Guillermo Castro H.*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Ver el mundo desde nuestra batalla entre la falsa erudición y la naturaleza no puede, si no, confirmar nuestro derecho a la esperanza. Ese derecho se sustenta en los tres pilares mayores de nuestro legado martiano y en su corolario político.
Como nos lo enseñaran los intelectuales cubanos Cintio Vitier y Armando Hart, esos pilares incluyen la fe en el mejoramiento humano, la utilidad de la virtud y el poder transformador del amor triunfante. Y su corolario está en la posibilidad de encarar los males de este mundo, con todos y para el bien de todos los que estén dispuestos a involucrarse en esta tarea, a partir de estos principios.
Encarar dichos males no es un mero dilema moral. Por el contrario, constituye una necesidad política cada vez mayor. Así nos lo recordó recientemente Frei Betto en el artículo que dedicara a la patología del odio en nuestras sociedadades. [1] Ahí, este dominico tan franciscano -en quien se combinan de manera tan nuestra el amor a la cultura y la opción preferencial por los pobres- nos advierte del mal, que brota de la racionalidad desgarrada,en un mundo en que el optimismo de Montesquieu ha cedido su lugar al nihilismo de Nietzche y la competitividad, “exaltada por el neoliberalismo, se erigió en valor desbancando a la solidaridad.”
No es la primera vez que encaramos una situación así. En realidad, hemos ingresado en la fase superior y más extrema de un proceso ya advertido por György Lukács, a mediados del siglo XX. De entonces datan sus advertencias sobre los peligros de la transformación de la incertidumbre en miedo, y del miedo en herramienta de control político en todos los planos de la vida social.
Hoy, afirma Frei Betto, esto se expresa en una situación en la que “el vaciamiento de las instituciones” y la despolitización de la sociedad “hace que la discordancia se manifieste como “vendetta” individual” en la que sólo prevalece “la razón del poder.”
En una circunstancia tal, los grandes relatos históricos de ayer “ceden su lugar a las pequeñas algarabías”, y todos se ven estimulados al linchamiento virtual. Ante esa situación, advierte Frei Betto, el precepto evangélico de amar al enemigo “no significa condescender con la injusticia, sino abrazar la tolerancia y empeñarse en eliminar las causas que hacen que los seres humanos actúen como monstruos cegados por el paroxismo del mal.”
En verdad, el miedo -emoción primigenia por naturaleza- es la fuente de todo lo que es malo en el desarrollo de nuestra especie, como del amor proviene todo lo que es bueno. Del miedo -que genera su propia decadencia- proviene la resistencia conservadora a la posibilidad de cambios progresivos que emerge de la crisis global.
De eso trató Lukács en su libro El asalto a la razón, dedicado en 1952 a la formación de las bases ideológicas y culturales del nacionalsocialismo alemán. En dicho texto el autor destaca que ese miedo alimenta una tendencia constante y creciente a rechazar a la razón misma y buscarle sustituto en la creación de mitos y el culto a la voluntad guiada por la intuición.
Se atribuye a Sun Tzu haber definido la victoria como el control del equilibrio. Hoy, en el centro mismo del sistema mundial, una sociedad desgarrada por sus contradicciones internas ingresa en una fase en la que se desgaja de todo instrumento de equilibrio en las relaciones internacionales -como el acuerdo de París sobre Cambio Climático, el Tratado Transpacífico para crear un mercado común en esa región, y ahora del acuerdo para la prevención del desarrollo de armamento nuclear por Irán- y pasa a ser percibida como un factor de riesgo por sus propios aliados principales.
Todo ello se sustenta en el mito de una grandeza perdida que se desea recuperar. En términos reales, ese mito podría referirse a dos breves posguerras que desembocaron en el caos: la primera, que desembocó en la crisis de 1929; y la segunda, que llevó al ciclo revolucionario de 1968. De entonces acá, la tendencia al desorden en las relaciones internacionales ha sido una constante que hoy alcanza niveles sin precedentes, agravados por un estado de negación que cuenta entre sus primeras víctimas, precisamente, a quienes más se empeñan en promoverlo.
Vivimos tiempos que no son, en verdad, “para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada”, como lo advertía José Martí siglo y tanto atrás. Y añadía entonces una precisión más valiosa que nunca: “las armas del juicio que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.”[2] La razón, en efecto, está bajo asalto otra vez. Necesitamos, como nunca, esas trincheras de ideas.
Panamá, 19 de mayo de 2018
ag/gc
[1] http://www.cubadebate.cu/autor/frei-betto/
[2] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 15.