Por Kintto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
¿Qué decir hoy que no sea el panfleto acostumbrado repetitivo de unos, o la cola de paja de otros que recuerdan al Che como “algo de la juventud”?
Tal vez decir provisionalmente (en la vida todo es provisorio) que si un día la izquierda del mundo se quedó sin el Che, también el mundo lo ha perdido aunque tarde en darse cuenta. La izquierda y el mundo lo sienten. En ambos, esa muerte redujo el espacio moral sin el que la política carece de su sentido humano más profundo y queda limitada a los manuales. Sentido humano sin el cual las sociedades dejan de estar vivas y libres en su marcha hacia la transformación cualitativa del futuro, como diría Carlos María Gutiérrez.
Más allá y más acá de las ideologías, el Che se transformó en la imagen moral de la política, paradigma de la entrega total por un ideal, desde aquellos días en que emprendió viaje por América Latina, junto a su amigo Alberto Granados en La Poderosa, cantando aquel tango de Carlitos Gardel que dice así: “Adiós muchachos, compañeros de mi vida, / Barra querida de aquellos tiempos. / Me toca a mi hoy emprender la retirada. / Debo alejarme de mi buena muchachada…”.
El camino estaba ahí, el viaje y los sueños eran parte del camino y eran también el propio camino. Y en el camino una vez y tantas veces se preguntarán: ¿qué es lo que hay al otro lado del río? Ahora podríamos irnos a volver para escuchar a Jorge Drexler cantar: “Clavo mi remo en el agua / Llevo tu remo en el mío / Creo que he visto una luz al otro lado del río / El día le irá pudiendo poco a poco al frío / Creo que he visto una luz al otro lado del río / Sobre todo creo que no todo está perdido / Tanta lágrima, tanta lágrima y yo, soy un vaso vacío / Oigo una voz que me llama casi un suspiro / Rema, rema, remaa Rema, rema, remaa / En esta orilla del mundo lo que no es presa es baldío / Creo que he visto una luz al otro lado del río…”.
La luz a veces se mueve, a veces no se ve, pero está ahí, al otro lado del río al otro lado del camino. El camino es largo y el camino es corto. El camino del Che es su propia vida. De aquellos viajes en motocicleta, al viaje del Granma, la Sierra Maestra, la construcción en Cuba y en cualquier parte, el camino es la vida, la vida es el camino. Donde pongo la vida pongo el fuego, dice una canción de Angel González y Pedro Guerra. Eso es lo que hizo el Che, entonces ahora deberíamos irnos a volver para escuchar esa canción interpretada por Ana Belén y Miguel Poveda:
“Donde pongo la vida pongo el fuego / de mi pasión volcada y sin salida. / Donde tengo el amor, toco la herida. / Donde dejo la fe, me pongo en juego. / Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego / vuelvo a empezar, sin vida, otra partida. / Perdida la de ayer, la de hoy perdida, / no me doy por vencido, y sigo, y juego / lo que me queda: un resto de esperanza…”.
El camino del Che va y viene hasta hoy. El camino sigue. Es posible que por ahí, por el camino ande algún Quijote siguiendo la vida, poniendo el fuego en la vida y la vida en el fuego de los sueños. ¿Sueños imposible los del Quijote? ¿Sueños imposible los de Che? Tal vez sea posible, que los sueños sean imposibles. Pero son sueños, y el camino esta ahí. La sombra del Quijote y del Che están en el camino. Ahora podríamos escuchar a Plácido Domingo cantar Sueño Imposible del Quijote de la Mancha que dice así: “Con fe lo imposible soñar / al mal combatir sin temor / triunfar sobre el miedo invencible / en pie soportar el dolor / Amar la pureza sin par / buscar la verdad del error / vivir con los brazos abiertos / creer en un mundo mejor…”.
