Durante las pasadas elecciones de Colombia cuando se produjo la asombrosa (para algunos) victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez, vimos que las tendencias de intención del voto no habían variado mucho desde el 2018, tanto sea desde el punto de vista regional o sectorial.
Igual ocurrió en las elecciones chilenas de 2017 y del 2021, cuando G. Boric superó numéricamente lo que el independiente Alejandro Guillier había obtenido cuatro años antes, procedente de los mismos sectores sociales.
Lo que había variado, y mucho, era la pérdida de prestigio de la ultraderecha y el incremento del respeto popular por la izquierda y grupos alternativos, así como la unidad y disciplina de estos grupos alrededor de sus líderes hoy electos para dirigir al país, tanto en Chile como en Colombia. Los mismos procesos, con pocas variaciones, serán de gran importancia en las elecciones brasileñas del próximo mes de octubre.
Pese a ello, hay factores que son decisivos y no pueden desestimarse en una votación transcendental para el presente y futuro de un gran país, como la que veremos en pocas semanas entre candidatos como Luiz Inacio Lula da Silva y el fascista Jair Bolsonaro.
En unas elecciones limpias, lo que vale no es lo que la gente piense o simpatice sobre un candidato. Lo que vale es el voto.
Esto a primera vista parece una perogrullada, pero es muy cierto que en países enormes con las características de Brasil (o como ocurriera recientemente en Colombia), no siempre los partidarios del progreso social pueden ejercer su sufragio, aunque en Brasil el voto es obligatorio y está penado no votar. Hay que llevar al pueblo a votar, en muchas áreas rurales, sin infraestructura de transporte desarrollada, e incluso con intimidación de no atreverse a llegar a los precintos, es necesario facilitar que ejerzan el derecho al voto.
De cualquier manera, este factor es mucho menos impactante en Brasil que en Colombia, donde votar es una opción, no es obligatorio. Otros factores decisivos serian el voto femenino, el de los afrobrasileños, de los nativos y otras minorías; grupos ambientalistas y LGBT.
Usando los resultados de las elecciones del 2018 como base de una proyección de qué sucedería en octubre, hay que afirmar rotundamente que la unidad de las fuerzas de centro– izquierda e izquierda se ha incrementado mucho. En esas “elecciones” pasadas, el político más popular del país, Luiz Inácio da Silva, el gigante Lula, no pudo participar por estar injustamente preso.
El que Lula no fuera candidato perjudicó irrevocablemente la unidad progresista en esa fecha. Varios grupos y líderes políticos no se decidieron a asociarse con un candidato del PT que no consideraban tuviera la posibilidad real de ganar. Ojo, debe estar muy claro que no era que Lula no podía participar por estar preso, sino todo lo contrario, estaba preso precisamente para no dejarlo participar (y posiblemente ganar) en las elecciones. Eso fue un acto de crudo Lawfare, de corrupción ilimitada y de abierta contaminación del poder Judicial por intereses políticos malsanos.
Esos fueron resultados de las elecciones pasadas. En la segunda vuelta Jair Bolsonaro ganó los estados en distintos tonos de verde en el mapa mientras Fernando Haddad representando al PT y sus aliados ganaron las marcadas en distintas tonalidades de rojo. En ambos casos el tono más oscuro corresponde a que hayan ganado ese estado con mayor holgura. En estados de la importancia de Rio de Janeiro (RJ en el mapa), Minas Gerais (MG), Espirito Santo (ES), Distrito Federal (Brasilia, DF) y Sao Paulo (SP) marcados con estrellas doradas, las encuestas indican que en esta ocasión, Lula marcha al frente, además de conservar (o incluso aumentar) la mayoría en los estados que el PT ganara en el 2018.
