Por Frei Betto *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
El noticiero brasileño prioriza el avance de la pandemia y la inoperancia de los gobiernos federal, estaduales y municipales. Se suceden las denuncias de corrupción, como la compra de respiradores sobrefacturados y los desvíos de dineros públicos. Lo que cada uno de nosotros más teme, incluso quienes por razones de sobrevivencia se ven obligados a no respetar el confinamiento, es contraer el virus de forma letal.
¿Será cierto que nuestra mayor amenaza de genocidio es la Covid-19?
Creo que no. Nuestra mayor amenaza no es la pandemia, sino el pandemonio. Entre las acepciones que aparecen en el Grande Dicionário Houaiss de portugués está la siguiente: pandemonio es una “asociación de personas para practicar el mal o promover desórdenes y confusión”.
El mal principal que amenaza hoy a la nación brasileña es el gobierno Bolsonaro, que sufre de tanatomanía, de obsesión con la muerte. Una persona aquejada de obsesión fálica encarnada en las armas, que defiende la tortura y exalta a torturadores y paramilitares, sin duda no siente la menor preocupación por el creciente número de víctimas de la pandemia, sean 60 mil o 600 mil. Porque está psicológicamente bloqueada para advertir al otro.
Solo consigue verse a sí misma y a la extensión de sí misma, como sus hijos. Es el síndrome de la despersonalización, trastorno que conduce a la insensibilidad y hace que los sentimientos solo funcionen en la cabeza; o sea, se razona sobre ellos sin lograr vivenciarlos.
A quien tanto le gusta disparar y presume de su buena puntería no tiene por qué importarle una oleada de letalidad, siempre que no lo alcance. Ya que no puede darle curso a su deseo manifiesto de “matar a 30 mil”, se complace al ver cómo se multiplica diariamente el número de muertos por la Covid-19.
Su única preocupación es que la pandemia afecte gravemente la economía y, en consecuencia, su posibilidad de reelección, lo que psicológicamente puede entenderse como perpetuación. Actúa como si fuera invulnerable. Escapó a un supuesto atentado con arma blanca, así que no será una “gripecita” la que lo abatirá. Por eso no respeta el confinamiento ni el aislamiento social, sale a la calle sin mascarilla, no evita las aglomeraciones ni le importa el distanciamiento personal.
Es esa sensación de impunidad e inmunidad la que debe haberle pasado por la cabeza a Nerón al ver a Roma devorada por las llamas. Abrazado a su lira, estaba convencido de que el incendio no llegaría a su palacio.
Más grave que el virus es esa negligencia gubernamental. Porque además de miles de muertos por la pandemia, produce víctimas de la economía: los 13 millones de desempleados y los 120 millones de brasileños, de los 150 millones mayores de 16 años, que ganan menos de dos salarios mínimos al mes. Eso sin contar a los que se verán afectados por la recesión provocada por la Covid-19.
El virus del pandemonio disemina el espectro de la muerte simbólica al darle vía libre a la violencia policial y el comercio de armas; menospreciar la cultura y el respeto a los derechos humanos; fragilizar la educación y favorecer la deforestación y la invasión de tierras indígenas.
Ese virus del pandemonio, que vive en el Palacio de la Alvorada y ejerce su oficio letal desde el Planalto, es la amenaza más seria a la democracia y la nación brasileñas.
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