Por Frei Betto *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
La modernidad está en crisis. Su inicio coincide con el Renacimiento, el descubrimiento de América y Brasil, el paso del Medioevo feudal al mercantilismo y, a continuación, el capitalismo. Hoy no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. En el milenio que comienza ha surgido algo imprecisamente llamado posmodernidad que parece ser muy diferente de todo lo que nos antecedió, y que porta nuevos paradigmas.
En la Edad Media la cultura giraba en torno a la idea de Dios. En la modernidad, se centraba en el ser humano. Un episodio característico de ella ocurrió en 1682, cuando míster Halley, basándose únicamente en cálculos matemáticos -porque no disponía de aparatos sofisticados- previó que un cometa volvería a aparecer en el cielo de Londres 76 años después.
Muchos dijeron: “¡Este hombre está loco! ¿Cómo, encerrado en su despacho, sobre la base de cálculos hechos sobre un papel, puede prever el movimiento de los astros en el cielo? ¿Quién, si no Dios, domina la bóveda celeste?
Halley murió en 1742, antes de que transcurrieran los 76 años previstos. Pero muchos estaban atentos y exactamente en la fecha prevista, en 1758, el cometa, que hoy lleva su nombre, volvió a iluminar los cielos de Londres. ¡Era la apoteosis de la razón! “Si es así”, dijeron, “entonces la razón resolverá todos los dramas humanos. ¡Creará un mundo de luces, de progreso, de abundancia, de alegría!”
Todo muy bonito y muy lógico; pero cinco siglos después, el saldo no es de los más positivos. Los datos son de la FAO: somos más de 7 mil millones de personas en el planeta, de las cuales la mitad vive por debajo de la línea de la pobreza y 900 millones sobreviven con hambre crónica.
Hay quien afirma que es el exceso de bocas lo que causa el problema del hambre. En función de ello, propone el control de la natalidad. Me opongo a ese control, estoy a favor de la planificación familiar. El primero es forzoso, el segundo respeta la libertad de la pareja. Y no acepto el argumento de que sobran las bocas. Ni de que falten alimentos.
Según la FAO, el mundo produce lo suficiente para alimentar a 11 mil millones de bocas. Lo que hay es desigualdad social, injusticia, excesiva concentración de la riqueza en manos de unos pocos y, ahora, etanol para abastecer vehículos en lugar de alimentos para nutrir personas.
Antes se hablaba de trabajo. Sentíamos orgullo de decir: “Mi padre le dio educación a la familia trabajando treinta años en los ferrocarriles”; “mi madre fue maestra veintitantos años”. El trabajo era un elemento de identidad. Alcancé a la generación que tenía el privilegio de hablar de vocación. Más tarde, ese término fue sustituido por el de profesión: “¿Cuál es tu profesión?” Hoy lo importante es tener un empleo. Ya no se menciona el trabajo, porque lamentablemente el elemento de identidad social es estar en el mercado.
¿Hay futuro para la humanidad en el seno del paradigma capitalista?
ag/fb