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sábado 21 de diciembre de 2024

Pirotecnias del tiempo

Por Oscar Domínguez G.*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

(Una variante  de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, que en su
expresión colombiana Gabo  calificó en su momento como «frases de la
vida»).

La hora que nunca quisiera dar un reloj es la de las 13:13.13.

El relojero es el siquiatra (Freud) del tiempo.

El tic tac es al reloj lo que el huevo a la gallina.

¿A qué limbo sin relojes va a dar el tiempo perdido.

A la clepsidra le gustaría dar la hora en la mano de una mujer fatal.

A los gatos, con sus siete vidas, el tiempo se lo pueden dar en ratones.

Las gitanas no necesitan reloj: leen el futuro en la palma de la mano.

Los gallos nacen con reloj despertador incorporado. Los suizos infiltraron un gallo y le arrancaron el secreto del tiempo exacto.

En la eternidad, el tiempo no tiene tiempo para nada.

En Colombia, un minuto de silencio nunca dura más de 50 segundos. Lo puede constatar en cualquier partido de fútbol.

El tiempo es ave fénix que nace del último segundo. Se parece al cocuyo que nace de su último apagón.

A las nueve y cuarto el reloj está completamente relajado. A las doce y 30 está haciendo yoga, parado en la cabeza. A las doce de la noche, aprovechando la oscuridad, segundos, minutos y hora se echan la primera canita erótica al aire.

A un viejo celador inglés le preguntó el juez la hora aproximada de un robo en su unidad. Respuesta con exactitud de fracciones de segundo «It was from two to two, to two two…”.

Había un reloj tan caro que a él mismo le daba pena perder el tiempo.

El único reloj que no da la hora es el del ajedrez. Pregúntele y verá.

El relojero saca el tiempo del anonimato.

Desde siempre sabemos que el tiempo toma la forma del reloj que lo contiene.

Había un reloj tan pobre que no daba ni la hora. Y había un reloj tan costoso que daba hasta diezmillonésimas de segundo.

Hay gente tan perezosa que para morir de repente se toma diez minutos.

«Con el tiempo, hasta el tiempo cambia” (Pierre Ronsard)

Tomados de la mano, los segundos forman las horas, que forman los días que unidos, hacen la vida. Lo dijo más bellamente el poeta Aurelio Arturo para no piratearle su metáfora.

Los relojes son ricos sin plata porque no saben que el tiempo es oro. Si lo supieran no perderían un minuto de sus vidas.

Había un señor que se llamaba Segundo. En represalia por semejante nombre, Segundo siempre llegaba temprano a todo.

Los segundos son migajas que caen de la mesa de ese rico Epulón que es el tiempo

De tanto dar la hora, un reloj que compré en algún almacén “agáchese” del centro, adquirió un eterno tic-tac que se le convirtió luego en mal de San Vito.

Estaba tan recién hecho el mundo cuando apareció papá Adán que todavía no existían ni los minutos ni los segundos. Sólo la eternidad.

Los relojes pintados en la pared no tienen ninguna prisa. Por más que caminen, nunca llegan a ninguna parte.

Por lo general, el 99,999999999999 de los relojes no tienen pasado ni futuro. Sólo tienen presente.

Los relojes, como los gatos, viven en la eternidad del segundo. (Gracias, Borges).

Los segundos se la pasan respirándole en la nuca a los minutos y estos a las horas. Y así van por la vida.

La virginidad y la muñeca para poner allí el reloj están colocadas en el lugar equivocado

No se puede ser el mismo en todas las estaciones: Fellini.

“La vida es un relámpago entre dos eternidades”. Leído en una pared del convento de las concepcionistas de clausura de Envigado.

¡Qué estrés el de los pobres relojes atómicos que solo se atrasan un segundo cada 3,200 años! El estrés lo genera el hecho de que no saben qué día se atrasarán ese segundo.

Con toda su plata, Bill Gates jamás podrá construir un minuto de 59 segundos. Así plata pa’qué.

Aquel reloj marcaba la hora con tanto gusto que para él cada minuto era año nuevo.

Los relojes dañados dan por lo menos dos veces al día la hora exacta.

Había un reloj con alzhéimer que daba la hora pero nunca sabía cuál.

Hay mujeres tan bellas e imposibles que no dan la hora ni de la semana pasada.

En los años bisiestos, el tiempo vive horas extras.

En los relojes parados hay huelga de segundos caídos.

Cuando llegue el fin del mundo, el último segundo será el encargado de apagar la luz.

Mejor no nos quitemos más tiempo.

ag/od

 

*Escritor y cronista colombiano.
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