Sin dudas que la mejor salida para superar un problema de la modernidad, centrado en sus tres líneas ideológicas: el “liberalismo”, el “marxismo” y el “fascismo” (nacionalismo, estatismo) se encuentra en la tesis que nos plantea el filósofo ruso Alexander Duguin, quien promueve la idea de la “Cuarta Teoría Política” (4TP).
La 4PT es una especie de matriz ideológica sobre cuya base se puede construir cualquier ideología ya que no depende de los rígidos marcos teóricos del positivismo, el progresismo o el materialismo, pues este constructo teórico tiene como base lo que se plantea en la categoría de lo “eterno”, es decir, donde el tiempo no es absoluto. Sin embargo, esta nueva idea resulta bastante complicada para quienes están acostumbrados a pensar desde las bases de las tres concepciones ideológicas de la modernidad, y que entienden la “política” como resultado de la confrontación de la izquierda y la derecha.
Esto es lugar común en los países de América Latina.
Según los preceptos de la filosofía política, es la ideología la que presupone al Estado, es decir, que primero surge como idea y después, sobre la base de ella, se configura el algoritmo para su implementación política, es decir, como ideología misma. Solo entonces, y sobre la base de esta hoja de ruta es que se conforma el Estado, que es la resultante de la materialización del modelo ideológico deseado. Pero no es esto lo que sucede, de cierta manera nos encontramos con una situación distinta en virtud de que ya tenemos el Estado, existe el sistema de poder político, pero ambos adolecen de un fundamento ideológico. De ahí que las élites políticas, usufructuarias del poder político en los Estados modernos actúan como si se tratase de un consumidor caprichoso, que llega a un mercado y elige una determinada ideología completa o varios componentes disímiles con los cuales pretender construirse una determinada ideología.
Como es bien conocido, la demanda determina la oferta, por tanto, podría parecer que no tiene ningún sentido proponer al “consumidor” algo que no le resulte provechoso, que es en extremo complicado, es decir, los presupuestos de la “Cuarta Teoría Política”.
Esto exige de las élites políticas un coherente proceso de maduración y preparación para asumirla cual concepción político-ideológica ya que hasta ahora, la misma solo es patrimonio de un reducido número de pensadores, es decir, que por ahora solo está presente en la academia.
Sin embargo, también existen ideas mucho menos complejas que esta, ideas que nos podrían permitir salir de la vía muerta a la que nos ha conducido el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda, una herencia del siglo XX, y superar este statu quo, y eso es lo que se plantea desde las concepciones ideológicas del nacional-bolchevismo.
La combinación perfecta de la política y de la economía
El nacional-bolchevismo es un modelo ideológico bastante nuevo y además, desconocido en América Latina. A diferencia de Europa o de Rusia, donde ya ha habido algunos intentos de su materialización en la época contemporánea, en el caso de América Latina no son bien comprendidos los presupuestos del nacional-bolchevismo, por lo que en este trabajo intentaremos llenar este vacío.
Somos del criterio, y tomando como punto de partida la historia del desarrollo de las ideologías políticas en el siglo XX latinoamericano, de que es el nacional-bolchevismo el modelo ideológico más apropiado, el que mejor se aviene a la mayoría de los Estados de Iberoamérica. Tal vez esta formulación podría parecer demasiado radical y hasta un poco extravagante y complicada, sin embargo, no resulta tan complejo. Al respecto podemos decir que esta ideología representa una articulación entre los presupuestos económicos de la izquierda y los fundamentos políticos de la derecha.
Los presupuestos económicos de la izquierda se sustentan sobre la base de la justicia social, la distribución equitativa de los beneficios, la propiedad colectiva sobre los medios de producción, el estado de bienestar, la salud y la educación gratuitas y la economía planificada. En una palabra, la configuración de un modelo de Estado y la sociedad responsable, que se ocupe de las necesidades de los más débiles y desfavorecidos, brinde apoyo a los ciudadanos y que establezca la prioridad del trabajo sobre el capital y que tenga como prioridad al trabajador.
Por otra parte, en el nacional-bolchevismo se combina este modelo socioeconómico de izquierda con la práctica política y con los presupuestos de la derecha. Es decir: un Estado fuerte, sustentado en valores conservadores, con un modelo comunitario de estructura sociopolítica de orientación vertical para el sistema de poder y que tenga en cuenta la tradición.
Como regla, esta es una forma autoritaria de gobierno, lo que le es inherente a muchos Estados iberoamericanos, por ello consideramos que en ese escenario el modelo funcionaría como una sinergia coherente con las ideas de justicia social que se planten desde la economía de izquierda.
