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jueves 21 de noviembre de 2024

El ascenso del conservadurismo

Por  Rafael Cuevas Molina*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 
Adondequiera que se vuelva la mirada, surge el fantasma de las ideas conservadoras. En Europa, en Asia, en América. El espectro que abarca es amplio y va, desde los intentos de imponer en la vida pública ciertos valores religiosos, hasta el creciente protagonismo de ideas neofascistas, xenófobas, misóginas y homofóbicas.

Pareciera que, en vez de ir hacia adelante, retrocediéramos. El mundo se llena de desconfianzas, recelos y resentimientos que tornan áspera la convivencia. Se construyen guetos, espacios acotados de ingreso restringido. Alrededor de estos se erigen muros y alambradas: cruzarlos se torna delito o, peor aún, un atrevimiento que puede costar la vida. Europa y Estados Unidos son ahora un gueto.

El “malo”, el signado con todas las connotaciones negativas, es el extranjero, el extraño que, como en tiempos de los antiguos griegos, es equivalente del bárbaro, el que no habla nuestro idioma, el que lo balbucea y del que, al mismo tiempo, se hace burla y se teme.

Los débiles, los diferentes, los que están en desventaja social son las víctimas propicias: las mujeres, los niños, los pobres, los que vienen de otra parte y se encuentran en situación vulnerable; los que tienen una orientación sexual distinta a la mía.

Es una intransigencia que surge del miedo y la inestabilidad. Es un querer aferrarse a lo que parece el núcleo duro de un mundo que se desmorona por todos lados, en el que, hasta la supervivencia como especie, se encuentra en entredicho. Es una intransigencia que surge, también, del derrumbe de la esperanza de las utopías que dieron aliento a muchos. ¿Hacia dónde mirar para encontrar una alternativa? ¿Será que esto es lo único posible?

Ante tanta incertidumbre prefiero defender mi pequeña esquina caliente, protegida de los vientos de cambio, donde me tapo los oídos, cierro los ojos con fuerza y confío en que una fuerza todopoderosa, más grande que mi pequeña humanidad avasallada, decida por mí y me salve.

Surge entonces tanto fantoche aprovechado de la incertidumbre. Son como mascarones de proa de una ola que crece inesperadamente; como una onda subterránea que va propalando movimientos telúricos a medida que se expande. Mascarones de proa con distintas expresiones: de patán, de payaso, de predicador, de mesías. Hasta de madre amorosa.

No aprendemos nunca, no nos sirve de nada la historia. Ya hemos pasado por esto; no hace dos mil ni tres mil años si no hace poco, y fue un desastre. Pero de nada sirve, siendo como somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Ahora, de nuevo tropezamos. ¿Adónde iremos a caer? ¿A quién juzgaremos como el responsable mayor, una vez que la ola se haya alejado y nos deje de nuevo tratando de reconstruirlo todo?

Emocionados apostamos por el cambio, y el cambio resultó ser esto. Nunca lo imaginamos. Lo soñamos luminoso, alegre, solidario, abierto, optimista, justo y creativo, pero el futuro nos tenía tendida una trampa; esta trampa, la del ascenso de lo oscuro y no de lo luminoso.

No queda más que resistir y luchar, como siempre.

ag/rc

 

*Historiador, novelista, presidente de la Asociación para la Unidad de Nuestra América en Costa Rica.
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