Por Kintto Lucas *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Me fui a volver y ahora estoy entrando en una caverna, en un centro comercial, una cueva, un templo, un espejo, la televisión, el internet, un Parlamento, una casa de gobierno, un partido político, una ong, la globalización económica, la OEA, el consumo, el capitalismo, o tal vez una vasija de barro.
¿En qué caverna estoy finalmente? Es una buena pregunta. Una buena interrogante. Depende, siempre depende de uno en qué mundo quiere ingresar, en qué caverna entrar, en qué historia. Cada uno decide su propia caverna. Hay cavernas y cavernas. Una caverna, por ejemplo, puede ser el Centro Comercial, como lo describe el Premio Nobel de Literatura José Saramago en su novela La Caverna, ese lugar que miles de personas visitan día a día en las ciudades. Otra, en cambio, puede ser el espejo en el que nos miramos diariamente y que, tal vez, nos conozca más que nosotros mismos. En todo caso, cada cual elige su propia caverna.
La Vasija de barro, esa es una caverna más acogedora que puede recibirnos en nuestro último viaje. Bueno, no se si es el último pero, al fin de cuentas, es un viaje más. Al escuchar a Paco Ibañez cantando Vasija de barro, enseguida recuerdo a ese maestro y gran amigo Jorge Enrique Adoum, quien siempre decía que esa era una de las versiones que más le gustaba. Recuerdo también sus palabras cuando contaba cómo surgió esa canción que se transformó en un himno de Ecuador y América Latina, cuando nos encontrábamos para tomar algún trago, hablar de política, de literatura y de la vida, en el Ceviche que nos reuníamos una vez al mes. Buenos recuerdos… También hay que escuchar la versión original de Benítez y Valencia, que fueron quienes le pusieron la música.
La historia fue más o menos así. Noviembre de 1950, El Origen, un óleo recién pintado por Osvaldo Guayasamín, todavía estaba fresco en la sala de su casa en la Galápagos y Venezuela, en el Centro de Quito. Los invitados fueron llegando a la fiesta organizada por el pintor y empezó a circular el anisado Mallorca.
La obra, que reproducía a una madre con su hijo en el vientre, en forma de vasija de barro, prendió la imaginación del escritor Jorge Carrera Andrade, quien caminó hacia la biblioteca y tomó un libro que por casualidad era el primer tomo de la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
Luego lo abrió en la contratapa interior y escribió los primeros versos. Luego pasó el libro al poeta Hugo Alemán. Siguió el pintor Jaime Valencia. Y finalmente Jorgenrique corrigió algunas sílabas y terminó el poema diciendo-escribiendo los últimos versos. Jorge Carrera Andrade se acercó al músico Gonzalo Benítez y le dijo: “Vea Gonzalo, esto con música tiene que ser una belleza”. Potolo Valencia y él trabajaron la música, la ensayaron un ratito y volvieron para decirles: acá está la canción… Después la cantaron muchas veces hasta la madrugada. Hay una versión excelente de Paco Godoy en el piano y la voz de Xavier Rivadeneira, que también vale la pena escuchar a la hora de recorrer las decenas de versiones realizadas en el mundo sobre La vasija de barro.
Los círculos del tiempo. Sin querer, Marcel Proust fue cómplice de la creación de La vasija de barro, un poema y canción que serían imagen andina y latinoamericana. El francés, que se había introducido en el laberinto de la memoria y del sueño permanente buscando el tiempo perdido, en una novela de tres mil páginas, algo así como su propia caverna personal, y la caverna de una burguesía decadente, la Francia del fines del siglo 19 y principios del 20. El libro de Marcel Proust unía dos momentos, dos historias, dos realidades.