El Quijote se fue por los caminos de la Mancha, y el Che se fue por los caminos del mundo. Y los caminos del mundo fueron los caminos del Che. Como los caminos de la Mancha fueron los caminos del Quijote. Y en los caminos de la América Latina, el Che se quedó, un octubre. Juan Gelman lo contó con su poesía de la dolor: “…de este país de fantasía / se fue Guevara una mañana y / otra mañana volvió y siempre / ha de volver a este país aunque no sea más que / para mirarnos un poco un gran poquito y / ¿quién se habrá de aguantar? / ¿quién habrá de aguantarle la mirada?…”
La palabra de Juan y la del Che se juntan en el camino. A esas palabras, sentidas, se une la voz Julio Cortázar: “Yo tuve un hermano / no nos vimos nunca / pero no importaba. / Yo tuve un hermano / que iba por los montes / mientras yo dormía. / Lo quise a mi modo / le tomé su voz / libre como el agua. / Caminé de a ratos / cerca de su sombra / no nos vimos nunca / pero no importaba. / Mi hermano despierto / mientras yo dormía. / Mi hermano mostrándome / detrás de la noche / su estrella elegida”.
Entre la voz de los poetas se fue el Che, y Pablo Milanés le dijo en una canción: “Sí el poeta eres tú, / como dijo el poeta, / y el que ha tumbado estrellas / en mil noches de lluvias coloridas eres tú, / ¿Qué tengo yo que hablarte Comandante?”.
La palabra en el camino del Quijote, o sea del Che. La palabra en el camino de todos. Vamos y venimos por los caminos del Quijote. Vamos y venimos por los caminos del Che. Del camino de La Mancha al camino de la América Latina. Del camino de la palabra a la palabra en el camino. La palabra de Fidel: “Un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo. Un modelo de hombre que pertenece a los tiempos futuros, de corazón digo que ese modelo es el Che”.
El Che fue coherente en sus concepciones y en su práctica, modesto como dirigente y como ser humano, obstinado para retomar el camino después de cada tropiezo, comprometido con un mundo mejor. Hasta hoy, la muerte del Che sigue empobreciendo este mundo destrozado de nuestros días. Y tal vez hoy se siente mucho más la orfandad, cuando tantos burócratas lo siguen matando. De pensar en esa realidad surgió el poema Papeles en el Bosque, que en una parte dice así: “…tampoco maten al Che, como diría Juan, / porque todos matamos al Che y lo seguimos matando, / y ahora el Che es una camiseta, / una canción mal cantada en una tertulia…”. Y más adelante: “Hoy tengo demasiados papeles en la cabeza, / papeles que en algún momento fueron árbol. / Hay un papel que dice todos debemos morirnos alguna vez, / como los árboles que a veces ni si quiera echan raíces / pero se mueren los árboles tapando el bosque. / Hay que talar los árboles de la cabeza / para que podamos ver el bosque / y mirar a los ojos de los burócratas que siguen matando al Che…”.
En este mundo de guerras infames y totalitarismos, de fundamentalismos alejados de la vida, de ciudades superpobladas y contaminadas, de soberanías de papel, del imperio globalizado, de la farsa política y tantas cosas más, seguimos esperando, seguimos creyendo, que sin la ética del hombre nuevo que anticipó Guevara, el mundo no cambiará. El cambio de la sociedad solo será posible con el cambio de cada persona. Parece que la izquierda latinoamericana y el mundo, en medio de sus confusiones y sus crisis, nunca ha podido superar la desaparición del Che.
La desaparición de quien, como dijo alguien por ahí, mantiene verde el árbol de la vida. Alguna gente hasta santo lo cree. El documental San Ernesto nace en la Higuera refleja esa devoción. Pero tal vez, la lección más perdurable del Che empezó desde su muerte, entregada en aras de la vida por venir, pero la izquierda no fue capaz de entender su vida, mucho menos su muerte. El mundo, en cambio, tampoco fue capaz de entender la vida del Quijote, entregada en aras del camino por construir, mucho menos su muerte.
