Por Frei Betto*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Los asesinatos en Río de la concejal Marielle Franco, del PSOL [1] y de su chofer Anderson Pedro Gomes, la noche del 14 de marzo, equivalen al del estudiante Edson Luis, en Calabouço, el 28 de marzo de 1968. Este último encarnó el enmascaramiento de la dictadura militar y de su naturaleza cruel, sacramentada por el decreto AI-5, el 13 de diciembre de 1968.
Ahora el crimen organizado hace alarde de sus huellas digitales y proclama que es dueño del territorio carioca. Que no pretenda la intervención militar extirpar la colusión entre la parte podrida de la policía y el narcotráfico, ni atreverse a defender los derechos humanos de los habitantes de las favelas. Ese es el mensaje enviado.
Los disparos que segaron la vida de Marielle nos alcanzan a todos los que luchamos para que, en palabras de Jesús (Juan 10, 10), “todos tengan vida, y vida en abundancia”. La muerte de los mártires demuestra cuán en vano intenta la injusticia triunfar sobre la justicia. Gandhi, Luther King, Chico Mendes son apenas algunos ejemplos de cómo los muertos conducen a los vivos.
En febrero de 1987 vi en Moscú, que era todavía la capital de la Unión Soviética, una larga fila a las puertas de un cine cercano a la calle Arbat. Se exhibía el filme Arrepentimiento, convertido en símbolo de la glasnost por haber estado prohibido durante dos años, aunque su director, George Abuladze, lo había realizado bajo la protección del entonces primer secretario del Partido en Georgia, el ministro de relaciones exteriores de Gorbachov, Eduard Shevarnadze.
Logré entrar. El filme, hablado en georgiano, estaba subtitulado en ruso. Pero la gran belleza de las imágenes me permitió entender el guión. Se trata de la historia del alcalde de una pequeña ciudad. Usaba un bigotito tipo Hitler, una camisa negra al estilo de Mussolini y cruzaba los brazos como Stalin. Cuando murió, todos lloraron, salvo una mujer que vivía de hacer pasteles en forma de iglesias. Era una de las víctimas de la prepotencia de aquella autoridad e insistía en mantener el cadáver insepulto. Lo desenterraba todas las noches para que nadie se olvidara de quien encarnara la opresión.
Hoy Marielle es una mujer insepulta. Su ejemplo de vida, sus ideales políticos, su empuje en pro de las comunidades marginalizadas en las favelas y de los niños y jóvenes privados de derechos básicos como la educación, perdurarán en todos los que hemos hecho de la vida ofrenda valerosa para que todos tengan vida.
¡Todos(as) somos Marielle!
ag/gc
[1] Partido Socialismo y Libertad