De tal manera, se puede asegurar entonces que es en la síntesis teórica entre una economía de izquierda y una política de derecha donde se encuentran los fundamentos ideológicos del nacional-bolchevismo. Pero eso no es todo, existe una especialidad que diferencia al nacional-bolchevismo de los tres cuerpos teóricos antes citados como preponderantes en el siglo XX (el liberalismo, el marxismo y el fascismo) y es que ninguna de estas ideologías toman en cuenta a Dios, ya que todas fueron construidas en los marcos de los paradigmas de la Modernidad, que se sustentan sobre la base de categorías tales como: el progresismo, el positivismo y el materialismo. Es decir, que estas tres teorías políticas de la Modernidad no consideran a Dios, a la fe y a otras categorías tales como el Espíritu y la Eternidad.
El progresismo afirma que todo futuro será siempre mejor que el pasado: “…el mañana será mejor que el ayer…” y, por lo tanto, siempre avanzamos y progresamos hacia algo mejor, para concluir asegurando, que “…todo lo viejo es malo…”. En la esencia del progresismo subyace la categoría Tiempo, pero no se toma en cuenta la Eternidad. El materialismo, a su vez, afirma que sólo existe la materia y que todo lo que no es tangible simplemente no existe. Por su parte, el positivismo afirma que la única fuente valida del conocimiento es la investigación empírica y niegan el valor gnoseológico de la investigación filosófica, para el positivismo solo existe lo que queda probado mediante experimentos de laboratorio o lo que se puede palpar y sentir y lo demás, simplemente no existe, todo lo metafísico se ignora.
Esa es la esencia de la Modernidad.
Por el contrario, el nacional-bolchevismo, a diferencia de las otras tres teorías políticas de la Modernidad, si reconoce la existencia de Dios y la importancia de la religión y la iglesia como categorías normativas, sin hablar ya de la tradición religiosa. Así que a la síntesis de una economía de izquierda y una política de derecha le podemos sumar la creencia en Dios, la religión y la Iglesia, siendo estos últimos principios muy importantes para los pueblos latinoamericanos, ya que sobre ellos fue fundada la civilización iberoamericana hace ya varios siglos. En resumen, que esto es el nacional-bolchevismo, el resto son detalles.
Ahora bien, se pueden usar otros términos, pero sea cual sea el nombre que se escoja, podemos decir que la mayoría de la población de los países latinoamericanos gravita hacia esta síntesis entre una economía de izquierda y una política de derecha.
De hecho, es posible constatar que muchos de los que se autodenominan comunistas son en la práctica nacional-bolcheviques que abogan por un Estado fuerte y rechazan la emancipación total del individuo, que la ven representada en los desfiles del orgullo gay, la legalización de las drogas y el feminismo. Las fuerzas patrióticas de cualquier Estado siempre se han caracterizado por llevar a cabo esta síntesis entre la economía de izquierda y la política de derecha, ya que están a favor de la justicia social y desprecian el dominio del mercado, de las oligarquías y las empresas transnacionales, es decir, todo lo que se promueve desde la economía de derecha.
Claro, existen también las fuerzas políticas que defienden la idea de construir un Estado donde confluyan una economía izquierda junto a una política de izquierda, esta corriente también aboga por la desaparición del Estado, la emancipación del individuo, la atomización, la deconstrucción de cualquier identidad colectiva y la promoción de los ya mencionados desfiles del LGTBI, la legalización de las drogas y el feminismo. Todo esto hace parte de la política de izquierda y quienes defienden estas posiciones son o trotskistas o miembros de la izquierda radical.
Entonces, si conjugamos el nacional-bolchevismo con presupuestos como la defensa de la geopolítica, de los fundamentos civilizatorios, de la síntesis cultural, además de la necesidad de alcanzar una unidad estratégica dentro de la diversidad, el multi-confesionalismo y la pluri-etnicidad, estaremos entonces en presencia de los principios del Eurasianismo. No obstante, esta particular cosmovisión no tiene por qué estar ligada exclusivamente al continente de Eurasia, como podría parecer a primera vista, sino que se trata, antes que todo, de una síntesis entre la derecha y la izquierda. Y precisamente por eso es que si se hiciera una encuesta sociológica en cualquier parte del mundo, siempre arrojará que la mayoría del pueblo apoya una síntesis entre una economía de izquierda, basada en la idea de la justicia social, con una política de derecha que mediante un Estado fuerte establezca el orden y que defienda tanto la tradición como los valores conservadores.
