Entre la muerte de Wall Street y la “otredad”
Por Kintto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Hay ciudades grises y ciudades coloridas. Hay ciudades que se autodestruyen lentamente. Hay ciudades que se destruyen en las guerras, hay vidas que se destruyen en las ciudades, hay historia destruidas en la historia de las ciudades. Hay ciudades que pueden ser la muerte. Nueva York puede ser la muerte, en la realidad, y en la poesía de Federico García Lorca, que es otra realidad. O tal vez la misma.
En el poema “La Aurora”, de Poeta en Nueva York (1940), García Lorca poetiza una muerte colectiva. La aurora sufre por los edificios que no dejan ver el sol, por la podredumbre de las aguas de la ciudad, llenas de palomas negras. El poeta describe el sufrimiento por esa muerte que aparece desde el comienzo del día. La imagen del amanecer, que generalmente se utiliza para anunciar el comienzo de algo nuevo, aquí anuncia la muerte.
La aurora llega y a nadie le importa, porque allí no hay esperanza alguna. Los que salen a la calle enseguida se dan cuenta de que esa ciudad no es un paraíso, que no es posible ni siquiera deshojar amores. Una urbe con su naturaleza muerta. Quienes amanecen en esa ciudad saben que enseguida se hundirán en el lodo de los números, el lodo del dinero, y deberán ingresar a una especie de oscura lotería a jugar por jugar, trabajar por trabajar, sin la esperanza de que en algún momento ese esfuerzo dé algún fruto.
En la ciudad que describe el poeta, los seres humanos se mueven en un lodo permanente. Parecen haber salido de un naufragio de sangre Todos son parte de la muerte. Es la muerte en vida. La vida pelea cada día desde la aurora con la muerte que todo lo invade. La luz de la aurora es una luz encadenada, oprimida como los seres humanos que vacilan insomnes en medio de la muerte. Nueva York es la imagen de un mundo sin armonía.
El poeta cuestiona la ciudad, pero de alguna forma está cuestionando el rumbo de la humanidad. Parece decirse y decirnos: “si la realidad de Nueva York es el futuro, no hay un futuro posible”, entonces “el futuro de la humanidad es la muerte”.
En este poema y en todos los que integran Poeta en Nueva York, García Lorca cuestiona un mundo creado por y para el dinero, en el cual la vida está armada para generar dinero, la industrialización termina con la naturaleza, la ciencia destruye la convivencia. El dinero, las monedas que todo lo invaden, no sirven para nada ante la tristeza de los niños abandonados, ante la naturaleza que muere.
Lorca viajó a Nueva York en un momento de crisis personal, en lo sentimental e incluso en su identidad. Tal vez esperaba encontrar en la modernidad neoyorquina un mundo que aceptara la diversidad, que permitiera construir la vida individual y colectivamente respetando las identidades, la otredad. Sin embargo, encuentra un mundo uniforme, marcado por la hipocresía, por la injusticia, por la desigualdad, con una sociedad que discrimina lo diferente y se traga todo lo que genera vida.
Es una imagen aterradora, casi un infierno en el que no existen vestigios de esperanza. Los seres humanos, la naturaleza, la creación, el arte, los frutos están condenados por la muerte representada por las monedas, los números, las máquinas y las leyes creadas para la muerte.
El poeta utiliza una estética surrealista y busca provocar en el lector esa percepción de caos organizado, de dolor colectivo, de ciudad-cárcel en la cual la humanidad está presa de la muerte. Sus imágenes y sus metáforas son un golpe a la sensibilidad de quien lee. La muerte es un lugar y una sociedad construidos colectivamente.
En “La aurora” no hay lugar para la esperanza, sin embargo en otros poemas aparece una luz, se abre una posibilidad de que la vida pueda sobreponerse e ir conquistando espacios a la muerte. Esa luz surge desde los otros, desde los negros que con su cultura, su espiritualidad, su imaginación y creatividad se oponen a la muerte. Finalmente, en toda la poesía de García Lorca son los otros quienes generan la esperanza de un mundo mejor. Los negros, los gitanos. La otredad resiste a la muerte desde la propia vida y desde la poesía.
En todo caso, en esa ciudad creada y fichada por los números, la vida no está irremediablemente condenada a sucumbir ante la muerte. Y si la economía puede hacer de la propia vida una mercancía más, siempre quedará el recurso de la creación.
