Por Frei Betto*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
El noticiero informó recientemente que la Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin) espía a los cardenales brasileños, y que le ha transmitido al gobierno información sobre sus recientes encuentros en el Vaticano con el papa Francisco, para preparar el Sínodo (del griego “caminar juntos”) sobre la Amazonía, que se reunirá en octubre en Roma.
“Estamos preocupados y queremos neutralizarlo”, declaró el general Augusto Heleno. Eso recuerda la famosa pregunta de Stalin durante la Segunda Gran Guerra: “¿Cuántas divisiones tiene el Vaticano?”
Según el Documento Preparatorio del Sínodo, en la Amazonia predomina la “cultura del descarte” que, sumada a la mentalidad extractivista, convierte al planeta en un basurero. “La Amazonía, región con una rica biodiversidad, es multiétnica, pluricultural y plurirreligiosa, un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos, los Estados y la Iglesia” (…) “Es de vital importancia escuchar a los pueblos indígenas y a todas las comunidades que viven en la Amazonia, que son los primeros interlocutores de este Sínodo”.
La Iglesia denuncia situaciones de injusticia en la región, como el neocolonialismo de las industrias extractivistas, los proyectos de infraestructura que destruyen la biodiversidad y la imposición de modelos culturales y económicos ajenos a la vida de los pueblos.
En los nueve países que componen la Panamazonia (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela, y la Guayana Francesa, territorio de ultramar) se registra la presencia de tres millones de indígenas pertenecientes a un total de 390 pueblos. También viven en ese territorio entre 110 y 130 “Pueblos Indígenas en Situación de Aislamiento Voluntario”.
La cuenca amazónica constituye una de las mayores reservas de biodiversidad (entre 30% y 50% de la flora y la fauna del mundo) y agua dulce (20% del agua dulce no congelada del planeta); y posee más de un tercio de los bosques vírgenes.
Según los obispos, “el crecimiento desmedido de las actividades agropecuarias, extractivistas y madereras en la Amazonia no solo ha afectado la riqueza ecológica de la región, sus bosques y sus aguas, sino que también ha empobrecido su riqueza social y cultural, al forzar un desarrollo urbano no integral ni inclusivo de la cuenca amazónica.”
Lamentablemente, “todavía hoy existen restos del proyecto colonizador que dio pie a la inferiorización y la demonización de las culturas indígenas. Esos vestigios debilitan las estructuras sociales indígenas y permiten el desprecio de sus saberes intelectuales y sus medios de expresión”.
El papa Francisco afirmó en Puerto Maldonado, Perú, en enero de 2018: “Probablemente, los pueblos originarios amazónicos nunca estuvieron tan amenazados en sus territorios como lo están ahora”.
El pontífice denunció ese modelo de desarrollo asfixiante, con su obsesión por el consumo y sus ídolos: el dinero y el poder. Se imponen nuevos colonialismos ideológicos, disfrazados con el mito del progreso, que destruyen las identidades culturales propias de esos pueblos. Francisco llama a la defensa de esas culturas y a la apropiación de su herencia, que es portadora de una sabiduría ancestral. Esa herencia propone una relación armoniosa entre la naturaleza y el Creador, y expresa con claridad que “la defensa de la tierra no tiene más finalidad que la defensa de la vida”.
Hoy, el grito de la Amazonia al Creador es semejante al grito del Pueblo de Dios en Egipto (cf Éxodo 3,7). Es un grito desde la esclavitud y el desamparo, que clama por libertad y porque Dios lo escuche. Un grito que pide la presencia de Dios, especialmente cuando los pueblos amazónicos, al defender sus tierras, ven criminalizada su protesta, tanto por parte de las autoridades como de la opinión pública.
ag/fb