Por Guillermo Castro H.*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
José Martí residió en México entre 1875-1876, de los 22 a los 23 años de edad. Llegó desde España, donde había sufrido pena de exilio, impuesta por el gobierno colonial, como castigo por su actividad independentista en Cuba. El apoyo de la masonería liberal le permitió no sólo residir en México sino, sobre todo, vincularse activamente con una comunidad generacional y cultural que desempeñaría un papel de primer orden en la consolidación y modernización del Estado mexicano.
Para él, esos años constituyeron una fase extraordinaria de maduración cultural e ideológica, en el contexto del liberalismo juarista. Una maduración que incluyó, en particular, el descubrimiento crítico de las realidades y problemas sociales, políticos, económicos y culturales de nuestra América, en la fase de formación y ascenso del Estado Liberal Oligárquico que vendría a ser dominante entre las décadas de 1870 y 1930.
Durante ese proceso de descubrimiento se inició la forja del concepto martiano de una América nuestra, con personalidad y pensar propios, que maduraba y crecía bajo el acoso de un terrible legado colonial. [1]
En México, también, comenzó el desarrollo de sus ideas estéticas, que puede ser seguido en sus colaboraciones para La Revista Universal, en las cuales va dando cuenta de la vida cultural y artística en aquella sociedad emergente, con especial atención en el teatro, la poesía, la filosofía y la pintura. En este último campo destacan, por ejemplo, los artículos dedicados a la Exposición de Bellas Artes en 1875, que lo lleva a enunciar “A nueva sociedad, pintura nueva.”
Desde ese postulado, Martí nos deja un juicio de ajustada clasicidad -para usar la expresión de Antonio Gramsci- ante el paisaje del valle de México pintado por José María Velasco (1840-1912), en el que refleja su descubrimiento del paisaje americano y anuncia una manera de tratarlo, lo cual alcanzará un especial refinamiento en el texto dedicado a la muerte de Darwin, siete años después. “Detengámonos”, dice,
y admiremos ese notabilísimo paisaje, tan bello como la naturaleza, espléndido como nuestro cielo, vigoroso como nuestros árboles, puro como las aguas apacibles de nuestra majestuosa laguna de Texcoco. Esas nubes son el bello cielo: se extienden, se transforman, están allá a lo lejos y, sin embargo, están delante nosotros; estas breñas están cubiertas de las plantas de nuestro Valle; esa agua azul se turba con los celajes pasajeros que copia: este hombre se ha colocado en la eminencia del genio para ver bien desde allí toda la extensión arrogante, todo el vigor soberbio, todo el cielo de ópalo, toda la tenuidad de la atmósfera y la riqueza de montañas y las magias de luz con que en el centro del continente abrió su seno la virgen madre América, esfuerzo de la creación envejecida en las tierras sin savia del Cáucaso y en la cansada región del Himalaya. El Valle de México es la belleza grandiosa: imponente como ella es el hermoso paisaje de Velasco.[2]
Esta manera de acercarse al arte se transforma en un pensar afectivo que alcanza una de sus expresiones más conocidas en el texto dedicado a la exposición de la obra del artista ruso Vereschagin en Nueva York, en 1889, en el cual -14 años después- señala que el arte (como el análisis político, agregaríamos) “no ha de dar la apariencia de las cosas, sino su sentido”.[3]
Desde esa visión, se hace más rico, también, el sentido de su relación con México, sintetizado en la carta en la que confiesa a su amigo Manuel Mercado : “si yo no fuera cubano, quisiera ser mexicano.”[4] Esa afectividad íntima alienta en la solidaridad y la promoción constante de México en su obra, su pensamiento y su conducta, que lo llevaría a afirmar en 1891, en un acto político y cultural, 15 años después de concluida su estancia allí:
¡Saludamos un pueblo que funde, en crisol de su propio metal, las civilizaciones que se echaron sobre él para destruirlo!
¡Saludamos, con las almas en pie, al pueblo singular y prudente de América![5]
De entre lo mucho que escribió desde México y sobre México, quizás nada tan hermoso como la última frase, en la carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado, que escribía la víspera de su muerte en combate en Cuba: “Hay afectos de tan delicada honestidad…”[6].
El cubano Martí y el mexicano Mercado están aquí, con nosotros, como hubiéramos querido estar con ellos cuando nos dieron aurora.
Monterrey, México, Universidad José Martí, 24 de octubre de 2017
ag/gc
[1] ¿A quién puede extrañar que su ensayo Nuestra América fuera publicado por primera vez en América Latina en el periódico El Partido Liberal, que dirigía en México Manuel Mercado, el 30 de enero de 1891?
[2] “Una visita a la exposición de Bellas Artes”, Revista Universal. México, Diciembre 28 de 1875.Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 386-387.
[3] “La exhibición de pinturas del ruso Vereschagin”. La Nación. Buenos Aires, 3 de marzo de 1889. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XV, 429.
[4] “Ahí es donde está la salvación de tu tierra, más que en buscarla de gente extranjera, que nunca podrá amar y servir a tu tierra como si fuera la suya propia. Si yo no fuera cubano, quisiera ser mexicano; y siéndolo le ofrendaría lo mejor de mi vida, la expondría, aunque los hombres prácticos hicieran burla primero de lo que habían de agradecer después, en enseñar a los indios.- De casa en casa iría pidiendo piedras para levantar una hermosa Escuela Nacional de Indios.” “Fragmentos”, 44, [1885 – 1895]. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXII, 34 (cursivas: gch).
[5] “Discurso pronunciado en la velada en honor de México de la Sociedad Literaria Hispanoamericana en 1891”. El Partido Liberal, México, 25 de noviembre de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 66:
[6] “A Manuel Mercado. Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.” Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV, 170.