Por Marco A. Gandásegui hijo *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Los medios masivos de comunicación son un fenómeno relativamente reciente. Con el invento del telegrama se dio un primer paso: informar a las masas (grupos sin distinguir posición o clase social) sobre acontecimientos que ocurrían en el mundo. Vale calificar el término mundo: se trata del mundo en que nos desenvolvemos, el espacio que conocemos y, culturalmente, nos es afín.
Todavía más de la mitad de la población de la tierra vive en un mundo pequeño, conformado por su familia y su comunidad. Pero una masa creciente, desde mediados del siglo XIX, vive en un mundo en permanente expansión: la provincia, la nación, el mercado internacional y, finalmente, el mercado mundial. Esta masa es la consumidora de los medios de comunicación masivos. Son miles de millones de personas en todos los continentes, atravesando fronteras, que día por día reciben información de la más diversa naturaleza.
Se trata de información procesada, diagnosticada y digerida en cuestión de minutos por profesionales de la comunicación, altamente entrenados, y desplegada en todos los rincones del planeta gracias a las redes electrónicas, informáticas y virtuales. La información puede ser presenciada en vivo desde cualquier lugar. También se puede esperar a que aparezca en el noticiero estelar nocturno.
Gran parte de la información es predecible, los interesados lo anuncian de antemano: conferencia de prensa de alguna personalidad, un encuentro deportivo decisivo o una elección política que determinará quién gobernará en un país.
Cuando ocurre algo inesperado -un terremoto, magnicidio o incendio- existen protocolos para dar a esos hechos el tratamiento correspondiente. Por ejemplo, en el caso de ataques fatales, cuyo objetivo es crear inseguridad y zozobra (terrorismo), se les da un abundante despliegue si las víctimas pertenecen a una región o país específicos. En caso contrario, apenas son registrados en las pantallas o los periódicos ( nos referimos, entre otros, a las masacres de palestinos, al despojo de los saharauis o de los pueblos indígenas de América, tanto del Norte, como del Centro y también el Sur.
La distinción entre lo que es noticia y lo que no es, ha tomado cierto auge en los grandes medios de comunicación masivos, desde la elección del presidente Trump en EE.UU. Se está hablando de “Fake News” (noticias falsas) como un fenómeno supuestamente novedoso. En realidad siempre han existido. En la Antigüedad, en la colonia y en años más recientes.
Un caso emblemático -que cambió el curso de la historia en el caso de Centro América- fue la estampilla de correo que circuló en el Congreso norteamericano en 1902, que mostraba la erupción del volcán Momotombo en Nicaragua donde EE.UU. pretendía construir un canal interoceánico. Los senadores lo pensaron dos veces y optaron por financiar la ruta que atravesaba el istmo de Panamá.
Los ejemplos abundan en el siglo XX. El intelectual orgánico de Wall Street, Walter Lippmann, escribió un libro en la década de 1920 titulado ‘Opinión Pública’, donde presentaba el arte del ‘fake news’ como una herramienta política para dominar a las emergentes clases media y obrera. Dicen que el libro ‘Opinión Pública’ ocupaba un lugar destacado en la mesita de noche del ideólogo alemán Joseph Goebbels.
Con el advenimiento de las redes virtuales, las noticias falsas se han generalizado. El ‘chisme’ de barrio se ha masificado a través de los medios electrónicos de los celulares que manejan niños desde cinco años de edad hasta ancianos de 90. Pero siguen siendo los grandes medios de comunicación -principalmente las cadenas de televisión y periódicos- las que controlan las noticias falsas.
Por ejemplo, los enfrentamientos de EE.UU. con Venezuela, Siria, Pekín en el Mar del Sur de China -entre otros- son noticias en la medida en que los medios controlados por los monopolios concentrados en Nueva York lo quieren. Moldean la información, según los intereses de las grandes corporaciones y la ponen en circulación, en forma masiva, a través de los medios nacionales, locales e incluso virtuales.
Con motivo de la llegada de Trump a la Casa Blanca se suscitó una división en el seno de los grandes monopolios. Los medios que defienden posiciones ‘nacionalistas’ apoyan al presidente poco convencional y los que apoyan la globalización lo atacan. Los primeros cuentan con la cadena Fox News y los partidarios de la globalización tienen a CNN (además, el New York Times y las agencias informativas que alimentan los medios europeos, latinoamericanos y de otras regiones).
La división es muy clara en lo que se refiere a la política interna. Diariamente se inventan ‘fake news’ de lado y lado sobre la muralla en la frontera entre EE.UU. y México, sobre el cambio climático, el colapso del empleo industrial y agro-industrial y muchos otros. En política exterior, las noticias falsas tienden a dividir a los monopolios norteamericanos en dos frentes: de un lado, la guerra en el Medio Oriente y, por el otro, Rusia y China.
En lo que los monopolios consideran su ‘patio trasero’, en otras palabras América Latina, no existen mayores diferencias. Las ‘fake news’ cotidianas ensalzan a los regímenes de extrema derecha y demonizan a los gobiernos democráticos de izquierda. Todos promueven, mediante éstas, golpes de Estado, persecuciones políticas e, incluso, invasiones militares.
Siempre existirán ‘fake news’. En nuestros tiempos son el producto de los intereses de los grandes monopolios que quieren dominar los mercados mundiales y los consumidores a escala global. Hay que aprender a leer y discriminar las noticias. Todo indica que tendremos noticias falsas para rato.
ag/mg