Por Guillermo Castro H. *
“El desarrollo de la humanidad no es la creciente separación del hombre respecto de un “estado de un ‘estado de naturaleza’ Es la creciente interacción del hombre con la naturaleza “.
Christopher Caudwell 1936[1]
Christopher Caudwell fue un hombre bueno, que murió joven. Nació en 1907 en Inglaterra, en el seno de una familia de trabajadores. Fue un marxista autodidacta, que ingresó en 1934 al Partido Comunista inglés. En 1936 se incorporó como voluntario en el batallón inglés de las Brigadas Internacionales que lucharon por la República en la guerra civil española, y en febrero de 1937 murió en su primer combate en el frente del Jarama, mientras cubría con su ametralladora la retirada de sus compañeros.
Fue parte integrante de la que debió ser la generación de relevo de aquellos intelectuales marxistas de principios del siglo XX -como Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci y el propio Lukács-, que perecieron a manos de la ultraderecha europea o se vieron marginados por el estalinismo. Como patente de ese relevo, dejó una extensa obra de carácter estético y filosófico. Parte de ese legado está reunido en su libro La Agonía de la Cultura Burguesa, publicado en 1938.
Ese texto lo sitúa en el camino que llevaría a György Lukács a publicar en 1953 su libro El Asalto a la Razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler.[2]Allí figura, por ejemplo, “El hombre y la naturaleza. Un ensayo sobre la historia burguesa” que confirma la actualidad de su pensar ante los problemas de nuestro tiempo.
Allí plantea su alegato sobre la crisis del pensamiento histórico de la burguesía a partir de su incapacidad para encarar y asumir el papel que desempeña la interacción entre la sociedad y su entorno natural en el desarrollo humano. Al respecto, dice:
La economía capitalista ha tomado conciencia del medioambiente. Conoce las necesidades requeridas para que naturaleza obedezca a su voluntad […] con la ilusión de que este control basta por sí solo para obligar a la naturaleza a obedecer la voluntad del hombre. Pero el conocimiento de necesidades no humanas resulta insuficiente para asegurar la conquista de la naturaleza, y la sociedad no se compone de hombres abstractos, sino de hombres reales, en tiempos y espacios dados.[3]
Al respecto, añade, la naturaleza “no obedece al hombre individual, sino a los hombres organizados en sociedad, y no cumple ninguna voluntad particular sino el resultado histórico de todas las voluntades en acción”. Por ello, los hombres,
además de las necesidades de la “naturaleza”, deben conocer las necesidades de la cooperación, y el resultado histórico de las acciones emprendidas socialmente. Este conocimiento forma parte de la cooperación de la acción social, pues es sabido que son menester tales y cuales acciones para conseguir un fin.[4]
Desde aquí planteó que la historia se interesa “por las innovaciones cualitativas de la humanidad que la diferencian de la “naturaleza, de la materia inerte y de los animales.” En este sentido, dice, la historia nos presenta “la ley del movimiento de los hombres […] como animales socialmente organizados”[5] que interactúan con su entorno natural para la producción de sus medios de vida, de lo cual resulta que “los factores reales de la historia son los hombres ambientalizados y el entorno humanizado.”[6]
La historia, en este sentido, es una sola, social y natural a un tiempo. Ella se ocupa del estudio de la interacción creciente entre estos dos elementos, “y del rico desarrollo de esta inseparable red de relaciones”. Y esto es imprescindible porque en esa interacción, si bien “la sociedad cambia la naturaleza, esta naturaleza transformada impone nuevas formas de organización a la sociedad.”[7]
Estos planteamientos suyos tienen una extraordinaria pertinencia hoy, cuando las modalidades de interacción con la naturaleza, que han caracterizado el desarrollo del mercado mundial desde el siglo XVII, desembocan en una crisis ambiental que pone en riesgo de extinción a nuestra especie. Medio siglo antes de que la ecología política empezara a tomar forma propia, por ejemplo, Caudwell dejó abierto el camino que lleva a la certeza de que, si se desea un ambiente distinto, será necesario crear una sociedad diferente.
De igual modo, al encarar el peso evidente de lo económico en el desarrollo histórico asumiéndolo a través de las formas de interacción entre la sociedad y la naturaleza, dio nueva vida a ideas que Federico Engels dejó en borrador en su texto inconcluso de 1876 “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”.[8] Con ello, contribuyó a plantear lo que James O’Connor afirmara en la década de 1990: que la historia ambiental (otra disciplina aún en formación) terminaría por convertirse en la historia general de la especie humana.
La vida de Christopher Caudwell fue breve y fecunda. Creyó en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en la necesidad de luchar por un mundo en que se inaugurara el fin de la prehistoria de la Humanidad, y dejó testimonio razonado de esas convicciones. Cayó en combate por ese mundo, y debe ser recordado como lo recomendara Martí, que también moriría joven, cuando tenía apenas 23 años de edad:
La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo pensador; pero viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en él se elaboraron. Son los tiempos como ondas del aire que entre sí se comunican y extienden las glorias de los que se cobijaron a su sombra.[9]
ag/gc
Referencias bibliográficas
[1] La Agonía de la Cultura Burguesa (1936:307). Ediciones RYR, Buenos Aires, 2008.
[2] Ediciones Grijalbo, S.A. Barcelona-México, D.F. 1968.
[3] (1936:298).
[4] Ibid., 299
[5] Ibid., 302
[6] Ibid., 306
[7] Ibid., 307-308
[8] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm
[9] “Pilar Belaval”, El Federalista, edición literaria. México, 5 de marzo de 1876. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 420.