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viernes 20 de septiembre de 2024

Maquilas en Latinoamérica

Por Marcelo Colussi*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

Entre los años 60 y 70 del siglo pasado comienza el proceso de traslado de parte de la industria de ensamblaje desde Estados Unidos hacia Latinoamérica. Para los 90, con el gran impulso a la liberalización del comercio internacional y la absoluta globalización de la economía, el fenómeno ya se había expandido por todo el mundo, siendo el capital invertido no sólo estadounidense sino también europeo y japonés.

En Latinoamérica, esas industrias son actual y comúnmente conocidas como «maquilas» (maquila es un término que procede del árabe y significa «porción de grano, harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda, con lo que se describe un sistema de moler el trigo en molino ajeno, pagando al molinero con parte de la harina obtenida»).

Esta noción de maquila que se ha venido imponiendo desde algunos años invariablemente se asocia a precariedad laboral, falta de libertad sindical y de negociación, salarios de hambre, largas y agotadoras jornadas de trabajo y -nota muy importante -en buena medida: primacía de la contratación de mujeres. Esto último, por cuanto la cultura machista dominante permite explotar más aún a las mujeres, a quienes se paga menos por igual trabajo que los varones, y a quienes se manipula y atemoriza con mayor facilidad (un embarazo, por ejemplo, puede ser motivo de despido).

Surgidas en los años 60, en los 90 se expandieron por todo el mundo. La liberalización del comercio internacional y la globalización de la economía fueron los factores cómplices, desencadenantes.

Esas industrias, en realidad, no representan ningún beneficio para los países donde se instalan. Lo son, en todo caso, para los capitales que las impulsan, en tanto se favorecen de las ventajas ofrecidas por los países receptores (mano de obra barata y no sindicalizada, exención de impuestos, falta de controles medioambientales).

En los países que las reciben, nada queda. A lo que debe agregarse que es tan grande la pobreza general, tan precarias las condiciones de vida en dichos países, que la llegada de estas iniciativas más que verse como un atentado a la soberanía, como una agresión artera a derechos mínimos, se vive como un logro: para los trabajadores, porque es una fuente de trabajo, aunque precaria, pero fuente de trabajo al fin; y, para los gobiernos, porque representan válvulas de escape a las ollas de presión que resultan sociedades cada vez más empobrecidas y donde la conflictividad crece y está siempre a punto de estallar.

Dato curioso (u observación patética): algunas décadas atrás en la región se pedía la salida de capitales extranjeros y era ya todo un símbolo la quema de una bandera estadounidense; hoy, la llegada de una maquila se festeja como un elemento «modernizador», «dinamizador de la economía».

La relocalización (eufemismo en boga por decir «ubicación en lugares más convenientes para los capitales») de la actividad productiva transnacional es un fenómeno mundial y se ha efectuado desde Estados Unidos hacia México, Centroamérica y Asia, pero también desde Taiwán, Japón y Corea del Sur hacia el sudeste asiático y hacia Latinoamérica, con miras a abastecer al mercado estadounidense, en principio, y luego el mercado global, tal como va siendo la tendencia sin marcha atrás del capitalismo actual.

En el caso de Europa, las empresas italianas, alemanas y francesas primero trasladaron sus actividades productivas hacia los países de menores salarios como Grecia, Turquía y Portugal; y, luego de la caída del muro de Berlín, a Europa del Este. Actualmente se han instalado también en América Latina y en el África.

Las empresas maquiladoras inician, terminan o contribuyen de alguna forma en la elaboración de un producto destinado a la exportación, ubicándose en las «zonas francas» o «zonas procesadoras de exportación», enclaves que quedan prácticamente por fuera de cualquier control. En general no producen la totalidad de la mercadería final; son sólo un punto de la cadena aportando, fundamentalmente, la mano de obra creadora en condiciones de super explotación laboral.

Ubicadas en las zonas francas, las ganancias se quedan en la casa matriz de la empresa multinacional que vende sus mercancías en todo el mundo. Parte de las ganancias van directo a los paraísos fiscales.

Siempre dependen integralmente del exterior, tanto en la provisión de insumos básicos, tecnologías y patentes, así como del mercado que habrá de absorber su producto terminado. Son, sin ninguna duda, la expresión más genuina de lo que puede significar «globalización»: con materias primas de un país (por ejemplo: petróleo de Iraq), tecnologías de otro (Estados Unidos), mano de obra barata de otro más (la maquila, por ejemplo en Indonesia), se elaboran juguetes destinados al mercado europeo; es decir que las distancias desaparecen y el mundo se homogeniza, se interconecta.

