Por Jose Luis Diaz Granados *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
El pasado 17 de octubre falleció en La Habana, su ciudad natal, la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, quizás la más grande bailarina y coreógrafa del mundo en los siglos XX y XXI.
Una noche, que jamás olvidaré, su arte magistral se vistió de gala, como era habitual, con el estreno mundial de Un viaje a la luna en la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana (hoy Gran Teatro Alicia Alonso). En aquella ocasión volvió a deslumbrarme con su asombrosa capacidad creadora, su maravilloso duende e intuición extraterrenal.
Ante una sala completamente llena por un público expectante y permanentemente sorprendido ante la gracia irracional de la «poesía en movimiento», admiré obras como Paquita, coreografía de Petipa y música de Ludwig Minkus; la suite Generis, coreografía de Alberto Méndez y música de George Frideric Haendel y Francisco José Haydn; y El corsario, coreografía de la propia Alicia Alonso sobre la original de Marius Petipa, con música de Riccardo Drigo y un majestuoso vestuario de Salvador Fernández.
Recuerdo la conmoción estética que resultó el inmortal dúo de amor del ballet Espartaco, de Aram Jachaturiam, coreografiado por Azari Plisetski. Ya no recuerdo cuántas veces en mi vida he visto, sentido, soñado y recreado esta joya del ballet del siglo XX, en el que Frigia se despide de su amado Espartaco, el legendario líder de la primera gran sublevación de los esclavos en la Roma antigua, que debe proseguir su lucha.
En Colombia, años atrás, había asistido, cuantas veces se hizo necesario a la representación del bellísimo dúo, con parejas del Bolshoi en la Unión Soviética, en el propio teatro Bolshoi de Moscú, o con artistas del ballet Kírov de Leningrado. O en videos de películas interpretado por Galina Ulanova o Maia Plisetkaia, a cual más notables, con el singular poder de deleitar el espíritu de los seres sensibles.
Pero el que admiré al máximo aquella noche habanera, interpretado por Alihaydée Carreño y Octavio Martín, iguala o supera a los anteriores. Ambos lograron transmitir ese atribulado tumulto de emociones entrecruzadas: el amor arrollador, la inmediata nostalgia que se desprende de la inevitable despedida, de la entrega a la noble causa y la seguridad del heroísmo. Todo ello recreado, en cada una de las tonalidades del genial compositor armenio Aram Jachaturiam.
Como si fuera poco la emoción, Alicia Alonso nos brindó la comedia-ballet Un viaje a la luna, con libreto de José Ramón Neyra sobre Il mondo della luna, de Carlo Goldoni, un tema muy en boga, a finales del siglo XIX, con la novela homónima de Julio Verne y la película de George Meliés. Qué gran transposición poética se logró de la broma hecha a un alucinado quien, bajo los efectos del alcohol, está convencido de hallarse en la luna.
Extraordinaria pieza de ballet es ésta, con champán, paisajes lunares y polvo de estrellas ficticios para un festejo lúdico donde, por instantes, se vive el sueño, la pesadilla y el regreso a la realidad.
Con un sobresaliente elenco conformado, entre otros, por José Zamorano, Anette Delgado, Yolanda Correa, Romel Frómeta, Miguel Ángel Blanco, Javier Torres, Anissa Curbelo y Bárbara García, el estreno mundial de Un viaje a la luna fue más allá de las piedras de Selene para coronar las más altas cumbres siderales del arte danzario.
Y al igual que esta obra, millares de representaciones hechizantes fueron aclamadas durante más de siete décadas, gracias a los extraordinarios ballets clásicos que estremecieron de asombro y gracia estética a tantos hombres y mujeres de los cinco continentes, por obra y gracia de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso -siempre genial, siempre maravillosa- quien trascendió ahora, de una vez y para siempre, a la inmortalidad de los divinos genios del arte universal.
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