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sábado 21 de diciembre de 2024

Les Luthiers, príncipes de Asturias

Por Oscar Domínguez G.*

Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

Perfiles mínimos, tacaños, anoréxicos, cicateros, de los integrantes del grupo musical argentino Les Luthiers, que desde hace 14 años con sus noches no nos daban con su arte en Colombia. Empezaré por Daniel Rabinobich, quien hizo mutis por el foro del humor y falleció el viernes 21 de agosto de 2015 en Buenos Aires  de un paro  cardiorrespiratorio  que todo lo que quería era salir del anonimato (el paro, no Daniel, quien tiene garantizada la inmortalidad con su arte):

En su  chamizo (árbol genealógico)  -como en el de toda la banda-,  había un espermatozoide muerto de la erre, que es la risa en un segundo, copia al carbón del famoso vals del segundo que ellos crearon. Se habría hecho la circuncisión si ésta  no fuera tan dolorosa, dijo un colega suyo músico, no circuncidado. Era porteño.  O sea que podría ser el inspirador de este apunte: Le dice un argentino al otro: ¿Che, por qué será que siempre que me encuentro con un argentino buena persona, me resulta uruguayyyo?

No estaba casado con, sino contra Susana. Era abogado, pero eso caminando rápido no se nota. Tenía un consultorio jurídico para sacar de líos a sus compañeros cuando no podían encontrar un chiste, una metáfora, un instrumento nuevo o un sonido que se les perdió. O para hacer efectiva una cuenta que se niega a pagarles un empresario olvidadizo, es decir, un antípoda de Funes, el Memorioso. Además, nunca vivió con la vida pendiente de un inciso, de un código,  sino de una corchea.

Llegaron por distintos caminos, como la Química, la Medicina o las Matemáticas, pero todos bajo un mismo sello distintivo: la imaginación y el talento. Sin Les Leuthiers nunca habrá paraíso completo.

Gracias a la música, cada año, en noviembre, cuando cumplía abriles, era una nota más joven. Utilizaba la música como elíxir de la juventud… y que, como el amor,  es eterna, mientras dura… Dicho sea sin ninguna originalidad, el che Daniel no morirá en la base de datos de quienes fuimos sus devotos. En la falta absoluta de Daniel, y también en las temporales, hay una batería de siete artistas que reemplaza al ausente. Dos de ellos son Horacio Turano y Martín O’Connor, quienes estarán en la gira reciente que se hará sentir  en Bogotá (26, 27 y 28 de agosto) y en Medellín el 31.

Carlos Núñez Cortés: Única persona en el mundo que llegó a la  música a través del análisis matemático. Tal vez por eso anunció hace poco que tiraría la toalla en septiembre de 2017, cuando la agrupación cumplirá 50 años en antena. Sin Les Luthiers nunca habrá  paraíso completo. Menos mal que Núñez tiene todo el tiempo del mundo para arrepentirse.

Es el Arquímedes de la tribu. Gracias a su diploma de doctor en química, de una árida fórmula es capaz de sacar un tratado de buen humor. O una viola de lata. Es el creador del Teorema de Tales, único antepasado conocido de Fulano de Tal. Así como nadie se casa con quien quiere sino con quien puede, Núñez tampoco escogió signo. Es Libra por pura coincidencia. Si hubiera nacido en Estados Unidos, sería gringo.

Como compositor-arreglista, cuando no compone, arregla. Por ello es de esos maridos ‘multiusos’ o ‘milartes’ que arreglan el sifón del baño, pagan el arriendo, les dan a sus hijos consejos que ellos jamás seguirían, desean la mujer del próximo, “(no) a su prójimo”, componen el cable de la plancha, le entregan toda la quincena a la esposa. Como no le sonó la flauta, Núñez es concertista de piano.

Carlos López Puccio. Tiene cara de llamarse Osvaldo Federico o Ernesto Juan Pedro, y de haber inventado la marimba de cocos, o, mínimo, la lira de asiento. También es Libra, el signo de la aburrición porque toca jalarle al equilibrio, pues sería de mal gusto -y nada erótico- serle infiel con el fiel de la balanza. Como todos los del signo, se quita el pan de la boca para dárselo a él mismo. Tiene claro que la caridad entra por casa.

Para López, el humor es amor al prójimo, pero con hache. Considera que para ser músico no hay que tener vocación de pobre, pero ayuda. Y como toda regla tiene su excepción, decidió ser la excepción.  Con su nombre habría podido ser jugador de fútbol de frac. Que es más o menos lo mismo que hacen Les Luthiers con el humor y su parienta rica, la música.

Jorge Maronna: Iba para médico. Como tal, su gran sueño era acompañar a sus pacientes hasta la tumba. En un insomnio decidió cambiar el bisturí por la pacífica guitarra.  Como consecuencia de sus ínfulas de Hipócrates gaucho, cura las enfermedades del cuerpo y del alma con sobredosis personales de humor musical. Es músico-terapeuta.

