¿Por qué la palabra es terapéutica? Al hablar, y más aún, dado cierto ámbito que favorece una situación de intimidad, el sujeto afectado puede des-ocultar, puede saber algo que, inconscientemente, prefiere ignorar. Y que muchas veces prefiere tapar con subterfugios: alcohol, drogas, religiones, negación maníaca. El hecho traumático es displacentero; la dinámica intrapsíquica tiende a desconocerlo para evitarse angustia. La neurosis traumática es una construcción que intenta mantener a raya la aparición de ansiedad ligada a ese hecho perturbador; pero en su intento consume una enorme cantidad de energía y desvía al sujeto de la posibilidad de gozar más plenamente su vida. La palabra que reconstruye la trama significativa en que aparece el trauma puede reencauzar esa energía destinada a olvidarlo (olvido que es siempre parcial: lo reprimido retorna como síntoma). Así, hablando, se accede a una verdad que, aunque dolorosa, posiciona más sanamente al sujeto. Si el pus de la herida se deja, no se retira, todo tiende a ir peor: infección complicada en puerta, quizá septicemia, riego de muerte. Vivir soportando los traumas no mata…, físicamente. Pero mata de otro modo.
La experiencia de trabajo con diversas poblaciones víctimas de algún tipo de violencia enseña que el grupo de pares, de aquellos que sufrieron el mismo padecimiento, es una instancia muy adecuada para desarrollar un abordaje terapéutico. Gente que se une por un problema en común, que busca una respuesta a ese hecho violento compartido; grupo de autoayuda se lo llama. Gente que, hablando sobre su historia, sobre un hecho que los marcó particularmente, puede encontrar alternativas sanas para seguir viviendo.
V
Cualquier expresión de violencia, pero en especial la violencia política, deja profundas y muy especiales marcas en quien la padece; los países de Latinoamérica, lamentablemente, y Guatemala en particular, saben mucho de esto. La herencia sangrienta de estos últimos años sigue viva. Víctimas que no encuentran explicación lógica al por qué un día su vida se vio conmocionada de una forma atroz. La salud mental está estrechamente vinculada a los procesos sociales y organizativos de la comunidad. Terminados los procesos violentos donde tuvieron lugar los hechos traumáticos, la mejor manera (¡la única!) en que la población afectada por ese horror silenciado puede recomponer su salud afectada es iniciando un proceso de revisión y recuperación de su historia dormida, siempre en el marco de hacer justicia. La comunidad juega un papel decisivo en esto. La salud mental, así entendida, no es un campo de acción específico de especialistas- sin dejar de reconocer que los técnicos tienen mucho que aportar al respecto-. Es, ante todo, un derecho humano de la población. No puede haber salud mental, óptima calidad de vida, mientras la gente no pueda decir qué pasó, aclarar el pasado y pedir reparación.
¡El silencio no es salud!
En Guatemala, país en toda Latinoamérica con la mayor cantidad de efectos derivados de su guerra interna (200 mil muertos, 45 mil desaparecidos, más de 600 masacres de aldeas campesinas, desplazados internos, miedo generalizado) prácticamente no se ha desarrollado una verdadera tarea de reparación de esos daños. El Estado ha brindado una mínima, casi nula atención a todos los efectos derivados de los traumas de guerra. El Programa Nacional de Resarcimiento se cerró ya hace tiempo habiendo solucionado una pequeña parte de lo que debía atender, quedando aún muchísimo por hacer en la materia. Los pocos esfuerzos que se realizaron provinieron de la sociedad civil organizada (organizaciones no gubernamentales), financiada en todos los casos por esfuerzos de la cooperación internacional, todo lo cual no asegura sostenibilidad. Evidentemente, un problema de proporciones nacionales tan enormes no puede atenderse con estos esfuerzos mínimos. Son gotitas en el océano, útiles, pero infinitamente insuficientes.
Hablar de lo que pasó, encontrarle sentido y reparar lo sucedido, es la única manera de construir una sociedad post guerra medianamente pacífica. Por el contrario, lo que vemos es un silencio casi absoluto sobre la cuestión. La impunidad sigue reinando, ahora llevada a todos los planos de la política. El haber dejado sin efecto la sentencia sobre genocidio inculpando a un ícono de la guerra contrainsurgente como fue el general José Efraín Ríos Montt es un mensaje que va en la línea de la propaganda del gobierno militar argentino citado más arriba. Eso, sin ningún lugar a dudas, no construye paz.
Si hay una sociedad “enferma” plagada de violencia, la única manera de enfrentar el problema (¡problema mayúsculo, sin dudas!) es hablando de ello. Deberían ser aleccionadoras las palabras que se encuentran en la puerta de entrada del Pabellón 4 en el Museo del horror de Auschwitz, antiguo campo de concentración nazi: “Quienes olvidan su historia están condenados a repetirla”.
rmh/mmc
*Politólogo, catedrático universitario e investigador social argentino, residente en Guatemala.
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