Por José Luis Díaz-Granados*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Resulta curioso, pero podemos hablar de poesía escrita en Nuestra América en los siglos XIX, XX y lo que va corrido del veintiuno, y nos sigue pareciendo que nos referimos a poesía contemporánea, a poesía actual. Porque toda obra de arte literario, por tener ese carácter intemporal, se puede asimilar como actual, pues jamás pierde los elementos cómplices con el lector de cualquier dimensión cronológica o espacial.
Es así como al leer el Nocturno III, de José Asunción Silva, nos parece que fue escrito la noche anterior a este artículo, y en esta misma Bogotá de ritmos humanos difíciles y lloviznas monótonas y hechizantes. Silva -junto con el patriota cubano José Martí, especialmente con sus Versos sencillos- fue el precursor de la nueva poesía en idioma español el supremo anunciador de los novedosos ritmos idiomáticos que emplearon luego los modernistas, y al hacerlo, con sus mágicos y prodigiosos “murmullos y músicas de alas”, abrió caminos infinitos a la expresión poética de las generaciones inmediatamente posteriores.
Además, sus Nocturnos, sus irreverentes Gotas amargas y la renovadora prosa narrativa de su novela De sobremesa hicieron de este joven y presuntuoso bogotano un poeta universal y uno de los más representativos y notables de la América hispana.
Pero, sin duda, fue el nicaragüense Rubén Darío, quien realizó (o completó) la revolución estética en la poesía castellana, lo que se conoció como el modernismo, movimiento que influyó a los europeos por primera vez en la historia -y que se hizo célebre en Francia con el nombre de art nouveau, el cual se caracterizaba por su estilo decorativo y un tanto artificioso de las formas, pero que al mismo tiempo denotaba una inusitada fuerza sensual-, que en España asimilaron favorablemente dos poetas cardinales como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
Los poetas modernistas más sobresalientes -quienes entronizaron una novísima forma de expresar sus asuntos líricos entre 1888 y 1915, aproximadamente- fueron Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Julián del Casal, Guillermo Valencia, José Santos Chocano, Ricardo Jaimes Freyre, Julio Herrera y Reissig, Manuel Gutiérrez, Nájera y Salvador Díaz Mirón, entre otros.
Al morir Darío en 1916, una segunda generación de modernistas como Porfirio Barba-Jacob, Gabriela Mistral, Evaristo Carriego, Ramón López Velarde, Luis Carlos López y Enrique González Martínez, evolucionaron hacia una poesía más personal y menos exótica y artificiosa, y resolvieron, a pedido de éste último, torcerle “el cuello al cisne de engañoso plumaje”.
Hay que poner de presente la inusitada aparición de poetas nuestros que escribieronen francés y vivieron en París, como los uruguayos Isidoro Ducasse, más conocido como el Conde de Lautreaumont, autor de Los cantos de Maldoror, Jules Laforgue y Jules Supervielle, el colombiano Hernando de Bengoechea, el ecuatoriano Alfredo Gangotena y el venezolano Roberto Ganzo.
En los años 20 vinieron a América los vientos renovadores de las vanguardias europeas y algunos poetas jóvenes asimilaron con buena fortuna esta peculiar visión estética. Movimientos como el nihilismo, dadá, el surrealismo, el creacionismo, el futurismo y el ultraísmo (que eran expresiones de avanzada, en contra del conservadurismo académico), comenzaron a tener adeptos entusiastas como el chileno Vicente Huidobro -que escribió en francés la mayoría de sus obras-, especialmente en libros como Tour Eiffel, Horizon Carréy Hallali, el peruano César Vallejo, los argentinos Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo.
Asimismo, los mexicanos Carlos Pellicer, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen, los colombianos León de Greiff, Jorge Zalamea y Luis Vidales, los venezolanos J. A. Ramos Sucre, Andrés Eloy Blanco y Juan Sánchez Peláez, y el chileno Pablo Neruda(especialmente en su libro Tentativa del hombre infinito).
Estos poemas volvieron a conducir las carabelas hacia Europa y su revolución poética fue altamente valorada por españoles, franceses e italianos. Huidobro y Vallejo vivieron en París y allí se catapultaron sus libros Altazor y Trilce y, posteriormente, Neruda con su Residencia en la tierra fue saludado por los poetas de la Generación del 27 como una voz que alteraba para siempre el idioma español.
En los años 40 y 50, aparecieron voces audaces, llenas de fuerza verbal como las de los mexicanos Octavio Paz, Efraín Huerta, José Gorostiza -el autor del admirable poema Muerte sin fin-, los cubanos José Lezama Lima y Nicolás Guillén, los guatemaltecos Miguel Ángel Asturias (con su hermoso aunque desigual libro Sien de alondra) y Luis Cardoza y Aragón con Luna Park; los colombianos Aurelio Arturo, Eduardo Carranza y Álvaro Mutis, la paraguaya Josefina Pla, los chilenos Nicanor Parra y Gonzalo Rojas y los ecuatorianos Jorge Carrera Andrade y Gonzalo Escudero.
