Por Nils Castro *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
La prensa corriente habla de la actual crisis económica como de una calamidad causada por la actual pandemia. Pasa por alto que esta empezó antes que el Covid 19. La pandemia lo que hizo fue acelerar abruptamente este problema y agregarle sesgos inesperados. En otras palabras, cuando logremos controlar la cuestión sanitaria aún faltará enfrentar la crisis económica y sus consecuencias sociales en una dimensión más agravada.
Uno de sus rasgos es el carácter brutalmente asimétrico del fenómeno: mientras miles de pequeños negocios van a la quiebra y una masiva cantidad de empleos desaparece, hay unas empresas de punta -bancos, farmacéuticas, consorcios de telecomunicaciones y telecomercio- que obtienen lucros enormes. Estamos ante una intensa y restrictiva concentración de capitales: quiebras y desempleo masivos junto al veloz enriquecimiento de una estrecha minoría, lo que arroja un extremo agravamiento de la desigualdad y la inseguridad sociales.
Esto ya suscitaba protestas populares antes del Covid 19, incluso en países desarrollados. Así los Chalecos amarillos en Francia, Las vidas negras importan en Estados Unidos o las movilizaciones nacionales en Cataluña. En Latinoamérica, las grandes manifestaciones en Chile, Ecuador, Perú o Bolivia, y las de Puerto Rico, Honduras y Guatemala. Las cuarentenas motivadas por la pandemia contribuyen a refrenar esas protestas, pero esto no va a durar indefinidamente.
Diezmadas la pequeña y mediana empresas, se desgaja un segmento de la clase media, que añadirá disímiles acompañantes (desempleados, trabajadores por cuenta propia, gente del campo migrada al arrabal urbano y proletarios tradicionales) a engrosar un heterogéneo caldero sociopolítico.
Es fácil prever que cuando el drama sanitario amaine, a finales de 2021 o comienzos del siguiente año, al hallarse ante una situación socioeconómica intolerable la inconformidad popular volverá a las calles. Y lo hará por mayores causas, así que al crepúsculo de la pandemia lo seguirá una nueva marea de tensiones políticas a lo largo de un controvertido proceso de reconstrucción socioeconómica, institucional y laboral de nuestros países.
Esta es la “nueva normalidad” que nos espera. ¿Quiénes y cómo determinarán los términos de esa reconstrucción?
El problema tiene diferentes dimensiones. Además del medular derecho de los pueblos a reclamar mejores condiciones de vida, la reorganización de la economía deberá asumir otro problema que, en no pocos casos, el marco general de las instituciones, leyes y costumbres vigentes proviene de los tiempos de la segunda revolución industrial -con eventuales concesiones a la tercera- y pocas veces refleja las demandas y oportunidades suscitadas por la cuarta revolución científico-técnica.
No solo las necesidades y reclamos populares y el desarrollo social demandan cambiar ese marco. También hay exigencias del capitalismo tecnológicamente más avanzado que urgen reformarlo en la perspectiva de sus intereses.
Incluso en los países subdesarrollados el capital -local o foráneo- requiere nuevas modalidades de la producción y los servicios, inversión en tecnologías y complementación internacional que ya no caben dentro de las normas preestablecidas. El desgastado marco institucional -oligárquico o de un capitalismo más primitivo- ya no facilita sino que obstruye mejorar su competitividad. Sin contar con la digitalización y la automatización que ya empezaba, el trabajo a distancia y la racionalización del trabajo que durante la pandemia se entronizaron y ya no van a abandonarse.
Ello implica volver a cernir y racionalizar la fuerza laboral contratada, en perjuicio de una cuantiosa masa de trabajadores no calificados, o con calificaciones caídas en desuso.
No es solo prepararse para asumir la actual revolución científico-técnica, como lo exige una política de desarrollo. Ya no basta denunciar las maldades de un modelo económico agotado y corrupto. Toca prever una nueva estrategia de inversión y trabajo productivos más apropiada a nuestras realidades, necesidades y expectativas. Formas de economía y trabajo que requerirán anticipar sus respectivas pautas institucionales, culturales y legales y sus propios modos de organización.
Indignarse es justo, pero dista de ser suficiente, pues si carecemos de un consistente proyecto de transformación del país protestar desahoga el malestar colectivo, pero no alcanza para construir un futuro diferente.
El mundo, sus poblaciones y demografías, la complejidad social y las condiciones de trabajo y creación han cambiado. No hay un pasado al cual retornar. Es imperativo desarrollar otras formas de organización, comunicaciones e intercambio de ideas, lo que exige esclarecer cuáles son las nuevas propuestas socioeconómicas, factibles y sostenibles, por las cuales se lucha. Más allá de enarbolar disgustos, también es perentorio debatir y concertar el proyecto más incluyente de los cambios que el país necesita para darse otro porvenir.
El tiempo de denunciar al neoliberalismo ha cumplido la mayor parte de su tarea. Se sabe que sus ficciones y sinvergüenzuras han sido un desastre tanto social como económico. Lo que hoy toca es explicar con qué otra alternativa vamos a remplazar esa plaga. No basta denunciar los efectos de la crisis agravada por la pandemia, quienes los padecen ya los conocen.
Lo que toca es prever cómo enfrentarlos y movilizarse no solo para superar los nuevos desafíos, sino para lograr el conocimiento y el consenso social necesarios para reconstruir la nación de modo justo y eficaces que puedan avanzar más allá del presente marco temporal.