Con respecto a los comicios pasados el promedio de ingreso familiar se ha visto afectado de manera grave y esto impacta de una forma u otra a decenas de millones de personas, que han visto que el gobierno de la extrema derecha liberal de Bolsonaro ha hecho trizas la economía doméstica del país. Este va a ser un factor de consideración, y en particular capaz de cambiar el voto de varios de los estados cruciales.
El voto por género se va a mover a favor de “Vamos juntos por Brasil”, pero se supone que sea un cambio menos intenso que el causado por la depresión del ingreso familiar.
En las presentes elecciones, el prestigio personal de Lula en Rio de Janeiro (RJ), Sao Paulo (SP) y Minas Gerais (MG) y en los estados que el PT ganara en el 2018 se hará sentir. Se debe incluir la base de votantes de su candidato a vice Geraldo Alckmin, sobre todo en Minas Gerais, Tocantins (TO), Amazonas (AM) y Amapá (AP) en los que obtuvo el mayor número de boletas en la primera vuelta de los comicios de 2018; y en menor medida en RJ, SP, Mato Grosso (MT) y Matto Grosso do Sul (MS). Es decir que los factores regionales van a ser alterados en detrimento de Bolsonaro en los estados arriba mencionados.
El factor de etnicidad se mantiene en las mismas líneas que en las elecciones pasadas, pero una parte más significativa de la población de origen europeo va a apoyar la candidatura de Lula. Con respecto a los grupos etarios y de nivel educativo, el voto de la juventud se inclinará mucho a favor de Lula, lo que es visible en la cantidad de personas jóvenes que participan en las demostraciones populares en su apoyo. Algo parecido ocurrirá con bachilleres y universitarios, grupo en el que Bolsonaro tuvo un éxito sorprendente en 2018.
Los votos en el exterior, se considera van a favorecer a Lula, sobre todo el de los brasileños residentes en Europa.
El significativo factor del Evangelismo en la política interna de Brasil
Tomamos este punto por separado por tener una importancia singular y pudiéramos decir fuera de proporciones en el contexto del Brasil actual. Mucho mayor que en otros países en sentido general.
Brasil es un país religiosamente diverso, con una tendencia histórica a la tolerancia y aceptación entre las diferentes religiones. La población brasileña es mayoritariamente católica debido a la herencia cultural de los portugueses, y de diversas corrientes migratorias a lo largo de la historia.
De los esclavos traídos a la fuerza de África, obtuvieron costumbres religiosas diversas, en dependencia de sus regiones de origen en ese continente, formando con el catolicismo de los portugueses, el extendido sincretismo de los pueblos afro-brasileños (muy parecido al que conocemos en el Caribe).
A finales del siglo XIX comenzó a ser divulgado el espiritismo en Brasil, que hoy es el país con mayor número de espiritistas en el mundo.
En las últimas décadas las iglesias cristianas protestantes han crecido mucho, siendo hoy una parte bastante significativa de la población. El judaísmo cuenta con 86 mil 825 fieles, un 0,05 por ciento de los habitantes. El número de personas que dicen no tener una religión en 2018 era del 10.1 por ciento; grupo superado solo por los católicos (59.4 por ciento, incluyendo las creencias sincréticas afro– católicas, pero un 40 por ciento dice ser no practicante y no asistir frecuentemente a misa) y los cristianos protestantes (25.3 por ciento). Todas las otras religiones suman un 4.2 por ciento.
La influencia comparativa de la religión en la política no es una función directa del porcentaje de creyentes. Una parte considerable de los católicos en Brasil, lo son nocionalmente y hasta los más practicantes tienen una clara definición de la separación de la iglesia y el estado, es decir esta parte de la población brasileña es católica, pero políticamente bastante laica. Aun así, el sector tradicionalista, más conservador y defensor de la ortodoxia y la Renovación Católica Carismática, el movimiento más reciente y vigoroso, son más orientados a la derecha, pero son comparativamente pocos.