Uno y otro entraron en el camino para construir sus vidas, sabiendo que el camino era la propia vida. Como dice el grupo de rock Cecilia Krill Contesta en su canción 67: “Tocan el viento sin temor, entre las nubes. / Abren la celda con el sol, en las montañas. / Saben que ellos, no van a volver. / No van a dejar, de quemar las naves si es mejor…”.
Rocinante sigue cabalgando. Los tiempos se cruzan en la cruz de los caminos. Salvador Allende habla del Che: “Pocas veces he visto un hombre más humano, más profundo. Con una mirada que llegaba a unos antes que la respuesta, dando la respuesta. Con una seriedad cuando quería tocar los problemas, que evidenciaba su gran capacidad, su cultura. Y al mismo tiempo una ironía mordaz, que desarmaba, que golpeaba, que castigaba. Pero esencialmente era un hombre en el más amplio sentido de la palabra. Creo que muy pocas veces se ha visto en la historia una consecuencia similar, por lo menos en esta época contemporánea, entre un hombre que dice los que siente y hace lo que dice. Un hombre que, como el comandante Guevara, fue tan consecuente con sus ideas y con su propia vida. Además, en el libro que me regalara, Guerra de guerrillas, puso:
‘Para Salvador Allende, que por otros caminos, busca lo mismo. Con lo cual estaba diciendo que comprendía, que sabía que yo discrepaba de los caminos que ellos habían planteado y creía que Chile tenia otro camino… No era un hombre sectario, ni dogmático, si no que era un hombre abierto. Con una gran disciplina interna, pero al mismo tiempo capaz de comprender la disciplina de otros hombres y las características de otros pueblos’.”
Me decía José Mujica refiriéndose a otro Quijote, a Raúl Sendic, ese revolucionario en alpargatas que su lucha es una muestra de cuanto es capaz el ser humanos cuando cree en algo. Cuánta fuerza. “En el mundo de hoy tanto Quijote, tanta poesía es impensable. Tanta poesía. Tanta…”.
Sobre la poesía, decía Juan Gelman: “… los poetas ahora la pasan bastante mal / nadie los lee mucho/esos nadie son pocos / el oficio perdió prestigio/para un poeta es cada día más difícil conseguir el amor de una muchacha / ser candidato a presidente/que algún almacenero le fíe/ que un guerrero haga hazañas para que él las cante / que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro / y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron las muchachas / los almaceneros/los guerreros/los reyes / o simplemente los poetas / o pasaron las dos cosas y es inútil romperse la cabeza pensando en la cuestión…”
Entre Diarios de Motocicleta del cineasta brasileño Walter Salles y la lectura del poema Sobre la Poesía de Juan Gelman, vamos y venimos por los caminos del Che y del Quijote. De Plácido Domingo a la banda Cecilia Krill Contesta. De Jorge Drexler a Miguel Poveda. De Ana Belén a Pablo Milanés. Del otro lado del río a Dónde pongo la vida. De Juan Gelman poetizando sobre el Che a Julio Cortázar poetizando sobre el camino del Che. Del camino de La Mancha al camino de la América Latina. Del camino de la palabra a la palabra en el camino. Del Che a Fidel. De la ética como forma de hacer política a la coherencia como expresión de la política. De los burócratas que siguen matando al Che a los devotos de “San Ernesto de la Higuera”.
De la música de Liuba María Hevia cantando al hombre que no necesitó un apellido, a la voz de José Sacristán en el musical El Hombre de La Mancha. Por la Manchega llanura se vio al Quijote pasar. Va perdido en su montura venciendo el tiempo pasar, dejando la derrota atrás.. Rocinante sigue cabalgando. Los tiempos se cruzan en la cruz de los caminos. Salvador Allende también habla del Che. Me voy a volver con la poesía en la mirada. Con el Quijote en el camino. Con el Che en la memoria. El viaje no tiene fin, porque como decía Guevara: “Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos para siempre su historia”.
ag/kl