A juzgar por su bigote cuasilibidinoso de  cantante de boleros, el che Maronna   -Maradona del humor- está en el árbol genealógico de los inventores del tubófono- silicónico-cromático. Tiene dos hijos: uno como guitarrista y otro como compositor. Nació en 1948, cuando se produjo un 9 de abril o «bogotazo» de felicidad en su casa. No se acuerda bien de su nacimiento porque nació a temprana edad. (Groucho Marx dixit.Y como Groucho, tiene principios pero, si a usted no le gustan, se los cambia por otro).

Como bebé, no berrió, cantó.  Este músico nacido en Bahía, Bahía Blanca, es cuota de la provincia en el grupo. Es el argentino que más sabe del colombiano Daniel Samper, quien mantiene relaciones no incestuosas con todo el grupo.

Marcos Mundstock. Para hacer juego con su nombre de evangelista, le gustaría andar con su complejo de Edipo (o sea con mamá) para todas partes.  Los siquiatras se inspiran en sus historias  antes de desplumar de sus complejos (y de la guita, o sea, del dinero) a su próximo cliente horizontal. En reciprocidad, el che Marcos se inspira en otro deporte  argentino que no demanda pantaloneta: ir donde ese  ginecólogo al revés que es el sicoanalista, el mismo  profesional del sofá que se sicoanaliza en los lapsus síquicos de sus pacientes, y de paso se ahorra la plata de la consulta. Perro no come perro.

Marcos se salió del libreto y se fue a nacer en Santa Fe, en 1942, un año que parece homófano de 1492, si no fuera porque hay una diferencia de más de 500 años y un descubrimiento: el de la India, perdón, el de América, según don Américo Vespucio, quien finalmente se quedó con el pecado y con el género; o sea, con el descubrimiento.  Todo lo que Marcos sabe de música se lo debe al complejo de “Cristóbal Colón”, propio de los que creen haber inventado algo, por ejemplo, el humor volando por instrumentos.

Roberto (El Negro) Fontanarrosa fue el padre tutelar del grupo. No daban ni un Re sin pedir su autorización. Y al revés. Les Luthiers era la mascota del Negro. Tenían autorización para leer entre líneas sus dibujos, cuentos, novelas…

La piedra preferida de este luthier (algo así como fabricante de instrumentos musicales hechizos, o sea, que nadie más es capaz de hacerlos) es la ira. Los días impares de la semana sueña con la manguelódica pneumática, un instrumento que, de haberlo conocido a tiempo, el gran Beethoven no habría perdido el oído. O lo habría recuperado para terminar  todas las sinfonías. Menos la novena porque detestaba los números impares, a partir de éste.

Johan Sebastian Mastropiero, el compositor del grupo. Es la suma de Daniel, el que abrió el paraguas, y los que siguen, principales y suplentes. Está repartido por partes iguales en cada uno de ellos. Por decir algo, Marcos es Mastropiero entre el ombligo y las prosaicas rodillas. Maronna es Mastropiero de la cabeza para arriba. Núñez, de la cabeza para abajo y así hasta que pase el último bus a Corrientes- 3-4-8, segundo piso-ascensor.

Eso sí, nadie quiere ser el sitio donde la espalda de Mastropiero pierde su nombre… que es el mismo sur de las vacas cuando van para el norte. Ve un sol -así sea menor, en la mañana, o mayor, al mediodía- y se le arregla el semestre. Es el rey Midas del elenco: todo lo que piensa o sospecha se convierte en música que sonríe. Es tan exigente que cuando la gente se ríe estruendosamente, considera que se le fue la mano en langosta. El humor no es para eso.

Nunca aparece en público por acuerdo con el sicoanalista. El día que aparezca, le cobrará todas las cuentas de las consultas y los 98 sofás que ha utilizado, todos nuevos, o con sólo entre siete y ocho argentinos horizontalizados en su hoja de vida. Como dicen las señoras cuando se quieren tirar en una persona: Mastropiero es un encanto de tipo. Es tan buena gente que parece que nunca hubiera existido. Como en efecto “ocurrió”.

Y fueeeera de programa, otro Luthiers agarró el sombrero para entrar de lleno en la eternidad. Se seguirá llamando Roberto Fontanarrosa, el Negro. O el Negro, alias Fontanarrosa.

No murió, quedó encantado, como dicen los poetas. Para salir del anonimato, Les Luthiers solían decir que eran amigos del nacido en Rosario, no en Bahía. Sobra decir que daba tres patadas y resbalón por su equipo Rosario Central. Viendo a sus jugadores se inspiró para muchos de sus cuentos.

La banda no daba un do ni un re sin pedir su autorización. Instrumento que inventaban, se lo tocaban primero al rosarino quien le daba el imprimatur. Lo miraban a los ojos abiertos como un dos de oro ,como sorprendido de tanta vida que le tocó vivir; a su sonrisa, y de allí salía el material para una gira de tres años.

Les Luthiers eran la mascota del Negro. Y al revés. Tenían autorización para leer entre líneas sus dibujos, cuentos, novelas. De allí sacaban otros temas. El Negro, antes de ponerse, a trabajar se metía su dosis personal de Luthiers.

 

ag/odg

 

*Escritor y cronista colombiano.
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