La “Teología de la liberación” desde la década de 1970 ha formado una especie de izquierda eclesiástica. Los seguidores de la Teología de la Liberación o catolicismo de izquierda, si tienen una definición clara de lo que quieren políticamente, es decir una disminución de la desigualdad y la posibilidad de tener un desarrollo sostenible. Son un grupo que crece rápidamente y es ideológicamente activo.
Buena parte de las denominaciones cristianas protestantes en Brasil están relativamente libres de sincretismo religioso, y en las últimas décadas han tenido gran desarrollo de sus membresías, llegando a ser actualmente el segundo grupo religioso más numeroso (cuando son considerados en conjunto), sin embargo, sus enormes diferencias internas relativizan su influencia. La expansión de estos grupos está relacionada al aumento de la influencia cultural estadounidense en Brasil y reflejan las costumbres y el “way of life” de la gran potencia de América del Norte.
Los grupos evangélicos (principalmente compuestos por iglesias pentecostales) están sometidos a una fuerte disciplina política y a un rechazo vertical al progreso del país por una vía de desarrollo de tipo socialista. Se caracterizan por una baja dispersión del voto, es decir que lo hacen en bloque y, en el caso que nos ocupa de las elecciones brasileñas de octubre de este año, son las bases fundamentales del voto por Jair Bolsonaro.
No se puede ignorar la importancia del voto evangélico en las elecciones de octubre de 2022, Se debe recordar que son muy activos, que llegan a lugares remotos y movilizan a la gente de muchas maneras. Consideran su actividad como una “obra de Dios” y por ello aceptan cualquier sacrificio. También es necesario decir que estas iglesias evangelistas están muy desarrolladas en estados como Rio de Janeiro, Sao Paulo y otros del Sudeste y el Sur de Brasil, con una gran población y por ende, concentración del voto popular.
Papel de los medios de difusión
Brasil tiene cerca de 300 diarios y dos mil radioemisoras. La TV comercial está formada por 169 canales integrados en varias redes de las cuales O Globo es la más importante. Para decirlo de una forma simple, predomina el apoyo a Bolsonaro, aunque en una medida significativamente menor a 2018, debido a que los propietarios de varias de estas cadenas están convencidos de la alta probabilidad de victoria de Lula.
No es solo un problema de posiciones clasistas (o de oportunismo por parte de los dueños de las cadenas), sino está relacionado con una posible legislación por parte de Lula de la Regulación del Mercado mediático, que ya viene anunciada en los “Lineamientos del Programa de Reconstrucción y Transformación de Brasil 2023-2026”, y que tratan de diluir lo más posible teniendo una mejor relación con el probable presidente. Esta Regulación es anatema para la oligarquía que controla los medios.
Analizando las principales tensiones que existieron durante las presidencias de Lula y Dilma entre los medios de prensa más importantes y el gobierno brasileño vemos que, históricamente hablando, el gobierno de Brasil con un liderazgo presidencial de alta popularidad como el de Lula en el 2006 podía enfrentar y sobreponerse a una cobertura adversa de los medios de comunicación. No fue igual con el gobierno de Dilma y los medios capitalistas jugaron un papel vil e ignominioso en su descrédito y caída.
En el 2018, los medios oligárquicos le dieron un enorme apoyo a Bolsonaro, y en esta ocasión aunque esta tendencia se mantenga, va a ser menor.
Todos estos son los factores que considero pueden decidir la segunda vuelta incluso con bastante holgura a favor de “Vamos Juntos por Brasil” de Lula da Silva.
Aunque no es lo esperado, bajo ciertas circunstancias Lula podría ganar hasta en la primera vuelta. Pero como decimos en Cuba, “el juego no se termina hasta el out 27”.
En la sexta parte de este artículo analizaremos con más detalle el papel de los militares en la política del gigante sudamericano, que es más preocupante y amenazador que en muchos otros países de nuestro hemisferio.
(Fin de la quinta parte)
rm/jro
*Ingeniero cubano residente en los EE.UU.