A mí se me ocurre ahora unir en la memoria dos músicas, dos creaciones que traspasaron su momento, y que tal vez para algunos no tengan nada que ver. Pero para mí, un hilo perdido en el tiempo y en el tejido de la historia las acaba de unir. El Bolero de Ravel es una creación que marcó la época de Proust. Pero además Celeste Albaret, famosa “ama de llaves” de Proust en la realidad, y personaje en su obra, fue luego cuidadora de la Casa-museo de Maurice Ravel.
Bolero traspasó la caverna de su tiempo como la Vasija de Barro. Dos momentos, dos creaciones, dos música en el círculo del tiempo. Ahora, sería un momento adecuado para escuchar una genial interpretación para violín del Bolero de Ravel.
Si bien Vasija de barro traspasó los tiempos del pentagrama musical, la vasija de barro ya no es un espacio de la despedida última y el barro está en extinción, aunque siga siendo el mejor material para construir. Ahora, hay otra caverna muy distinta a la Vasija de Barro, con sentidos simbólicos diferentes. Una caverna que representa otro mundo, un mundo. El Centro Comercial es la caverna de nuestro tiempo, dice José Saramago. Eduardo Galeano, en cambio, describe al Centro Comercial como el templo donde se celebran las misas del consumo. Un símbolo de los mensajes dominantes: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria.
En La Caverna, Saramago representa en una alfarería un mundo que se va extinguiendo y en el Centro Comercial un mundo que avanza. Pero el Centro Comercial es también un lugar en la ciudad, que encubre la globalización económica y sus efectos perversos como el consumismo, la homogenización cultural, la aceptación de un mundo único, la renuncia a pensar y a debatir, el pensamiento único. Según el escritor portugués, representa además una forma de totalitarismo en la cual se están formando los seres humanos.
Al ir de caverna en caverna, tal vez de un momento a otro se pueda escuchar otra música, otra historia, otra realidad, otra fantasía, otro mundo, que al final de cuentas es el mismo mundo, otro laberinto hay que pasar para entrar a esta caverna. La música nos lleva a ese laberinto, sigamos a esa música, sigamos su camino… El laberinto del fauno, provoca sensaciones diversas. Es una mezcla de paz, tristeza, ternura y soledad.
La música siempre nos dice algo, nos hace sentir algo, la música en este caso es como un mensaje. El laberinto del fauno es una obra maestra del cineasta mexicano Guillermo del Toro. Recorrer el laberinto es entrar en la guerra civil española, esa caverna del dolor. Pero es también entrar en los ojos de una niña que se aferra a su inocencia mientras el mundo a su alrededor se desmorona, esa caverna de la ternura y la esperanza de que todo cambiará.
Es un relato de la vida y de la muerte, de la fantasía y la realidad, del pasado y el futuro, del dolor y la esperanza. La imaginación de la niña, hija de la guerra, espanta los horrores que soporta. ¿Quién puede decir que la imaginación de una niña no es la realidad? ¿Quién puede afirmar que el libro de las encrucijadas no es la realidad?
Al salir del Laberinto del Fauno y dejar atrás el libro de las encrucijadas, tal vez sea un buen momento para delirar, un buen momento para pensar que, más allá de la caverna del Centro Comercial, y del consumo y del capital, hay otro mundo distinto, tal vez muy raro para algunos, pero posible. Siempre es posible otro mundo, siempre otro mundo es posible. Claro que sería la hora de irnos a escuchar a ese gran amigo que se nos fue el año pasado, pero que sigue ahí siempre.
Tantas conversas en el camino, y aquellos últimos vinos que nos tomamos frente al Teatro Solís, cuando hablamos de todo y miramos la vida por una ventana de recuerdos. Afuera, una garúa finita, fría, montevideana. El derecho al delirio en la palabra de Eduardo Galeano y su relato vivo. ¿Que tal si deliramos pensando que otro mundo es posible?