Ahora bien: las ganancias producidas por la venta de esos juguetes, por supuesto que no se globalizan, sino quedan en la casa matriz de la empresa multinacional que vende sus mercancías por todo el mundo, digamos en Estados Unidos. Y es probable que parte de ese dinero ingrese luego al circuito financiero, capitales golondrinas que se mueven por los paraísos fiscales (por ejemplo: Islas Vírgenes), ganando cantidades inconmensurables sin entrar en la producción.

En el subcontinente latinoamericano, dada la pobreza estructural y la desindustrialización histórica, más aún con el auge neoliberal que ha barrido esta región estas tres últimas décadas, los gobiernos y muchos sectores de la sociedad civil claman a gritos por su instalación con el supuesto de que así llega inversión, se genera ocupación y la economía nacional crece. Lamentablemente, nada de ello sucede.

En realidad las empresas transnacionales buscan rebajar al máximo los costos de producción trasladando algunas actividades de los países industrializados a los países periféricos con bajos salarios, sobre todo en aquellas ramas en las que se requiere un uso intensivo de mano de obra (textil, montaje de productos eléctricos y electrónicos, de juguetes, de muebles).

Si esas condiciones de acogida cambian, inmediatamente las empresas levantan vuelo sin que nada las ate al sitio donde circunstancialmente estaban desarrollando operaciones. Que quede tras su partida, no les importa. En definitiva: su llegada no se inscribe -ni remotamente- en un proyecto de industrialización, de modernización productiva, más allá de un engañoso discurso que las pueda presentar como tal.

Toda esa reestructuración empresarial se produce en medio de no pocos conflictos sociales en los países del Norte, pues cientos de fábricas cierran y dejan desocupados a miles de trabajadores. Por ejemplo, en la década del 90 del pasado siglo más de 900 mil empleos se perdieron en Estados Unidos en la rama textil y 200 mil en el sector electrónico.

El proceso continúa aceleradamente, y hoy día las grandes transnacionales buscan maquilar prácticamente todo en el Sur, incluso ya no sólo bienes industriales sino también partes de los negocios de servicios. De ahí que, para sorpresa de nosotros, latinoamericanos, se vea un crecimiento exponencial de los llamados call centers en nuestros países: superexplotación de la mano de obra local calificada que domina el idioma inglés, siempre jóvenes. En definitiva: otra maquila más.

Todo esto permite ver que en el capitalismo actual, llamado eufemísticamente «neoliberal» (capitalismo salvaje, sin anestesia, para ser más precisos), las grandes corporaciones actúan con una visión global: no les preocupa ya el mercado interno de los países donde nacieron y crecieron, sino que pueden cerrar operaciones allí despidiendo infinidad de trabajadores –que, obviamente, ya no serán compradores de sus productos en ese mercado local– pues trasladan las maquilas a lugares más baratos pensando en un mercado ampliado de extensión mundial.

Venden menos, o no venden, en su país de origen, porque sus asalariados ya no tienen poder de compra, pero venden en un mercado global, habiendo producido a precios infinitamente más bajos. Es por eso que el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene la peregrina idea de hacer retornar esos capitales «relocalizados» para revitalizar la economía nacional, ampliando el mercado interno. No parece estar lográndolo de momento, por cierto.

El fenómeno parece no detenerse sino, al contrario, acrecentarse. La firma de tratados comerciales como los actuales TLC’s (Tratado de Libre Comercio) entre Washington y determinados países latinoamericanos, no son sino el escenario donde toda la región apunta a convertirse en una gran maquila.

En el mapa estratégico de las grandes potencias, en especial las estadounidenses, los países latinoamericanos quedan como agroexportadoras y facilitadores de mano de obra semiesclava.

Las consecuencias son más que previsibles, y por supuesto no  las mejores para Latinoamérica: en el trazado del mapa geoestratégico de las potencias, y fundamentalmente de los capitales estadounidenses, nuestros países quedan como agro-exportadores netos (productos agrícolas primarios, recursos minerales, agua dulce, biodiversidad) y facilitadores de mano de obra semiesclava para las maquilas.

En alguna medida, y salvando las distancias de la comparación, China también apuesta a la recepción de capitales extranjeros ofreciendo mano de obra barata y disciplinadas. La diferencia, sin embargo, está en que ahí existe un Estado que regula la vida del país, ofreciendo políticas en beneficio de su población y con proyectos de nación a futuro.

Sin dudas toda esta re-ingeniería humana desarrollada por el Partido Comunista ha llevado a China a ser una de las primeras potencias económicas mundiales en la actualidad, y ahora se habla de comenzar a volcar esos beneficios a favor de las grandes mayorías paupérrimas.

Por el contrario, las maquilas latinoamericanas no han dejado ningún beneficio hasta la fecha para las poblaciones; en todo caso, fomentan la ideología de la dependencia y la sumisión. Eso es el capitalismo en su versión globalizada, por lo que sólo resta decir que la lucha popular, aunque hoy día bastante debilitada, por supuesto continúa.

ag/mc

 

*Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.
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