Por Kintto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
¿Por qué un escritor deja de escribir o escribe sin publicar? ¿Cuáles son los motivos ocultos para tomar una decisión que puede marcar su vida? ¿En qué momento de la vida un escritor puede decidir que ya no lo es?
¿Cuáles son los motivos personales para rechazar su creación? ¿Cuáles son los motivos personales de un escritor para suicidarse? ¿Cuál es la enfermedad que ataca a muchos de quienes deciden pasar por ese proceso de autodestrucción? Dejar de escribir, suicidarse como escritor, rechazar la propia creación es también una forma de suicidio personal. Es también morir un poco.
En Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas describe diversas formas de ese suicidio; analiza los rasgos de quienes dejan de escribir por distintos motivos, o escriben y no publican por diversos temores; de aquellos que niegan su obra: los escritores del No o de la Nada.
Son muchos los ejemplos que el autor va mostrando a través de su novela, las anécdotas, las vivencias personales que llevaron a algunos a quedar en el camino. En la nota 4, Vila-Matas asume esa opción como una enfermedad: el “Síndrome de Bartleby”. Y puntualiza: “Hoy es ya un mal endémico de las literaturas contemporáneas”.
El propio escritor define esa realidad como una “pulsión negativa o atracción por la nada que hace que ciertos autores literarios no lleguen, en apariencia, a serlo nunca”.
Vila-Matas menciona, por ejemplo, cómo Gustave Flaubert no completó jamás el proyecto de Garçon que, sin embargo, orienta toda su obra. También cita episodios de Franz Kafka y Mallarme; o cómo Monsieur Teste, el alter ego de Paul Valéry, no solo renunció a escribir sino que, incluso, arrojó su biblioteca por la ventana.
Pero las historias no son solo sobre aquellos que dejaron de escribir. También en sus obras, de alguna manera, reivindican el síndrome creando personajes que son escritores del No, como André Gide o Robert Musil.
Las notas nos introducen en el síndrome de Bartleby, pero el síndrome es tal vez la propia justificación del escritor para dejar de escribir. Las notas son parte importante de esa endémica enfermedad que se encarga de describir. En otra de ellas hay una historia para entender la narrativa del No, cuando cuenta que en, 1853, Herman Melville, quien tenía entonces 34 años, llegó a la conclusión de que había fracasado.
¿Cómo es posible que un escritor asuma una opinión tan tajante sobre sí mismo a esa edad. Su decisión -apunta- tiene que ver con la opinión de la crítica y de los lectores. Mientras escribía pequeñas historias de la vida marítima, Melville era aceptado y leído. Cuando empieza a introducirse en mundos más elaborados, tanto en el plano narrativo como interpretativo y psicológico; cuando empieza a producir las que luego serán reconocidas como obras maestras, por ejemplo Moby-Dick, publicada en 1851, el público y la crítica dejan de aceptarlo y lo abandonan.
Dos años después escribe Bartleby, el escribiente. Lamentablemente Melville, como bien lo señala Vila-Matas, murió olvidado. Tuvo que pasar el tiempo para que se convirtiera en un clásico y parte del canon.
En otra nota Vila-Matas recurre a un testimonio sumamente elocuente del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro: “Guardamos todos un libro, tal vez un gran libro, pero que en el tumulto de nuestra vida interior rara vez emerge, o la hace tan rápidamente que no tenemos tiempo de arponearlo.”
La frase de Ribeyro es también la descripción de las vicisitudes que le pueden ocurrir a un escritor del No. El síndrome es algo permanente, y tiene que ver con la vida misma del escritor. Para Ribeyro es el tumulto de la vida; para Melville la incomprensión de sus lectores; para Vila-Matas tal vez sea su preocupación permanente, o temor, de llegar a ser un escritor del No.
Dentro de las notas, se menciona a Paranoico Pérez, un personaje en el cual el síndrome se transforma en locura, porque nunca logra escribir un libro, ya que cada vez que tiene una idea, José Saramago se la roba.
La narrativa de Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía es casi una Oda al Noísmo, pero , sobre todo, un ejercicio de erudición, de trabajo del lenguaje, de elaboración literaria desde distintos planos, de búsqueda narrativa, tal vez para espantar el síndrome de Bartleby. Tal vez con esta novela el escritor intenta una especie de exorcismo narrativo de sí mismo.
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