Por Frei Betto *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
El físico brasileño Marcelo Gleiser, profesor de la Universidad de Dartmouth (EE. UU.), recibió el Premio Templeton 2019, considerado el “Nobel” de la espiritualidad. La fundación que otorga el premio resaltó que el físico había hecho “una contribución excepcional a la afirmación de la dimensión espiritual de la vida”.
En julio de 2010, Gleiser y yo nos encerramos cuatro días en el Hotel Santa Teresa, en Río, para dialogar sobre la fe y la ciencia, con Waldemar Falcão como moderador. El libro Conversa sobre a fé y a ciencia (Agir/Nova Fronteira), ya agotado, es resultado de ese encuentro.
De formación judaica y huérfano de madre desde la infancia, el primer desafío de Gleiser -para plantearse el más allá- fue la muerte. Todavía joven se interesó por el taoísmo y el hinduismo, practicó yoga y, gracias a sus lecturas de Einstein, para quien nada era más importante que “experimentar el misterio”, descubrió que temas otrora reservados a las religiones, como los orígenes del Universo y de la vida, ahora eran abordados por la ciencia. Recibió, además, la influencia del físico y comunista brasileño Mario Schenberg, quien se declaraba un “materialista místico”.
Antes de nuestro encuentro, cada uno leyó los libros del otro. Comprobamos que entre nosotros había más convergencias que divergencias. Me admiró su apertura a lo trascendente, en especial en las obras A harmonia do mundo y Criação imperfeita, en una época en que físicos como Stephen Hawking y Richard Dawkins profesaban un ateísmo militante.
Gleiser admitió que al leer mis libros A obra do artista -Uma visião holística do Universo (José Olympio) y Sinfonia Universal- a cosmovisão de Teilhard de Chardin (Vozes) le habían sorprendido los conocimientos de astrofísica y física cuántica de un fraile.
Entender el mundo es develar la mente de Dios. Gleiser completó mi afirmación de que la ciencia es el reino de la duda diciendo que “se alimenta de la duda para buscar la verdad. No existen verdades acabadas. El proceso de la búsqueda es el proceso de la trascendencia”.
La ciencia trata acerca de “cómo”, y la teología el “por qué”. “No existe incompatibilidad entre espiritualidad y ciencia”, afirmó Gleiser. “Muy por el contrario, el científico dedica su vida al estudio de la naturaleza porque está enamorado de ella. Esa es una relación espiritual.”
Admitió que “la búsqueda del conocimiento científico es una gran búsqueda espiritual, que responde a ansias que nos acompañan desde tiempos ancestrales. Nuestra visión del mundo anda tomada de la mano de los avances de la ciencia. Nuestra espiritualidad también”.
El físico teórico, que es un agnóstico, concuerda con la idea de que Dios no puede ser objeto de la ciencia, porque, como el amor, no es verificable. Pertenece a la esfera del misterio, que supera nuestra racionalidad. Opinó que tal vez la ciencia jamás logre obtener la Teoría del Campo Unificado, capaz de articular todas las fuerzas de la naturaleza, a lo que aspiraba Hawking.
Y Gleiser duda de que un día se puedan explicar científicamente los orígenes del big bang y de la vida, y el funcionamiento de la mente, aunque ya exista un mapa de casi todo el cerebro y se conozca el mecanismo de sus ondas eléctricas.
Gleiser y yo entendemos que no debe confundirse la religión con la espiritualidad. La primera es una institución, la segunda una experiencia. La diferencia es como la que existe entre la familia y el amor. Y ambos consideramos que el sostén de la espiritualidad es la meditación. En un lago próximo a su casa de Hanover practicaba una variante de la pesca con mosca, con un cebo artificial, en la que se devuelven los peces vivos al agua; el objetivo es poner en blanco la mente del pescador. “La meta final de cualquier práctica de meditación es desidentificarse de la mente”, subrayó.
Premiar a Marcelo Gleiser constituye una significativa denuncia contra la intolerancia religiosa y la obsesión de pretender divinizar la ciencia y desprestigiar la fe.
ag/fb