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sábado 12 de abril de 2025

La obesidad supera al hambre

Por Frei Betto*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

Estar demasiado gordo ya no es motivo para sentirse personalmente culpable. No es solo resultado de la gula o la falta de educación nutricional. Se deriva de un problema estructural, de un sistema que, enfocado en la acumulación privada de ganancia, considera a las personas meras consumidoras y las estimula a ingerir venenos.

Según los datos más recientes de la Organización Mundial de la Salud (2016), de cada 100 habitantes del planeta, casi 30 tenían sobrepeso (2 mil millones 200 mil personas), y 13 de cada cien adultos eran obesos. Datos de la FAO (2017) indican que el número de hambrientos en el mundo gira en torno a los 821 millones.

El sobrepeso es ya una pandemia. Sus fuentes están globalizadas, el factor económico pesa en su incidencia.

La gordura excesiva afecta la autoestima y enciende la alarma sobre graves complicaciones de salud como la diabetes, los accidentes cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Gran parte de los alimentos que consumimos provienen de la producción agropecuaria y de la industria. En la producción agropecuaria predominan los agrotóxicos y, en el caso de Brasil, se emplean muchos que ya han sido prohibidos en otros países, como los que contienen acefato y fosmet.

Los animales consumidos en la mesa, como los bovinos, los porcinos y los ovinos, suelen recibir altas dosis de anabolizantes químicos perjudiciales para la salud humana, pero eficientes para apresurar la llegada del producto al mercado y darle un aspecto más atractivo.

El consumo de productos ricos en azúcares, grasas y sal no es el único villano en el aumento de la obesidad. Se suma a él la vida más sedentaria y el poco tiempo que se dedica a cocinar y comer. Es más cómodo ordenar una pizza que apartar los ojos de la pantalla electrónica e ir a la cocina a ensuciar cazuelas y platos. Esa “pérdida de tiempo” ocasionada por la preparación de la comida se gana en sobrepeso.

La obesidad ya es una pandemia. Sus fuentes están globalizadas. En casi todas las ciudades de los cinco continentes habitados se puede comer el mismo sándwich y tomar el mismo refresco. La cadena alimentaria no tiene nada de inocente. Arranca de plantíos y granjas, fuentes de materias primas, pasa por industrias y almacenes, mercados y tiendas, hasta llegar al plato de quien no recibió, ni en la familia ni en la escuela, una educación nutricional. Ni aprendió a ser menos vulnerable a la publicidad. La industria alimenticia seduce al consumidor con envoltorios atractivos y reclamos suculentos: “100% granos”, “rico en fibras”, “cero gluten”. Y advierte en letras microscópicas que el producto contiene mucha azúcar, calorías y grasas saturadas.

El lobby de esa industria presiona a gobiernos y corrompe a políticos para que aprueben los transgénicos y rechacen todo intento de etiquetar las mercancías con advertencias en cuanto a los riesgos para la salud, como se hace con el cigarro.

La cadena alimentaria no tiene nada de inocente. Seduce al consumidor con envoltorios atractivos y reclamos suculentos: “100% granos”, “rico en fibras”, “cero gluten.

El poder de la publicidad induce a muchos a cambiar hábitos saludables por vicios dañinos, como sustituir el café con leche y el jugo de frutas por bebidas con chocolate producidas industrialmente y refrescos. O el agua filtrada por el agua embotellada. Al llegar al supermercado y comprobar que el refresco es más barato que el agua mineral, muchos consumidores optan por el primero.

El factor económico pesa en la incidencia de la obesidad. Una investigación realizada en el Reino Unido, donde 28 de cada 100 adultos son obesos, comprobó que ingerir 1 000 calorías consumiendo salmón o yogur costaba el equivalente de 39 reales. Obtener la misma cantidad de energía con pizza o hamburguesa costaba 12.

Los Estados Unidos son los campeones mundiales de la obesidad -36, 2 de cada 100 adultos-, seguidos por Turquía, Libia, Arabia Saudita y Nueva Zelanda, todos con más de un 30% de la población con sobrepeso. En Brasil 22,1 de cada 100 adultos están por encima de su peso. En la otra punta de la escala figuran China, con un 6,2% de obesos, Japón con un 4,3% y la India con un 3,9%.

Cerrar la boca, subir escaleras, hacer caminatas y ejercicios son hábitos que evitan y reducen la obesidad. Pero el asunto ya se ha convertido en un problema político. Mientras no exista una acción gubernamental que frene el envenenamiento de los alimentos y desestimule el consumo de “bombas” que afectan la salud, los gastos de la salud pública tenderán a aumentar.

Si las familias, las escuelas, los medios de comunicación y las redes digitales no se empeñan en promover la educación nutricional, se producirá una multiplicación geométrica del síndrome del pez, que es el que muere por la boca…

ag/fb

 

*Escritor y asesor de movimientos sociales
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