Cuando se mira una vasija de barro y dentro de ella el cráneo de una calavera. Bueno, cuando se mira el cráneo de una calavera, no se sabe si es de un rico, de un mendigo, de un sabio, de un poderoso, de un farsante. Lo único que indica es el abismo por el que sucesivamente seremos todos devorados. El futuro al que todos llegaremos algún día. El horizonte nunca soñado. El déspota y el ingenuo, el revolucionario y el acomodado, el traidor y el héroe, el ministro y el obrero, el creyente y el ateo, el cuentero y el que le cree caminan por ese destino.
Finalmente ahí seremos todos iguales… Pero Saramago tenía una versión particular sobre la muerte. “Nosotros creemos que la muerte surge de un momento a otro, y la muerte está con nosotros desde que nacemos hasta que en un determinado momento asume el nombre de una persona. Nuestra pequeña venganza es que la muerte se muere con nosotros mismos. Cuando nos morimos, ella ya no matará a nadie más”.
Del portugués Saramago vamos a José Luis Sampedro, ese extraordinario escritor catalán, humanista, economista, que pregonó hasta su muerte en el 2013, cuando tenía 96 años, una economía más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos. También hasta esos días analizaba la muerte desde una mirada vital. No era pesimista al hablar de la muerte, no se indignaba con ella, pero se indignaba con la indiferencia de la gente, con la muerte que está dentro de la caverna del consumismo, con la corrupción que se esconde dentro de una sociedad dónde todo se convierte en mercancía. “La corrupción muestra que hay unos dispuestos a venderse y otros dispuestos a comprarlos”, decía San Pedro.
Si seguimos el hilo del tejido que las voces y las historias van construyendo a lo largo del telar, podemos ver que la muerte no está en la vasija de barro. La muerte no está en la calavera dentro de la vasija de barro, la muerte es parte de otra caverna, la caverna el capital. La dictadura de hoy es la dictadura del consumo, decía el escritor portugués. Hemos dejado de ser ciudadanos y somos solo clientes. Sus palabras y las de San Pedro son claras.
En 1989, con su canción Elegía del indio, basada en una carta del Jefe Seattle al Presidente de Estados Unidos, el dúo uruguayo Los Zucará nos decía que no podrán comprar la naturaleza y los pueblos con dinero… Veintiún años después con su canción Latinoamérica, los portorriqueños Calle 13 mueven al mundo con un mensaje de identidad latinoamericana. Y gritan que el capital no podrá comprar el viento, el sol, la lluvia. Calle 13, con la colombiana Toto La Momposina, la peruana Susana Baca y la brasileña María Rita interpretan la mejor versión de Latinoamérica…De la utopía de Los Zucará en 1989 a la de Calle 13 en 2010 con mensajes similares, llenos de vida. La utopía sigue viva.
Tal vez no todo se pueda comprar y vender, como decían José Luis Sampedro y José Saramago, pero ahora mucho se compra y vende en el libre mercado, incluidos el viento, la lluvia y algunos pueblos. El capitalismo se reinventa a si mismo. La Caverna de Wall Street está ahí para recordarnos…
La Caverna también puede ser una máscara, una ciudad, un miedo, un misterio, una simulación. Hoy el mundo vive para la simulación. Las experiencias y relaciones existen muchas veces para la simulación. El selfie y las redes sociales son una prueba irrefutable de eso. Son una caverna para la simulación. Pero a la vez son una ironía de la realidad, pues muchas veces solo son una representación de la realidad. La trilogía Matrix, de los hermanos Wachowski, pone en discusión a través de la ciencia ficción el debate sobre la realidad en el mundo de hoy. ¿Qué es la realidad?, pregunta uno de los protagonistas. Y responde: bienvenido al desierto de lo real.
Más allá de las muchas cavernas y de la realidad virtual, la realidad está ahí y es necesario seguir caminando. La salida no es escapar. Porque algún día finalmente escampa, siempre escampa, como dice el grupo uruguayo La Vela Puerca.
ag/kl
Textos del autor, basados en su programa radial Me voy a volver.