No se trata de mariscales ni de generales, ni mucho menos de comandantes – ¡Ay milicos atrás, sean de donde fueren!-, sino de hijosdalgo de las mejores cocinas de por aquellas tierras; tanto que cuando como Pejerrey Empedernido devenido humano y periodista por acullá anduve de algaradas, hace tanto ya, de unos y otros disfrute, tan parecidos son que sus diferencias se me hacen indistintas; algunas veces de cocinas y manos rusas, otras ucranianas o de la cultura judía Askenazí, siempre populares en las casas y sobre todo laburantes en stolovayas, yidalʹnyas y kantins, ya sea en Moscú, Kiev u otros burgos y villorrios de la Europa del Este.
Claro, fueron tiempos distintos, antes de la debacle de la vieja URSS y el llamado Sistema Socialista, que tuvieron sus encomios y catástrofes (evitables), pero le daban forma a un contexto aunque complejo favorable para las vigilias de esperanza en lo que llamábamos y sigo llamando Tercer Mundo, con sus revoluciones y hasta guerras, pero de liberación.
Antes, entonces, del mundo unipolar capitalista-imperial globalizado, en el que, digan lo que digan desde las más extravagantes hablillas y murmuraciones, sean de quienes sean las bombas, la víctimas somos los mismos – humanos, Pejes y otras especies -, los de abajo, los de la periferia, los que somos millones y millones, mayorías abrumadoras, pero sin lugar alguno en las marquesinas de la Historia como infamia.
Y va de ley que este texto es en honor, homenaje y convite para aquellos desarrapados, pues nunca se sentarán a mi mesa aquellos de quienes ahorita tendrán noticias.
Ni Vareniki, ni Pierogi ni Pelmeni para los encaramados en el podio triste de toda tristeza, y por los dudas aclaro que allí se ubican en primer lugar todos los derechosos de la política y ni que hablar del periodismo basura, del cual forman parte tanto lo que son basura sin disimulo como los que se las tiran de progresistas pero danzan entre los primeros y todo por algunos peniques.
Y serán recibidos a baldazos de agua hirviente sobre sus testas los increíbles declamadores y declamadoras – la bobería no reconoce diferencias de género – que usan a las redes sociales en forma catártica, casi siempre desde el más supino de los desconocimientos y sin darle ni así, ni un pelín de bola a lo que una vez dijera Umberto Eco: Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad (…). Es la invasión de los idiotas.
Tampoco se sentarán a la mesa los habladores y parlanchinas de izquierdas, progresistas o nacionales y populares, o dizque como quieran llamarse, que son pro soviéticos cuando hace años que la URSS se desintegró y por derecha– con la complicidad por cierto de burócratas, militares y otras malas yerbas del antiguo régimen, que primero horadaron y luego se convirtieron en empresarios de toda laya-, y que ven en Putin al comandante de un Ejército Rojo que no existe, sin tomar nota de su Panrusismo Imperial.
Modalidad político ideológica esa tan bien analizada, por ejemplo, en el artículo Una lectura de las raíces de la espiral belicista, del historiador y profesor en la Escuela de Ciencias Económicas y Sociales de Moscú, IlyáBudraitskis (se encuentra en la Red).
Y si me permiten, acabo de recordar un librito ya viejo de mi amigote Ducrot – Los sabores de la mafia (Norma; Bs.As; 2002 – que justo, justo, viene a cuento porque recuerda que, entre los primeros y más silenciosos apoyos recibidos por don Gorbachov para llevar adelante su perestroika, se destacó uno revelador: el de los Corleonesi, de la mafia, cuyos capos lo invitaron a todo culo a él y a doña Raisa a pasar unas soleadas jornadas en Sicilia, al borde el mar y de las mejores platillos con su copas, y lo que se imaginen.
Ni que hablar que no podrán asistir jamás a mi mesa de hoy los maniqueos, simplificadores o simplemente comemierdas, que cacarean lo mala que es la derecha -¡chocolate por la noticia! – y más temprano que tarde escupirán: ¡Peje, no decís nada de los ataques de Estados Unidos a medio mundo y de Israel a Palestina! (entre otras acciones genocidas del imperialismo rampante Siglo XXI).
No pienso contestarles.
Y ya que estamos para el rechupete, tampoco tendrán butaca ni servilleta aquellos que banalizan al nazismo y al fascismo porque las izquierdas en general sufren un problema central, capital: se quedaron sin teorías ni práctica revolucionarias, justamente tras la caída de la URSS.
¿Se imaginan una cruzada de la OTAN, de Rusia o de China, da lo mismo, pues son los polos que se disputan el poder mundial, por las riquezas del Amazonas bajo el pretexto de que el gobierno de Bolsonaro está lleno de fachos?
¡Y para qué abundar al respecto! Tampoco habrá morfi o jama o manduque para quienes no quieren ver que los ataques rusos a Ucrania, con las campañas de prensa y la invención de noticias falsas también, se inscriben en los conceptos de “guerra preventiva” con “daños colaterales” (bombazos contra civiles), que son tan antiguos como los mismísimos SunTzu y Tucídides, pero un mal nacido llamado George W. Bush los actualizó y puso a tono de la nueva era, inaugurada a partir de los episodios del 11 de septiembre de 2001.
Bien, ahora a lo nuestro. Para unos vareneki como el altísimo manda: una masa de esas untuosas a base de harina, huevo, sal, un algo de aceite y otro de agua. Tras una breve preza a la que llaman reposo, estírenla con fervor pero con delicadeza y obtengan de ella unos lujuriosos recortes para que en instantes cobren forma de empanadas más que muy breves o mejor dicho de raviolones, rellenos con puré de papas, cebollas salteadas, sal, y pimienta; y al agua que hierve.
Pocos minutos harán falta para entonces escurrirlos y como los comí por aquellos lares que mencioné casi antes de empezar con este texto, cubiertos con una salsa de cebolla salteada, crema agria pimentada.
Claro que de entrada una Ensalada Rusa con la mejor de las mayonesas en aceite de oliva, por qué no un remolachoso Borsch, y después de todo, sí y para los postres, un helado de Crema Rusa y ciertas delicias del Imperial Ruso.
Vino tinto y vodka. Que los y las de “la cancelación” y otras aberraciones similares y en cualquiera de sus formas, pretextos y variantes, como dicen los españoles, se vayan a tomar por el culo; o, a la siciliana: vaffanculo.
Mientras tanto, nosotros a releer Johnny cogió su fusil (1939), del gran Dalton Trumbo. ¡Salud!
Posdata: Los malandros nuestros de cada día, que en la América Latina los hay y de sobra, aumentan el precios del comer popular porque los rusos están cagando a bombazos a los ucranianos. Y sí, reitero: ¡Salud!
rm/ved
*Periodista, escritor y docente universitario argentino.