un fino olfato que les permite identificar los riesgos y evaluarlos en un santiamén, ya verá.

En el año 2012 una filial londinense del banco JP Morgan comenzó a perder dinero. El responsable: Bruno Iksil, un trader. Sin embargo, la gerencia de la filial -aún más “expertos” que Iksil, por algo eran sus jefes- convenció a Jamie Dimon, patrón de JP Morgan,  de que todo iba bien. Dimon pudo declarar que todo no era si no a tempest in a teapot (una tormenta en un vaso de agua). Fin del cuento: JP Morgan perdió más de seis mil millones de dólares. Caro el vaso de agua…

En el año 2008, el trader Jerôme Kerviel, cuyo trabajo consistía en invertir en los mercados financieros, perdió -en un par de horas- cinco mil millones de euros. Kerviel era “uno de los mejores especialistas” del banco Société Générale”. Daniel Bouton, patrón del banco, intentó echarle toda la culpa a Kerviel y sacudirse de encima toda responsabilidad. ¿Le sorprende?

El 9 de octubre de 2001, el banco Goldman Sachs calificó la empresa Enron como “Lo mejor de lo mejor”. El 2 de diciembre, apenas dos meses después, Enron declaró su quiebra e hizo desaparecer un 2% del PIB de los EE.UU. y las pensiones de más de 40 mil de sus trabajadores.

En el año 1995, Nick Leeson ocasionó la pérdida de mil 400 millones de dólares causando la quiebra del Barings Bank, el banco más antiguo de Inglaterra. Si usted no sabía por qué la City de Londres es la capital de los “expertos” financieros, ahora lo sabe.

La crisis de los créditos subprime (préstamo con un tipo de interés bancario mayor que el de interés preferencial), que hizo quebrar el sistema financiero planetario en los años 2008-2009, tuvo sus raíces en la gigantesca incapacidad de los bancos para evaluar los riesgos, en su inagotable codicia e insondable voracidad que los lleva a no detenerse ante nada con el fin de aumentar el lucro. Ni siquiera ante el suicidio.

Afortunadamente nos quedan las agencias de calificación de crédito: tengo el placer, el honor y la ventaja de nombrar a The Big Three: Standard & Poor’s, Fitch y Moody’s.

Las tres ganan fortunas vendiendo su ciencia infusa en materia de evaluación de riesgos; establecen, sin la sombra de una duda, la capacidad de una entidad para pagar su deuda y el riesgo que conlleva invertir en esa deuda.

Pongamos que el gobierno de los EE.UU. necesita dinero (siempre es el caso). Antes de comprar Bonos del Tesoro Americano con sus ahorros, le pregunta a una de las Big Three cuál es su apreciación del riesgo que comporta esa inversión. Por un puñado de dólares tiene la respuesta.

El tema es más sensible si se trata de la deuda soberana de Grecia,  Irlanda,  España o  Italia, pero gracias a las agencias de calificación de crédito puedes colocar tu capital a ojos cerrados.

Las cosas se complican en el caso de una empresa privada que ‘levanta’ capital para su desarrollo, nuevas inversiones o, como ocurre frecuentemente, para pagar dividendos truchos (turbios). El triste ignorante que eres, la Administradora de Fondos de Pensiones (AFP), de la cual eres víctima, o el consultor financiero que cobra por cosas que no sabe, le pregunta a Moody’s, a Fitch o a Standard & Poor’s.

Escuchada la palabra infalible, los inversionistas se precipitan a colocar sus capitales. Y pueden optar -con plena tranquilidad- por la compra de activos de renta fija o activos de renta variable. Todo está en el riesgo, pero habida cuenta de que The Big Three está ahí para iluminar el sendero…

La calificación del riesgo es presentada con una sencillez que la hace accesible hasta a un economista: AAA quiere decir que no hay riesgo ninguno. Si la calificación baja a C, o peor aún a D… quiere decir que está por desembarcar en Normandía en junio de 1944, ¡en Omaha Beach!

¿Le queda claro? Tanto mejor, porque ahora viene lo sabroso.

ag/lc

 

*Ingeniero, profesor e informático chileno.
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