Por Oscar Domínguez G.*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
García Márquez cuenta en su autobiografía que su primer triunfo literario se lo debe al ajedrez. Sin proponérselo, el “premio” lo obtuvo al pronosticar la muerte del belga que jugaba con su abuelo monótonas partidas. La crónica familiar convirtió el vaticinio del niño Gabito en novelón.
En reciprocidad por ese primer Nobel, muchos personajes de las ficciones del novel oráculo practican el ajedrez, el juego más hermoso del mundo. No todo nos llega tarde: El que por muchos años fue Nobel del ajedrez, Garry Kasparov, hizo su primera visita a Colombia luego de cortarse la coleta de primero en su oficio.
La forma de jugar ajedrez del campeón mundial Kasparov (abril 13 de 1963) parece consignada en el soneto de Lope de Vega sobre el amor: “Desmayarse, atreverse, estar furioso;/áspero, tierno, liberal, esquivo;/alentado, mortal, difunto, vivo;/leal, traidor, cobarde y animoso”. En una palabra, Kasparov ha jugado con pasión, un sustantivo que lo retrata.
Con su forma de afrontar el jurásico juego, dominó la pasarela ajedrecística mundial por espacio de 20 años. Con todas las luces encendidas, anunció su retiro cuando le quedaba un lustro de pontificado. No deja de ser una exquisita ironía que uno de los primeros países que visitó quien cometió la audacia de retirarse a tiempo fuera Colombia, una nación condenada a la cadena perpetua de sus protagónicos expresidentes.
El hombre que anda para todas partes con su almohada favorita y con su complejo de Edipo -su madre, doña Klara Kasparova- fue una de las estrellas invitadas a una versión de Expogestión que se realizó en Bogotá.
Claro que en su primera visita a Colombia, K estuvo acompañado de la primera dama del tablero sentimental de su vida: su “dulce enemiga” Dasha, su prometida, delgada y frágil como un esbelto alfil.
Según el Gran Maestro polaco Savielly Tartakover “la táctica consiste en saber qué hacer cuando hay algo que hacer, y la estrategia en saber qué hacer cuando no hay nada qué hacer”. Kasparov dictó cartilla sobre estrategias ante buena parte de la dirigencia de América Latina. O sea, el ajedrez se sale del tablero y empieza a prestarle sus herramientas de trabajo al homo sapiens para que mejore su rendimiento en los negocios.
Días vendrán en que la lúdica ciencia ajedrecística se pueda utilizar para amar, hacer la paz, perdonar, olvidar, compartir…
No en vano “la vida imita al ajedrez”, según dijo wildeanamente Kasparov, quien firmó autógrafos como toda una figura del rock mundial. Que la vida imita al deporte de sus sueños quedará plasmado en otro de los libros que prepara el cual le hará compañía a “Mis antecesores favoritos” en cuya bibliografía figura un solo colombiano, el maestro Boris de Greiff con su libro “Las mejores 400 partidas”.
Durante su visita a Macondo donde antes han estado los excampeones mundiales Alejine, Max Ewe, el reincidente Spassky y las féminas Nona Gaprindashvil, Zsuzsa Polgar y Zhu Chen, K le contó a nuestra dirigencia cómo el ajedrez puede influir en la toma de decisiones.
Entre sus recomendaciones, sus escuchas tomaron nota de estos consejos: los grandes campeones necesitan grandes enemigos. Kasparov se considera un afortunado al haber tenido un rival de los quilates de su paisano Anatoly Karpov. (Fue su salida más aplaudida). Hay que sacarle partido, mucho partido, a las derrotas.
Otras recomendaciones: hay que luchar “especialmente” cuando se está ganando, no subestimes al adversario (él subestimó a Vladimir Kramnik y éste lo venció), mantén el equilibro entre intelecto e intuición, aprovecha las ventajas sicológicas, ponte en el lugar de tu rival para derrotarlo, es fundamental tener confianza en tus posibilidades, hay que exprimir al máximo creatividad e imaginación.
Los asistentes lo interrogaron sobre el significado de su derrota frente a “Azul Intenso”, la supercomputadora de IBM a la que solo le falta amar o derramar una furtiva lágrima. Él considera este duelo casi como un lapsus, un asunto para el olvido.
Explicó que decidió decirle adiós al mundo blanco y negro del ajedrez porque ya lo había conseguido todo en esta actividad y es de los que necesita estar fijándose imposibles. Pero primero había que despedirse con todos los juguetes y lo hizo ganando el torneo más importante del calendario mundial: el de Linares, España. Luego agarró el sombrero, apagó su propia luz y entró en la penumbra enrocando sobre sí mismo.
Aprovechará para hacer política y tratará de remozar la democracia rusa y, si los electores lo acompañan, definiría alguna aspiración presidencial, en caso de que se den las condiciones porque sólo se fija metas que estén a su alcance.
En su agenda figura leer y escribir, dar partidas de exhibición, dictar conferencias y, por fin, jugar por placer. Jugar ajedrez sin placer es como amar sin amor. En el pasado jugó por deporte, profesionalmente, por plata. Ya no hay problemas de chequera.
“Viviré mi propia vida”, ha notificado el Stradivarius del ajedrez, un juego que debería ser obligatorio en la aldea global.
ag/odg