Poeta en Nueva York es también una crítica al capitalismo, en un momento que la propia crisis pone en evidencia todo lo malo del sistema, y es en esa ciudad donde se muestra esa contradicción entre el capital representado por Wall Street y la humanidad representada por la creación de los otros, de los negros. En una conferencia tras dejar Estados Unidos, García Lorca describía lo que de una forma poética hizo en ese poemario:
«Lo salvaje y frenético no es Harlem. Hay vaho humano, gritos infantiles, y hay hogares y hay hierbas y dolor que tiene consuelo y herida que tiene dulce vendaje. Lo impresionante, por frío, por cruel, es Wall Street. Llega el oro en ríos de todas partes de la Tierra y la muerte llega con él. (…) Y lo terrible es que toda la multitud que lo llena cree que el mundo será siempre igual y que su deber consiste en mover aquella gran máquina noche y día siempre. (…) Yo tuve la suerte de ver por mis ojos el último crac en que se perdieron varios millones de dólares, un verdadero tumulto de dinero muerto que se precipitaba al mar, y jamás, entre varios suicidas, gentes histéricas y grupos de desmayados, he sentido la impresión de muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más, como en aquel instante, porque era un espectáculo terrible pero sin grandeza. Y yo que soy de un país donde, como dice el gran poeta Unamuno sube por la noche la tierra al cielo, sentía como una ansia divina de bombardear todo aquel desfile de sombra por donde las ambulancias se llevaban a los suicidas con las manos llenas de anillos».
El texto de la conferencia da pie para analizar la diferencia entre la imagen de la muerte en “La aurora”, y en todo Poeta en Nueva York, y en el romance “Muerte de Antoñito el Camborio”, y en todo el Romancero gitano (1928).
Mientras en “La aurora” y en Poeta en Nueva York la muerte es real, sin esperanza, sin grandeza, prácticamente indigna, en “Muerte de Antoñito el Camborio” y en Romancero gitano, la muerte es imaginación, es creatividad, es una muerte con grandeza, una muerte digna, como ocurre en otras obras poéticas y teatrales de García Lorca.
En el romance, la muerte es parte de una lucha personal. Es una lucha desigual y eso hace que sea una muerte digna. La pelea es una especie de lucha entre el toro bravo y los toreros y banderilleros que arremeten sin piedad. A pesar de esa lucha desigual, Antonio: “Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí,/ pero eran cuatro puñales/ y tuvo que sucumbir”.
El ambiente en que se produce la pelea y la muerte es un ambiente taurino. García Lorca crea una escenario de muerte taurina: “Cuando las estrellas clavan/ rejones al agua gris,/ cuando los erales sueñan/ verónicas de alhelí,/ voces de muerte sonaron/ cerca del Guadalquivir”.
El poeta recurre a imágenes de la tauromaquia, e imágenes de la mitología gitana. El alhelí es la imagen de la sangre, el color y olor de la sangre. La muerte entre los gitanos es una muerte digna, de lucha, como la que, supuestamente, ocurre en una plaza de toros.
Como los negros de Harlem, son los otros -en este caso, los gitanos- quienes tienen la capacidad de llegar a la muerte como una creación de la vida, como una imaginación desde la propia vida. Entonces, en este romance y en el Romancero Gitano, la muerte no es real, la muerte es parte del mito, es parte de la creación humana.
La muerte fue un tema fundamental en la obra de Federico García Lorca. Pedro Salinas dijo que era «el poeta de la muerte». Tal vez, ese tema recurrente fue una especie de premonición de su propia muerte. Las circunstancias en que murió también son parte del mito. Lorca ya es un mito. Rafael Alberti lo describió como «el poeta que no tuvo su muerte».
Federico García Lorca, como los negros de Harlem y los gitanos, fue también parte de los otros. Se podría decir que su vida y su obra transcurrieron entre la reivindicación de la muerte y de la otredad.
ag/kl
Bibliografía:
– García Lorca, F. (1935), “Conferencia-recital Romancero gitano”, en OOCC, vol. III, Prosa, Madrid, Aguilar, 1991, pp. 339-346.
– “Poética”, en Poesía española. Antología (1915-1932), selección de Gerardo Diego, Madrid, Signo. Disponible en: http://artespoeticas.librodenotas.com/artes/1447/poetica- de-viva-voz-a-gerardo-diego.
– Bagaría (1936): “Diálogos de un caricaturista salvaje (entrevista a Federico García Lorca)” (10-6-1936), en El Sol, recogido en García Lorca, F., OOCC, vol. III, Prosa, Madrid, Aguilar, 1991, pp. 680-681.
– Salinas, P. (2007): “Federico García Lorca”, “García Lorca y la cultura de la muerte” y “Palabras en homenaje a García Lorca”, en Literatura Hispánica Moderna, incluido en OOCC, vol. II, Ensayos completos, Madrid, Cátedra, Bib. Áurea, edición, introducción y notas de Ensayos completos, Enric Bou y Andrés Soria Olmedo, pp. 1263-1266 y 1279-1292.
– Castro Arena, M. (2010): “Poeta en Nueva York de Federico García Lorca”, Alicante, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Disponible en pdf.