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miércoles 4 de diciembre de 2024

Neurosis dominical

Por Frei Betto *

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

El psicoterapeuta Viktor E. Frankl describe la “neurosis de domingo” como el vacío existencial que la persona experimenta al topar con la duda de cómo ocupar el fin de semana. Durante los días de trabajo, la motivación vital perdura. Pero el domingo las horas parecen arrastrarse… Y ese síndrome aqueja principalmente, todos los días de las semanas, a los jubilados y los ancianos.

Ello se aplica actualmente al largo período de confinamiento doméstico. Investigaciones recientes señalan que ha aumentado la compra de ansiolíticos y antidepresivos en las farmacias. Lo mismo ocurre con las bebidas alcohólicas. Esa orfandad tiene que ver con las amarras que perdió el ser humano en el transcurso del siglo XX, marcado por la conquista de su autonomía. Hasta entonces, los comportamientos eran dictados fundamentalmente por el conformismo (hago lo que hace la mayoría) o por el autoritarismo (hago lo que la tradición determina que debo hacer).

El conformismo es la mera adecuación a costumbres triviales. Mi abuelo, por ejemplo, evitaba la neurosis dominical en torno a una mesa donde jugaba a las cartas con sus amigos. Por su parte, el autoritarismo es la sujeción a una institución  -como las religiones-, que dicta lo que conviene o no hacer, lo que es cierto o falso, la perdición o la salvación.

Cuando la persona no se adapta al conformismo o no se somete ya a tradiciones institucionales, la autonomía se da de narices con el vacío existencial cuando no hay un sentido que motive la vida de la persona.

Ahora bien, en una cuarentena que no tiene fecha de terminación, la neurosis de domingo alcanza una proporción alarmante para quien no trabaja a distancia y no sabe cómo ocupar su día a día. Se corre el riesgo de buscar una de estas dos válvulas de escape: el poder y/o el placer. El poder está simbolizado por el dinero, por las compras compulsivas. Y el placer, por la ingestión exagerada de comidas y bebidas y la búsqueda incesante de distracciones virtuales. En internet se naufraga más de lo que se navega.

El síndrome tiende a provocar enfado. Una fuerte sensación de “pérdida de tiempo”. La razón de vivir de la persona esta “allá afuera”, en las actividades extra hogareñas que se realizaban antes de la pandemia. Y cuando se enfrenta a la soledad (aun en compañía de familiares) advierte el vacío de “aquí adentro”: su subjetividad carece de discernimiento para adoptar una rutina creativa, de una motivación que la libere de la nostalgia del “antes” y, por tanto, del riesgo de caer en una depresión.

La salida es osar reinventarse. Tratar la excepción como regla, lo “anormal” como normal. Eso fue lo que me salvó psicológicamente durante los cuatro años de cárcel.

Con el cuerpo dentro de la celda, evité mantener la cabeza en la calle. Establecí un programa de estudios y actividades (espirituales, artesanales, literarias, físicas) que me hicieron sentirme útil allá adentro y evitar la ansiedad de verme libre cuanto antes.

Frankl tiene razón: en toda y cualquier circunstancia, lo que importa en la vida es el sentido que se le da.

ag/fb

 

*Escritor y asesor de movimientos sociales.
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