Una representación del Estado tradicional
Según la posición ideológica de la mayoría de las personas, la representación ideal del poder es la que se establece en el Estado-Imperio tradicional, construido sobre la base de los principios del nacional-bolchevismo, donde asumimos “Imperio” como un término desde un lenguaje eminentemente técnico, tal y como lo entendía el jurista y sociólogo alemán Carl Schmitt, dejando de lado su significado histórico. Hacemos esta observación debido a que el concepto de Imperio suele evocar en la mayoría de la gente un significado concreto que, por regla general, suele confundirse con el imperialismo marítimo de Occidente (británico, español y de otras potencias europeas), que explotaban a sus colonias de ultramar. Sin embargo, esta es una distorsión de la esencia misma de la palabra Imperio.
En América Latina, por ejemplo, la palabra “imperio” tiene connotaciones negativas y es usada de una forma despectiva, por lo que allí podría ser sustituida por una idea análoga como lo es la formación de un Gran Espacio. De cualquier forma, debemos tener en cuenta que no solo han existido imperios marítimos (metrópolis-colonias) basados en la explotación, sino también imperios terrestres (centro-periferia) basados en la creación. El Imperio ruso fue, y todavía sigue siéndolo, un imperio creador y no explotador.
“Imperio”, o “Gran Espacio”, es para nosotros una unidad estratégica dentro de la diversidad, ya que un Estado tradicional no aspira a crear una entidad política y social excluyente, sino que es ante todo una forma de unificación que contiene en su interior toda clase de etnias, culturas, lenguas y religiones dentro de un sistema vertical rígido que se articula sobre una fuerte centralización política.
De tal manera, el Estado imperial es una forma tradicional de estatismo que se opone al modelo del Estado-nación, que tiene su origen en la Modernidad, y del cual surgieron las tres teorías políticas antes mencionadas.
De hecho, estas ideologías modernas son herederas directas del protestantismo europeo y cada una de ellas es expresión de una corriente religiosa protestante, ya sea que se trate del calvinismo (liberalismo), el anabaptismo (comunismo) y el luteranismo (fascismo), que a su vez nacieron de la escolástica y la “disputa de los universales” (5). Esto nos lleva a la conclusión de que todas estas ideologías tienen su origen, en última instancia, en una idea de rechazo de Dios.
Por el contrario, el Imperio siempre se ha erigido al lado de Dios y por extensión, de la Tradición, a diferencia de la Modernidad, y por eso el Imperio suele ser tolerante con todas las formas tradicionales, ya sean estas religiosas, culturales o étnicas. En tal sentido: el Imperio es la tradición y esto se corresponde con la realidad objetiva de la Rusia actual. Rusia sigue siendo un Estado-imperio tradicional, pero es un imperio terrestre, no marítimo como los imperios que surgieron en Occidente y que devinieron en los Estados-nación (état-nation) durante el siglo XX, donde adoptaron una forma de gobierno republicana.
En ese escenario, los pueblos ubicados en la periferia de estos imperios europeos terminaron por proclamar su autonomía y se definieron a sí mismos como naciones, sujetos de la política internacional luego de proclamar la república en cada uno de los territorios escindidos de los imperios.
Mientras tanto sus poblaciones, étnica, cultural y religiosamente muy diversos fueron convertidas en una especie de crisol homogéneo gracias a las políticas unitarias aplicadas y que terminaron por devenir en sociedades sin rostro o identidad colectiva.
Precisamente estas formas artificiales de organización política, tipo “nación” y “Estado-nación”, han sido las que Europa y Occidente impusieron a la mayoría de los pueblos que existían en el planeta. Sin embargo, se trata de categorías históricas muy particulares que son inadecuadas cuando se aplican a otras partes del mundo y, de hecho, pocos países se ajustan a esas realidades.
Lo cierto es que muchos Estados actuales siguen conservando sus formas tradicionales de estatidad, que están fundadas sobre la experiencia civilizatoria de la diversidad de pueblos, etnias, culturas, lenguas y confesiones religiosas que habitan estos territorios, además, la mayoría de ellos no desean convertirse en entes homogéneos, especialmente si tenemos en cuenta que se trata de una experiencia limitada a los Estados europeos del siglo XX, y eso, a pesar de los esfuerzos que hacen los liberales en su intento de crear una entelequia donde los pueblos y las etnias al interior de las naciones se disuelvan y se fundan en una sociedad civil liberal.
Pero es un hecho que tales experimentos han tenido poco éxito, incluso en los Estados Unidos, de manera que si se dejara de violar el derecho de los pueblos del mundo a la autodeterminación, si no los intoxicaran con estas quimeras, entonces se podría configurar un escenario donde muy fácilmente se articularían países en el formato de los Estados-imperios tradicionales, uniéndose en espacios físicos considerables. (sigue)
rmh/vk