Por Kintto Lucas *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
El ser humano confió en sus oídos antes que en sus ojos. El ser humano auscultando los vientos y el sonido de la tormenta. El ser humano mirando un mundo indescifrable donde las cosas no tenían nombre y descubriendo, de pronto, el primer signo gráfico; el primer mensaje escrito o dibujado sobre una piedra. El ser humano ajustando ese signo a una ley: el primer lenguaje. Entonces comenzó, tal vez, la primera alienación del ser humano: tuvo que elaborar los conceptos, el contenido de las palabras. El árbol fue ese dibujo, el agua ese sonido, el viento un trazo furioso sobre la piedra.
El ser humano cambió el oído por el ojo. Cambió el mágico mundo acústico por ese otro más objetivo y más perfecto del ojo, pero ya no era libre. Luego, preso del contenido de las palabras y del lenguaje decidió modificarlo, cada vez que no se adaptaba a sus intereses o a sus intenciones de comunicación.
El lenguaje constituye una de las herramientas fundamentales de la literatura. Los poetas, en distintos siglos, han intentado recrear el lenguaje y crear uno propio para comunicar los sentimientos, mostrar el mundo que ven sus ojos, golpear, sensibilizar. El lenguaje muchas veces puede ser una prisión asumida por herencia, por influencias demasiado marcadas en la construcción poética.
Los poetas buscan su propio camino estético, y en ese camino también van construyendo su propio lenguaje. Pero a los poetas, como a los narradores, a veces les cuesta dejar a un lado las influencias, las herencias. Entonces a veces sufren y caen en dudas existenciales. Entonces se preguntan si lo que están escribiendo tiene sentido, si no están reproduciendo lo mismo que sus predecesores. Otros, en cambio, remarcan esa herencia para luego intentar tomar distancia. También están aquellos que deciden dejar la literatura.
Rubén Darío, que fue uno de los exponentes mayores del modernismo, en determinado momento busca desmarcarse del lenguaje modernista y, de alguna forma de sí mismo. En el poema “Yo persigo una forma”, que pertenece a Prosas profanas, una de la obras cumbres del modernismo poético, el poeta muestra la duda sobre su creación poética, y señala que su estilo no encuentra esa forma que él persigue. Y enfatiza que la palabra y el lenguaje que busca huyen. El poeta siente que no está logrando construir su propio lenguaje y se interroga. De alguna forma entra en una crisis existencial sobre su creación.
En “Cantos de vida y esperanza”, Darío muestra un cambio fundamental. En el poema “Yo soy aquel que ayer no más decía”, señala que es el mismo que asumió el modernismo “El dueño fui de mi jardín de sueño / lleno de rosas y de cisnes vagos”; que asumió diversas herencias poéticas como Paul Verlaine y Hugo von Hofmannsthal, que asumió un lenguaje heredado, pero ahora está en una construcción propia, distinta.
No se desmarca de lo que escribió antes, pero se autocritica y deja claro que está asumiendo otro camino. Tal vez está encontrando esa forma que decía perseguir y su estilo no se lo permitía. Tal vez la palabra había dejado ya de huir y su lenguaje estaba asumiendo características propias. En todo caso en este poema se nota un Darío mucho más humano, más preocupado con la propia naturaleza humana que con la poética de la belleza como fin en sí misma.
Como señala Carmen Alemay Bay en su ensayo “Versiones, revisiones y subversiones de la poesía de Rubén Darío en el siglo XX” -mencionando a Saúl Yurkievich- en “Cantos de vida y esperanza” Darío asumió un cambio poético, en el lenguaje y en la propia vida:
Sin embargo, aún los mejores cultivadores del modernismo, después de los estallidos principales de este movimiento como fueron Azul y Prosas profanas, buscarán a través de la poesía una intervención más directa del sentimiento de la vida, y el propio Darío no será ajeno a estas inquietudes como así lo trasmitió en sus “Cantos de vida y esperanza”. En relación con estas nuevas inquietudes y con el nuevo espacio poético que abrieron los Cantos, el crítico Saúl Yurkievich apuntará que la importancia de Darío en relación con la poesía posterior es que el nicaragüense devuelve el verbo a su origen; pronunciarlo provoca un contacto mágico con el principio generador de su energía […] Si la realidad de la experiencia concreta se ha vaciado de sentido, si la trascendencia es inalcanzable por vía intelectiva, lo mejor es desrealizar y desintelectualizar, acceder por la magia y el misterio […] Tal es el proceso que desencadena Darío y que llegará a su máxima explosión con la vanguardia (Yurkievich 1976: 43- 44).
En “Yo soy aquel que ayer no más decía”, Rubén Darío evidencia la clara influencia del poeta austríaco Hugo von Hofmannsthal, y en particular de “La carta de Lord Chandos” (1902). En esa Carta, Hofmannsthal muestra su crisis existencial al haber perdido las palabras y no haber podido encontrar un lenguaje propio. La carta que escribiera a Francis Bacon para disculparse por la renuncia a la actividad literaria, deja entrever las dudas que lo llevaron a tomar esa actitud e intenta una explicación. Pero también muestra un dolor interior por sentirse de alguna forma atado a un lenguaje, como lo señalara luego en alguna ocasión.
En la Carta, él recuerda que es el mismo que asumió una poética determinada, que escribió determinados libros y que tuvo ciertas influencias, pero llegó un momento en que perdió las palabras, y su propio estado de ánimo lo llevó a dejar el camino literario. Trata de explicarlo señalando que perdió toda la capacidad de “reflexionar o hablar sobre no importa qué cosa de forma coherente” y asegura que la carta es “una extensa descripción de un estado de ánimo inexplicable que de ordinario permanecía encerrado en su interior”.
Pero le resulta fácil explicar la existencia que estaba llevando, una existencia similar a la de sus vecinos, que también tiene buenos momentos. La Carta también es una forma de explicar que, más allá del silencio poético, es necesario tomar otros caminos literarios. Entonces, el poeta explica que está viviendo un momento diferente que es difícil de explicar porque ahora sus palabras nuevamente lo abandonan como lo abandonaron antes, cuando entró en la crisis literaria y existencial.
Además de la crisis existencial y literaria que se desprende del poema de Rubén Darío y de la Carta de Hofmannsthal, hay un lenguaje similar para comunicar esa crisis. Uno y otro recuerdan su pasado, lo recuperan y lo critican. Sin embargo, Darío busca nuevas formas para encontrar un lenguaje propio y no perder su construcción poética a futuro.
Entonces en “Yo soy aquel que ayer nomas decía”, recurre a la misma forma de comunicación de Hofmannsthal en la Carta y lo reivindica recordando también su influencia, al decir: “con Hugo fuerte”, para dar un giro en su creación. Darío recurre a Hofmannsthal para iniciar un cambio no para desistir de la creación. La dolorosa carta en la que el poeta austriaco explica su retiro literario, sirve a Darío para iniciar un cambio en su arte poética.
La sinceridad y la apertura de reconocer lo que ha sido le sirve a Darío para retomar fuerza poética, reconstruir el lenguaje y asumir una nueva vida porque finalmente “con el fuego interior todo se abrasa; se triunfa del rencor y de la muerte, y hacia Belén… ¡la caravana pasa!”. Se podría decir, que Rubén Darío en el camino de Hugo von Hofmannsthal, cambió de camino.
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