Los años 50 y 60 se vieron marcados por el final de la II Guerra Mundial y la llegada de millares de europeos a Nuestra América. También, por el inicio de la llamada Guerra Fría, o sea por una inevitable polarización universal entre dos sistemas, el capitalismo y el comunismo, y por las ideas existencialistas, cuyos más conocidos impulsores fueron los escritores franceses Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus.
La poesía latinoamericana no fue ajena a estos influjos poderosos y su expresión se mostró cada vez más rigurosa, trascendental en lo político, e incluso discursiva, en algunos casos. Vemos entonces libros abiertamente militantes de Neruda (Las uvas y el viento), PedroMir (Hay un país en el mundo; Jorge Zalamea (El sueño de las escalinatas); Nicolás Guillén (La paloma de vuelo popular); Raúl González Tuñón (Todos los hombres son hermanos); Luis Vidales (La obreríada), Elvio Romero (Los innombrables), Juan Liscano (Nuevo mundo Orinoco); Jorge Enrique Adoum (Dios trajo la sombra), Ernesto Cardenal (Oráculo sobre Managua); Roque Dalton (El turno del ofendido), Mario Benedetti (Inventario), entre otros.
Y en el campo existencial, de abierto erotismo y liberación de la conciencia y la sensualidad, aparecen poemas como Amantes, de Jorge Gaitán Durán, Piedra de sol, de Octavio Paz; Los sueños, de Eduardo Cote Lamus, y la obra poderosa de Jorge Eduardo Eielson, Marco Antonio Montes de Oca, Fernando Charry Lara, Cintio Vitier, Idea Vilariño, Óscar Acosta, Blanca Varela, Vicente Gerbasi, Roberto Juarroz, Emilio Adolfo Westphalen, Eliseo Diego, Francisco Matos Paoli, José Coronel Urtecho, Olga Orozco, José Carlos Becerra, Homero Aridjis, Fina García-Marruz y Rosario Castellanos.
A ellos se suman Carlos Germán Belli, Juan Calzadilla, Tomás Segovia, EduardoLizalde, Jorge Teiller, Amanda Berenguer, Enrique Lihn, Jaime Sabines, Alejandra Pizarnik y Juan Gelman, para citar sólo algunos.
En las últimas décadas se impuso una poesía más personal, que algunos han denominado coloquial o conversacional, que canta y cuenta a través de versos cortos a manera de epigramas o, por el contrario, con poemas anchos, de estructura bíblica a lo Whitman, donde no falta en ocasiones el gracejo irónico o la expresión política, abiertamente izquierdista y anti norteamericana.
Entre sus cultores sobresalen los nadaístas colombianos -Jaime Jaramillo Escobar, Jotamario Arbeláez y Eduardo Escobar-, los cubanos Luis Rogelio Nogueras, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, César López y Nancy Morejón; los peruanos Arturo Corcuera y Antonio Cisneros; los salvadoreños José Roberto Cea, Roberto Armijo y Roque Dalton; el hondureño Roberto Sosa; los nicaragüenses Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas y Joaquín Pasos; los panameños Berta Alicia Peralta y Manuel Orestes Nieto; los mexicanos José Revueltas y Juan Bañuelos.
Y,finalmente, los poetas que en la actualmente dejan testimonio de su actividad creadora, plena y llena de sorpresas verbales, cuyas obras ya están comenzando a compilarse en importantes antologías y colecciones de poesía reunida, como es el caso de los chilenos Raúl Zurita, Cecilia Vicuña, Oscar Hahn y Eduardo Llanos; la salvadoreña Claribel Alegría y el hondureño Rigoberto Paredes; los colombianos Mario Rivero, María Mercedes Carranza, Giovanni Quessep, William Ospina, Piedad Bonnett y Darío Jaramillo Agudelo; los venezolanos Edmundo Aray,Tarek William Saab y Yolanda Pantin; los mexicanos Sergio Mondragón, ThelmaNava y José Emilio Pacheco; el ecuatoriano Ulises Estrella y los venezolanos Rafael Cadenas, Eugenio Montejo y Caupolicán Ovalles.
Nuevas generaciones de poetas de esta parte del mundo escriben, publican, se agrupan y buscan nuevas formas de la lírica, algunos reinventando la voz de los clásicos españoles, ingleses y franceses, otros rescatando las ondas rituales prehispánicas y otros uniendo su palabra a la voz coral de las muchedumbres andinas, caribes, llaneras, amazónicas y antárticas, continuando así, de uno a otro confín, la más antigua tradición humana: la poesía, ese “principio y fin de todas las cosas” -decía Juan Ramón Jiménez-, y que por lo tanto, resulta la expresión humana más hermosa, más estremecedora y más indefinible.
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