Por Oscar Domínguez G. *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Quiero darte gracias por existir, en cantidad calculada en mil 360 millones de kilómetros cúbicos, no importa que el 97.2% de ti se nos vaya en océanos. El resto está congelado en neveras llamadas polos, glaciares, lagos y ríos, que es agua que hace camino al andar (¿a quién estaré pirateándole esta frase?).
Estoy seguro de que se te parte en dos tu corazón de hidrógeno y oxígeno con la contaminación como la que provocamos quienes nos decimos tus enamorados que hasta serenata te damos en el «Día del Agua», que celebramos el 22 de marzo, por mandato de la ONU.
Cuando te contaminamos alteramos tus «características físicas, químicas y microbiológicas». Esto nos puede enfermar. También nos puede poner a comprar ataúd. O a gastar en crematorio. Parece que ignoráramos que por lo menos mil millones de personas no tienen acceso a ti y que el “bobo sapiens” te ha contaminado en materia grave, lo que “redunda” en mayores índices de cólera, tifoidea, malaria o disturbios estomacales.
Si el amor es eterno mientras dura, tú eres finita, te acabas. En la actualidad somos siete mil y pico millones de habitantes que contaminamos lo que queda del medio ambiente, sin contar los que fueron hechos esta mañana. Pero seremos 8 mil 900 millones en el 2050. Y a más gente, menos agua. Y eso que necesitamos 50 litros de agua por día para nuestras necesidades básicas. Agua, ¿qué nos pasa a los mortales?
A veces vienes en forma de granizo que es el llanto congelado de las nubes. El granizo es un icberg bonsái. El mar, cuando se va de farra, no pide el whisky con hielo: lo prefiere con un iceberg.
El agua sirve para demostrar la existencia de Dios. Y para dudar de él. Como en el episodio en el que Pedro, recién reclutado, después de ver a Jesús caminar sobre las aguas, les comenta al resto de conspiradores con red, llamados también apóstoles: “¿Cómo creer en alguien que ni siquiera sabe nadar?”.
A propósito: El mar no es más que un aguacero acostado, millones y millones de gotas de lluvia tomadas de la mano.
Se me vuelve agua la boca al recordar que el juglar Salvo Ruiz se apoyó en ti para explicar la virginidad de María, cuando un trovador (Ñito Restrepo, para no ir muy lejos) le preguntó en una trova que explicara “cómo la Virgen pariendo, doncella pudo quedar”. Respuesta de Salvo, repentista de Concordia: «Tira una piedra en el lago, se abre y vuelve a cerrar; así la Virgen pariendo, doncella pudo quedar».
Creo que ni Santo Tomás habría podido ser tan “sumamente” certero. (Claro que este episodio lo ha negado hasta el gato. Pero no está mal la ficción y por eso se queda consignado en estas líneas. Además, si cada alcalde manda en su año, cada cliente manda en su Facebook. O en su blog).
En el campo, agua, eres el espejo casero de los animales, cuando te envasas en bellos lagos. ¿Qué sería de las sirenas sin el agua? Serían simples sardinas enlatadas. Mamá Eva inventó la coquetería cuando se miró en un lago que había en el Paraíso, entrando a mano derecha. Todavía andaba sin hoja de parra. Sin ser periódico, eres medio de comunicación acuático: sobre tus lomos se desplazan toda suerte de naves.
Con una interjección atrás y al frente (¡agua!) te conviertes en sinónimo de rumba corrida. En esto eres sinónimo de ¡azúcar! Nos enseñas a filosofar: agua que no has de beber, déjala correr. Nadie se baña dos veces en el mismo río, decimos para recordarnos nuestra condición de efímeros. Somos clínex en las manos de Dios. O del azar, como le dicen los escépticos al que tiene la sartén del poder por el mango.
Y te prestas para adivinanzas: «Agua pasó por aquí, cate que no la ví» (el aguacate). Cuando te extroviertes demasiado en invierno, las abuelas dicen: «Llueve agua, Dios, misericordia». Santa Bárbara, patrona de aguaceros y de los polvoreros ¿es también tu patrona? Los nevados son agua que iba para el cielo y se quedó congelada, sintetizó una vez el folclorista Mario Tierra en uno de sus lúcidos y lucidos repentismos cuando le dio por biografiar al Nevado del Ruiz. Los páramos son frío muerto del frío.
No te imaginas la desolación que hay en una casa cuando te vas: abre uno la llave, y en vez de ti, nos «moja» un sonidito hueco con el cual no podemos bañarnos. Los oradores se dopan tomando su dosis personal de H2O, tu alias más conocido. En los baños turcos vuelves ropa de trabajo la fatiga. En tales lugares una pérdida de prestigio, o de virginidad, no se le niega a nadie. Todo esto se hace a espaldas de ti, agua, por supuesto.
Agua, déjate ver para invitarte a tomar algo, así sea un vaso de agua o algún espirituoso licor sobre las rocas. En una velada así nos puedes iluminar sobre la mejor forma para conservar lo que nos queda del medio ambiente. En fin, agua: lo único que me choca de ti es que no tengas oreja para mordértela.
ag/odg