Por Guillermo Castro H.*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
El vínculo entre la ciencia y el humanismo es mucho más amplio y rico de lo que podría parecer a primera vista. La lectura del Génesis desde las Humanidades, por ejemplo, nos permite ver, en el episodio terrible del asesinato de Abel por su hermano Caín, el dilema moral en torno al cual se organiza lo fundamental de nuestra eticidad: ¿acaso soy yo el guardián de mi propio hermano?
La ciencia, por su parte, nos ayuda a entender que ese conflicto entre hermanos tiene un componente ambiental, que enfrenta entre sí a dos formas diferentes de relación con la naturaleza. Caín, en efecto, era un agricultor sedentario, mientras Abel era un pastor nómada.
El Viejo Testamento, como sabemos, fue escrito por descendientes de un pueblo de pastores nómadas, dirigido por hombres como Abraham, dueño de grandes rebaños. Allí también, en el libro del Éxodo, aquellos israelitas pasan de la condición de esclavos, en el Egipto agrícola, a la de nómadas que viajan por el desierto en busca de una tierra prometida poblada por pueblos de comerciantes y agricultores, constructores de ciudades, a los que harán una guerra incesante.
Disciplinas científicas como la ecología, la climatología, la biología evolutiva, la paleontología y la geografía aportan elementos sin los cuales no podríamos comprender este conflicto en sus implicaciones para nuestro desarrollo como especie. Las Humanidades -a través de disciplinas como la arqueología, la historia y la filosofía, entre otras- nos permiten no solo entender sino y, sobre todo, comprender el papel de ese conflicto en nuestro desarrollo como especie.
Pero hay más. Como lo dijera alguna vez el historiador ambiental Donald Worster, las ciencias naturales pueden demostrar, más allá de toda duda, que estamos inmersos en una crisis ambiental que ya amenaza la continuidad del desarrollo de nuestra especie. Sin embargo, no pueden explicar cómo y por qué hemos contribuido a crear esa crisis, y cuáles son nuestras opciones de destino a partir de tal origen.
Esta observación de Worster expresa la necesidad de contribuir al proceso de formación de un saber ambiental en el que convergen y se trascienden las Humanidades y las ciencias naturales. Ese proceso ya está en curso en todas las grandes comunidades humanas de nuestro tiempo -incluyendo de manera destacada la iberoamericana-, con los matices y perspectivas propias de la cultura de cada una de estas. Lo hace posible el hecho de que toda ciencia es natural, pues todas construyen su objeto de estudio dentro de la naturaleza y, al propio tiempo, toda ciencia es social, pues ese proceso de construcción ocurre siempre desde la sociedad.
Esta convergencia es una necesidad de nuestro tiempo, en el que formas cada vez más complejas de actividad productiva material crean la necesidad de formas de complejidad equivalente -o mayor- en la organización de los procesos de producción de conocimiento. Toca ahora trascender los límites impuestos por la organización original de ese trabajo de producción de conocimientos, ideas e innovaciones que han venido a desembocar en nuestro presente.
En su mundo de origen, el desarrollo del conocer fue organizado por áreas de especialización. Eso permitió avanzar con tal rapidez que, entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX, ocurrió una auténtica revolución tanto en los métodos de producción del conocimiento como en la amplitud de sus resultados y de sus aplicaciones a la producción de bienes materiales y servicios sociales.
De ese proceso da cuenta, por ejemplo, lo que va de la teoría de la evolución de las especies por selección natural -presentada por Darwin en 1857-; la del desarrollo social elaborada por Marx entre 1857 y 1867, a la del vínculo entre la biosfera y la noosfera, planteado por Vladimir Vernadsky en 1938.
El planteamiento de Vernadsky, en particular, ofreció una estructura tangible a la idea expresada y reiterada por Marx y Engels desde 1846 sobre la existencia de una sola historia, la de la naturaleza, en cuyo seno -y en constante interacción con su entorno natural mediante procesos de trabajo socialmente organizados- se inscribía la de las sociedades humanas.
Al planteamiento de Vernadsky le faltó incorporar el papel del trabajo como forma específicamente humana de relación con la naturaleza. Al propio tiempo, su propuesta de integrar el conocer y la naturaleza en el proceso de la creación y desarrollo de la noosfera no fue bien comprendida en una cultura aún comprometida con la ilusión positivista del progreso incesante mediante la especialización constante.
Hoy, las cosas han evolucionado hasta ponerse a la altura del legado de Marx, como lo planteara alguna vez Rosa Luxemburgo. En nuestra circunstancia, la noosfera toma conciencia de sí, desde nosotros y para nosotros, de un modo que confirma lo dicho por Vladimir Vernadsky en 1938:
La creación de la noosfera, iniciada con intensidad […] hace algunas decenas de miles de años, fue un hecho de extrema importancia en la historia de nuestro planeta, conectado sobre todo con el crecimiento de la ciencia de la biosfera, y definitivamente no fue un hecho casual. Podemos, por tanto, afirmar que la noosfera representa la esfera fundamental del conocimiento científico, aunque sea apenas ahora que hayamos llegado al punto de distinguirla de su realidad circundante.
Eso somos, eso hacemos, eso nos distingue dentro del devenir general de nuestra historia, y traza nuestra ruta hacia un mundo mejor.
ag/gc